miércoles, 5 de octubre de 2016

Tengo hambre



Caminó un poco más a la derecha y dio con la calle que tanto estaba buscando. Allí estaba, aquel chaval joven sentado en el suelo, con el abrigo roto y una lata abierta y medio rota al lado de él. Cerca, un pequeño papel vertical rezaba: «Tengo hambre». Deen se sentó, embriagado de tristeza, y lanzó una moneda a la lata, cuyo ruido despertó al pobre mendigo de su ensimismamiento. Le miró y sonrió. Deen se acurrucó en la pared y dobló las rodillas, acercándose al joven. Y dejó que las palabras se colaran en el aire.
- Posiblemente nunca me habrás visto, ya que siempre estás con la cabeza hundida entre las piernas. Pero yo te conozco muy bien. Cada día, cuando voy a comprar, veo muchísima gente durmiendo en la calle y pidiendo algo que comer. Mucha gente evita la mirada, pero pocos sabemos lo que se siente, ¿verdad?
- Esa gente que se avergüenza de mirarnos es porque tiene una cama caliente todas las noches y un buen filete de pollo que comer.
- Hoy por la mañana me he levantado del colchón. Me he vestido rápidamente y me he aseado con agua fría. Dicen que es buena para la circulación, ¿sabes? Casi me convierto en un iceberg, pero ya estoy acostumbrado. Nunca me ha importado ver cómo se me calan los huesos. La otra opción es ver cómo mi hijo se muere en la bañera tras tiritar hasta la muerte, así que prefiero dejarle la poca agua caliente. Después he mirado la despensa y he tenido la suerte de encontrar un trozo de pan y un poco de azúcar. A veces solo encuentro hormigas, por lo que no sé si sentirme afortunado o desgraciado. Tras pasar cinco minutos, me siento afortunado al pensar que gente como tú lo está pasando peor. Y en realidad tampoco tiene mucho sentido, ya que me espera el mismo destino. Así nos cuidan.
- Todavía recuerdo cuando vivía en una casa, rodeado de calor. Los animales están acostumbrados de pequeños a resguardarse, pero la humanidad es demasiado perezosa y débil para sobrevivir de verdad. Dicen que maduramos cuando nos rompen el corazón o cuando se nos muere una persona que queremos. Pero yo realmente maduré cuando empecé a buscar cartones y suplicarles a las señoras del supermercado unos cuantos céntimos para que no me siguiera rugiendo el estómago. Varias veces me he dormido repitiéndome a mí mismo «Me muero, me muero» y despertaba luego al día siguiente, dándome cuenta de que todo seguía igual. Es así como maduramos, cuando sucede lo que creemos que nunca nos pasará. Así que aprovecha tu privilegio de encontrar pan, hormigas y ducharte con agua fría mientras puedas. El río está demasiado helado. Y también tienes dos opciones: o bañarte allí o soportar cómo la gente huye de ti por tu olor. Aunque huye de ti de todas formas. Muchos creen que en realidad no somos así, y que hacemos esto por gusto. Claro, teniendo un trabajo y comida, una familia, unos amigos y una buena colonia que te cubra toda tu podredumbre es muy fácil girar la cara y fingir que esto nunca te va a pasar a ti.
- No sé cuánto tiempo me queda antes de que vengan «las marionetas altivas» a destrozar mi puerta y llevarnos a los dos. Mi hijo vive en unas condiciones pésimas y yo no puedo ocultarlo más. En el colegio, todos preguntan el porqué de esas ropas tan viejas y de tres tallas más grandes. O el porqué de que nunca vaya a una excursión. Después se encierra en su habitación y moja de lágrimas el colchón, gritando su injusticia. Yo le digo que ser diferente está bien.
- ¿Cómo se puede mantener un hijo siendo tan pobre?
- El truco está en hacer que todo sea lo más normal posible. Por las mañanas, Jimmy se baña calentito y luego desayuna un poco de leche rancia y un poco de pan con la mermelada que robo la tarde anterior en una tienda cercana. Se peina su pelo grasiento y se viste. Él es muy vergonzoso en ese aspecto y corre a su habitación a hacerlo, aunque creo (y él no me lo dice) que se viste en privado para que no me dé cuenta que la ropa le queda grande y que es de su abuelo. Cuando se va al colegio, realmente estoy más ocupado de la cuenta, ya que me paso todo el tiempo buscando trabajo y consiguiendo algo de comida. En el colegio, Jimmy siempre encuentra alguna que otra fruta para media mañana, ya sea en un árbol del jardín o en la parte superior de un cubo de basura. Él tiene una teoría, y es que la comida todavía es comestible si no pasan veinte segundos desde el momento en que se tiró. Y así, Jimmy observa a la gente y su teoría funciona. Yo le felicito por ser un buen detective al llegar a casa, cuando los dos estamos en la mesa con un trozo de queso sobre el plato. Y en ese momento hay que jugar a los ratones, por lo que uno es el gato y otro el roedor. Y uno de los dos se queda sin el queso, ya que mientras que el ratón tiene que atraparlo, el gato tiene que robárselo. Y el ratón siempre gana, por lo que el gato se queda sin queso. Jimmy siempre me llama «¡Perdedor! ¡Has perdido el queso! ¡Menudo gato tan torpe!» cuando consigue el trozo, mientras lo devora como si fuera lo primero que come en mucho tiempo. Por la noche, cuando nos hemos cansado de leer libros viejos y dar paseos jugando a ver quién encuentra antes un anuncio de gente que busca a superhéroes por un precio increíblemente bajo (ya que los superhéroes trabajan por poco porque son superpoderosos), sacamos el colchón al jardín y contemplamos las estrellas. Jimmy busca a su madre por todo el cielo hasta que señala la estrella más brillante y le susurra un «algún día estaré contigo arriba, al lado de esa estrella tan brillante». Lo curioso es que Jimmy siempre señala una estrella diferente. Me pregunto si alguna vez caerá en la cuenta de que su madre no está al lado de ninguna estrella, sino que es una de ellas. Y así todos los días…rezando para que los servicios sociales no se den cuenta de nuestro juego y se lo lleven a la cueva del pingüino, en las alcantarillas. Siempre fuimos humildes, pero vivíamos más o menos bien hasta que me echaron del trabajo. No querían demasiados barrenderos por estas calles.
- Yo era abogado. Y era un ser despreciable. Bueno, en realidad me fui convirtiendo con el tiempo porque hasta mi madre me dijo un día que yo no parecía su hijo. Alcancé el éxito más exagerado tras ganar un caso que parecía imposible, pero todo se vino abajo por la envidia de mis primos. Destruyeron mi familia y convencieron a mis seres queridos de que yo no valía la pena. Mi altivez fue la gota que colmó el vaso, por lo que el juego les salió redondo. Primero fue la bebida, luego el casino…y luego mi total destrucción. Pronto me quedé sin dinero y me vi obligado a mendigar por los supermercados y el centro. Pero todavía conservaba mi móvil y mis ropas bien perfumadas y elegantes. De poco me sirvió. La gente te mira mal si te ve en una puerta del supermercado. Esta lata ha permanecido quieta desde entonces; no se ha movido porque no alerto a la gente agitando el bote para que me den dinero. Prefiero que se den cuenta de que lo paso mal cuando tengo arcadas al dolerme la barriga o cuando se me ponen los ojos en blanco de inanición. Todo el mundo me ha dado de lado. Y mi día a día no es muy diferente del tuyo. De seis de la mañana a doce me recorro la ciudad buscando algún anuncio misericordioso y después vuelvo a mi puesto de guardia, con mi lata fiel. En mi cartel no digo que estoy en paro o que soy de este país. Simplemente digo la verdad, que tengo hambre; porque en verdad no hay un solo minuto en el cual me sacie. Lo más abundante que he comido en dos años ha sido una pera. Y bueno, unas patatas fritas que habían tirado unos niñatos pijos al salir del Burger Seat. Si te digo la verdad, de noche es cuando peor lo paso, cuando vienen a pegarme y a meterse conmigo. Yo la calle la trato con respeto, pero hay personas que se divierten quitándome los cartones, dándome patadas o rociándome con gasolina, amenazándome con limpiar las calles de ratas como yo para que la ciudad tenga una imagen mejor. A lo mejor si me diesen una cebolla podrían limpiarla mejor. Y luego, puede que esos abusones caigan en desgracia y acaben viviendo en la calle. ¿Y ahora qué? Que si lamentos por haberse metido con un mendigo, que si castigo divino. La humanidad nunca aprende. Somos inútiles.
- Puede que la mayoría de personas vean la noche como divertimento o descanso. Yo la veo como la personificación de esa muerte que está por venir, de la soledad y la angustia.
- Pues yo creo que es el mejor momento para robar y vengarte de todas esas miradas que a lo largo del día te alcanzan como puñales afilados y te desgarran las entrañas. Una tienda de comestibles, un supermercado o un pequeño comercio inofensivo. Todo vale cuando se trata de llenar el estómago, amigo. La calle es difícil, muy difícil. No es lo mismo que ir a buscarse la vida durante el día y luego dormir en unas cuantas plumas bajo un techo o un colchón. La calle, por muy libre que parezca, es una cueva de osos donde no hay que bajar la guardia en ningún momento. Pueden atacarte, escupirte, señalarte, robarte…o incluso algo peor en contra de tu voluntad. Nunca sabes con quién te vas a encontrar al abrir los ojos. Aunque yo he tenido mucha suerte en ese aspecto, ya que mis propios compañeros de profesión (ya sabe que decir las cosas de forma irónica alimenta el alma y la positividad) me «cuidan». La mayoría de gente que mendiga no lo hace realmente. Hace tiempo vi a un hombre bien vestido y jugando al móvil mientras esperaba a que alguien le diese unas monedas. Si yo fuera él, ¿no habría sido más sensato aprovechar todo ese tiempo en buscar un trabajo? Si tienes un móvil y ropa que huele a limpio tienes más posibilidades de que te contraten. También hay otros que son magníficos escritores, ya que sus carteles de necesidad se convierten en verdaderas biblias. Pero luego, cuando las pobres señoras le dan algún céntimo, corren al supermercado a por un cartón de vino o al estanco a por un paquete de tabaco. ¿No es vergonzoso? Por no decir la gente que rechaza comida por dinero. Seguro que se van a comprar unos zapatos de claqué y por eso prefieren que sueltes la pasta antes de que te des cuenta de que su estómago está lleno y todo es una farsa para seguir estafando a las personas. ¿Y qué me dices aquellos que utilizan las enfermedades como excusa? Mala suerte; el ser humano es demasiado malvado y cruel para sentir pena. ¿Todavía no se han dado cuenta de que el 90 % tenemos el corazón hecho de la piedra más dura?
- Por eso tu caso me llamó tanto la atención. Dos palabras, tan sencillo como la vida misma. Es difícil encontrar a alguien tan sincero…
- De hecho, por estos lares creo que soy el único. Bueno…quizá no. ¿Conoces a la niña de los ojos azules?
- Creo…que no tengo el gusto.
- La llamamos así porque ella se siente muy joven, pero en realidad tiene setenta y nueve años. No es de aquí, nació en Europa del Este, pero como si lo fuera. Tiene un desparpajo increíble, aunque no lo muestra cuando trabaja de cara al público. Se pone todos los días en su esquina de la calle principal con una expresión llorosa y dramática. Ella luego nos dice que es para ver si alguno afloja el bolsillo, pero en verdad creo que lo está pasando muy mal. Sus hijos no la querían en casa y le dieron una patada en el culo. No hay más que verla: sus arrugas todo marcadas y sus comisuras labiales llenas de años, como los troncos de los árboles. Apenas extiende la mano para ver si hay suerte y una moneda o dos caen del cielo. Tengo que decir que es la persona más humilde que me he encontrado nunca. Alguna que otra vez compartió pan y chocolate conmigo. Ese fue uno de los mejores días de mi vida. De hecho, nunca lo olvidaré. Llegaba envuelta en pequeñas monedas y compró comida para todos, como si fuéramos sus nietos. Una chica negrita con un gorro de lana que le ocupaba media cara se puso a llorar cuando rozó el chocolate entre sus manos. Había una pareja de mendigos que se reía detrás de nosotros, advirtiéndonos que la vieja se estaba burlando. Más me reí yo cuando a la semana les robaron las mochilas. La mujer, con la cara congestionada, no paraba de chillar. Como ve, todo esto es un mundo.
Deen miró al indigente con un rayo de piedad. Era el momento.
- Puede que la niña de los ojos azules sea honesta. Pero quizás yo no lo he sido del todo.
- Lo sé, Sr. Stevenson.
Deen se quedó pasmado al oír su apellido. De repente, lo entendió todo.
- Vi fácilmente su tarjeta en el bolsillo de su camisa medio rota. Deen Stevenson. Así que Multiesencias, ¿no? ¿No es ese el centro comercial que hay en la calle principal?
- Tu historia me ha conmovido. Y quise compartir la mía contigo. Todo lo que te conté sobre Jimmy es verdad, y bueno, todo lo que pasé también es cierto. Pero mi vida dio un giro de trescientos sesenta grados gracias a que nunca perdí la esperanza. Y ahora trabajo en la administración del centro comercial. 
- Sí, tiene pinta de ello. Me alegro de que no sea un «maestro de la represión».
- No, no le estoy engañando ahora. No soy un poli o algo parecido. Vengo a ofrecerle trabajo. Quiero que salga de la calle y que comience una nueva vida.
Los ojos del chico se abrieron como platos, mostrando el amago de lo que serían minutos después una cascada de lágrimas.
- ¿Qué me dices? Un puesto de trabajo en la secretaría de Multiesencias. El primer mes la empresa se encarga de todas tus necesidades: ropa, alimentación, transporte…Yo personalmente me encargaré de motivar tu comienzo.
- Y, dime… ¿por qué he de fiarme de ti? ¿Por qué hace esto exactamente? Soy una persona que ha sufrido mucho y que ha recibido palizas por todos lados. ¿Y si luego me deja tirado?
- Hago esto por mi hijo. Murió hace un año y medio, cuando todavía vivíamos en la miseria. ¿Sabes lo que más me duele? Que Jimmy nunca conoció el hecho de vivir sin preocupaciones. Siempre tenía que correr para que no se acabara el agua caliente, o recibir un juguete usado y viejo (posiblemente robado) cada tanto. Nunca supo por qué los Reyes Magos o el Ratoncito Pérez eran los que se portaban mal en vez de él. Su infancia estaba hundida en el lodo. Y murió de hipotermia en el invierno. Adivina qué…yo no pude pagar sus medicamentos. Por eso se lo debo. Y quiero hacer esto. Estoy decidido. Ya no puedo cambiarle la vida… ¿por qué no hacerlo con otra persona que lo pasó aún peor que él?
El joven indigente se levantó y le dio un fuerte abrazó a Deen, susurrándole entre lágrimas:

- Ahora sé cómo devolverle el gesto del chocolate a mi amiga de los ojos azules. 

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