domingo, 13 de agosto de 2017

Medusa



Los hombres más ancianos se sentaban a descansar cerca de los restos de la hoguera de la noche pasada. Se secaban el sudor con un pañuelo viejo y medio roto, mientras que los más jóvenes cargaban cestos cargados de especias y pescado, ayudados de las mujeres. Los largos carros que rellenaban los huecos entre las inmensas carpas esperaban impacientes la llegada de la mercancía. Hacía tanto calor que todos teníamos la impresión de arder, incluso de formar parte de aquella hoguera que ya expiraba bajo los rayos del astro rey.
            Me sacudí la arena de la túnica y me até bien las sandalias. Caminar por aquella arena era un largo calvario que se acentuaba con las brasas imaginarias que se clavaban entre los dedos. Altair estaba rodeado de un grupo de gente que lo observaba atentamente. Cuando contaba alguna historia de las suyas, todos los niños le tiraban de la parte baja de la túnica y le pedían que les destripara el final. Las madres se limitaban, desde una distancia prudente, a oír aquellas palabras. Y cierto es que Altair tenía una forma de contar impresionante. Movía todo el tiempo las manos, buscando llamar la atención con sus palabras y gesticular los hechos que por su propia boca se narraban. Como decían los más sabios, la juventud era digna de guardar uno de los tesoros más nobles del ser humano: el hecho de contar, de sentir, de emocionarse, de vivir intensamente.
            - ¡Esta noche os contaré la historia de la temible Medusa! - les decía a los chavales que se arremolinaban al nivel de sus rodillas.
            Aquella noche, Altair se sentó en la hoguera, que volvía a arder como la noche anterior, y llamó al fuego a todas aquellas personas que quisieran oír la historia más interesante y perturbadora de sus vidas. Algunos decían que el joven juglar era un loco que se inventaba las historias más extravagantes para poder encajar en el grupo y ser aceptado por todos los nuestros. Otros, en cambio, preferían creer que Altair respiraba de la magia de sus historias, de las sonrisas de aquellas madres que disfrutaban viendo a sus hijos emocionarse con los cuentos que relataba. Altair era feliz con los niños, con el cielo estrellado acogiendo sus historias y con los corazones felices de aquellos que dedicaban un rato antes de irse a dormir para ser ellos mismos.
            - Deja de contar cuentos de viejas y ayúdanos a cargar los últimos fardos. Estoy seguro de que los comerciantes de la Gran Ciudad van a agradecer más lo que contienen nuestros sacos que tu palabrería simplona.
            Altair hacía oídos sordos a los demás jóvenes, que además de cargar la mercancía con aires de héroe, siempre se vanagloriaban de su increíble físico. Las chicas estaban locas por ellos y por su piel morena. Pero a él no le importaba nada de eso. Altair estaba acostumbrado a ser interrumpido, dejado en evidencia o incluso humillado. Los fortachones no significaban nada para él.
            Cuando el manto celestial parecía estar más lleno de pequeñas bolas de fuego, Altair atizó las llamas de la hoguera y apartó algunos trozos de madera quemada a un lado.
            - Hoy aprovecharé la noche tan oscura para contaros una historia muy negra, muy triste, desgarradora-. Altair levantó los brazos para dar sensación de dramatismo a su relato- Medusa, para algunos, una cruel criatura que tiene serpientes en vez de cabellos, y que también posee una gran cola de reptil. Aunque eso no es lo peor. Tiene escamas por todo el torso y en vez de ojos tiene dos bolas de fuego que pueden petrificar con la mirada a todo ser viviente. Un monstruo aterrador, sin duda- Vio que algunos niños se estaban empezando a asustar. Bajo los brazos por si acaso la cosa iba a más-. Pero ¿y si os digo que su verdadera historia no tiene nada que ver con la imagen con la que fue recordada para toda la eternidad? Detrás de cada hombre, o de cada mujer, se esconde una increíble verdad. Detrás de cada criatura malvada y llena de odio, se esconde un noble y gran corazón. Medusa no siempre fue tan malvada como pensáis. Nunca fue aquel monstruo que se enfrentó a Perseo y salvajemente lo intentó matar. Medusa era una mujer, una persona mortal e igual que nosotros. Pero el destino no siempre tiene reservado un futuro dulce a aquellos que nacen afortunados.
            » Hija de Forcis y Ceto, Medusa fue engendrada en el mar, hogar de sus padres. Cuenta la leyenda que el día de su nacimiento, Forcis, su padre, la recogió en la orilla al ver que la niña salía del agua caminando sobre la superficie. Era de una hermosura increíble: ojos azules perla, cabello cobrizo y rostro ancho. Sus hermanos y hermanas, todas criaturas horrorosas y deformadas debido al linaje monstruoso de Ceto, acogieron a la pequeña Medusa con dulzura y curiosidad, excepto una: Esteno. Junto con su hermana, Euríale, permanecía atenta a toda oportunidad para eliminar a aquella muchachita odiosa tan bella como el brillo de las aguas del mar. Y es que no podía tener más razones, ya que Medusa no destacaba solo por su belleza, sino también por su encanto e inteligencia. Creció fuerte sobre la tierra, entrenada por el centauro Alphard, amigo de su padre Forcis, en el arte del arco, la lanza y la lira.
            Se cuenta que a veces Medusa se sentaba sobre una roca y deleitaba a todos los presentes con su lira, para después centrar su entrenamiento en la práctica del arco. Según Alphard y su séquito de centauros, la joven gorgona superaba en este arte a las amazonas de las islas del sur y a las valquirias de las tierras del norte. En las crónicas de estas tribus de seres medio hombres medio caballos habían aparecido escritos referidos a Medusa que cuentan que la joven había defendido el poblado donde vivía de los saqueadores. El poderoso arco de Medusa había conseguido más de doscientas bajas. Y por ello fue recordada en las letras de los sabios del bosque.
            Pero Esteno, su envidiosa hermana, había convencido a su padre, Forcis, de la naturaleza malvada de Medusa, haciéndole creer que un día volvería para arrebatarle el trono del mar. Forcis, enloquecido, hizo hundir la isla donde vivía su hija, causando un desastre gigantesco que extinguió el legado de varias criaturas fantásticas y que hoy no creeríamos que existieron. Esteno sentía un odio infinito por su hermana pequeña y estaba dispuesta a hacerle la vida imposible, aunque estuviera a millas y millas de distancia y su hermana Euríale hubiera desistido de acabar con la favorita de sus padres. El desastre, a pesar de saldarse con las bajas de varios amigos y protectores de Medusa, acrecentó la ira del emperador de los mares, el dios Poseidón, el cual pidió a Forcis un sacrificio para remediar la ofensa que tanto había manchado su honor de protector de la estabilidad del océano. El anciano padre, movido por los hilos tétricos de su hija mayor Esteno, invocó su magia acuática para capturar a Medusa y entregársela a Poseidón sin ninguna pizca de piedad. Se cuenta que, durante los siguientes cincuenta días, a la par que se oía los chillidos de Medusa al ser brutalmente violada, también se podían escuchar las risas malévolas de su hermana mayor por haber llevado a cabo triunfalmente sus planes. Cuando Poseidón devolvió a tierra a Medusa, los centauros la encontraron delirando, con fiebre, ensangrentada y débil. Aquella parecía más una anciana enloquecida que una bella musa del mar. Alphard la curó sin rechistar.
            Medusa tardó varias semanas en recuperarse, pero a pesar de que todo ya había pasado, el horroroso recuerdo de su violación la taladraba todas las noches cuando dormía. Tres veces agradeció su condición de mortal para quitarse la vida cuando se enteró de que llevaba en su vientre el hijo de un dios. Pero no tuve suerte ninguna de las veces.
            - No es el hijo de un dios- le decía a su viejo amigo Alphard-. Es el hijo de un criminal. ¡Juro por mi vida que desafiaré a todos los dioses con tal de acabar con la luz eterna del dios de los mares! ¡Criminal! ¡Criminal! ¡Mil veces criminal!
            En ese momento, una ola gigantesca se elevó a lo lejos, en el amplio horizonte. No hicieron falta muchos minutos para que estallara contra la orilla y ahogara al centauro, dejando a Medusa sola y desamparada. La ira de Poseidón había hecho acto de presencia. A partir de aquel entonces, los demás se alejaron de ella, creyendo que estaba maldita. Medusa, por su parte, rehusó de relacionarse, aislándose a una cueva en lo más alto de una montaña, eternamente marcada por el estigma de su violación y su desgracia.
            Un día ventoso de verano, Medusa conoció a un joven pastor llamado Orión, el cual solía sacar a pastar a su pequeño rebaño por la montaña. La joven, temerosa de que el chico se asustara de su aspecto tan sucio y demacrado, echó a correr en cuanto lo vio, aunque no tardó en sentir curiosidad cuando el joven se dio cuenta de su presencia y se acercó a preguntarle si estaba perdida. Medusa asintió y aceptó la oferta de pasar una noche en su cabaña. Pero mientras dormía en el lecho tan humilde que Orión le había ofrecido, se despertó de repente por un escalofrío y notó que la Luna proyectaba una sombra monstruosa en la pared de piedra. Al volverse, Orión dio un salto hacia atrás, vela en mano y aterrado por la reacción de la joven.
            - Estabas hablando en sueños. Creía que podrías necesitar algo…o el hijo que llevas dentro.
            - No…en realidad, estoy bien. Te…lo agradezco.
            Los meses pasaron, y Medusa decidió quedarse a vivir con él. El parto no fue fácil, aunque el niño nació sano y salvo, lejos de las garras de Forcis y Poseidón. De nombre le pusieron Pegaso. Pero la suerte se volvió a truncar cuando, un día frío de tormenta, Medusa se dio cuenta de la temible verdad. Aquel pastor en el que había confiado no era otra que su malévola hermana, Esteno, la cual se había disfrazado de ser humano para vigilarla y proyectaba sombras monstruosas sobre la superficie de la pared, dejando ver su verdadera identidad. Aquellos cabellos de víbora y cuerpo grueso como un tronco del árbol le resultaban familiares a Medusa. Pero sobre todo el sonido de su temible cola; ese sonido tintineante que siempre había caracterizado a Esteno y que se plasmaba en lo más oscuro de sus sombras pétreas.
            Cuando Esteno se dio cuenta de que Medusa sabía la verdad, arrastró de los pelos a su hermana y a su hijo y los llevó hasta un acantilado cercano, también muy cerca de la cueva donde se había refugiado tras la muerte de Alphard. Invocó a la diosa Atenea y le ofreció el cuerpo del bebé, el cual rugía al mismo tiempo que los truenos de la tormenta. Atenea, la todopoderosa del saber y la justicia, aceptó el bebé como sacrificio por la ofensa acometida a su tío, el dios Poseidón, y transformó a Medusa en un horrible monstruo con cabellos y cola de serpiente y escamas por todo el cuerpo. Su belleza quedó deformada: sus dientes se transformaron en colmillos, sus bellos ojos perla en ojos de reptil y su boca en una fea hendidura torcida. La diosa Atenea, enfurecida por la presencia de aquella horrible criatura que había creado, le dijo así:
            - Medusa, atrevida y colérica criatura. Huyes de tu destino como un lobo huye de los bosques para presentar respeto a la Luna. A partir de hoy no serás nada más que un monstruo, como toda tu familia, como ha de ser. Tu destino solo puede ser justo cuando vivas sola, sin nadie, exiliada a esa cueva cercana donde meditarás todo el daño que al Mundo has hecho. Y vivirás eternamente, atormentada hasta el fin de los días. En cuanto a tu hijo Pegaso, nacido de la más absoluta corrupción y el más indeseado caos, también se convertirá en criatura. Ese es tu castigo por perturbar el orden del Universo- Luego se dirigió a Esteno y con voz imperiosa le gritó- Y tú, vil hermana, envidiosa en cada una de las miles de gotas de sangre que te corren por el cuerpo. Tú también recibirás tu castigo por tu maldad y tus malas intenciones. A partir de hoy, aunque tu hermana reciba este aspecto tan monstruoso, ella será inmortal, privilegio que gozabas tú antes. Y, en cambio, solo tendrás el poder de petrificar con la mirada como único método de defensa, ya que serás mortal, como lo fue Medusa. Al contrario que tu hermana, siéntete afortunada, pues te concedo la libertad. Y recordad- De la mano izquierda de Atenea surgió una lanza de luz- Nadie escapa de la mirada de los dioses.
            Y desapareció tras sumergirse en un océano de luz y niebla. Medusa se contempló las garras que Atenea le había regalado mientras su hijo Pegaso levitaba por los aires y se transformaba poco a poco en lo que iba siendo un corcel alado. La inmensidad de sus alas y la larga cabellera blanca le daban un aspecto fiero y salvaje. Desapareció en la niebla tras mirar por última vez a su madre y echar a volar entre lágrimas.
            - ¡Hijo mío! ¡Hijo mío!
            Medusa gritaba y gritaba, pero Pegaso ya se había alejado lo suficiente para no oír a su madre. La voz de la gorgona retumbaba en el agua del mar, como si un demonio estuviera chillando desde las profundidades marinas. Medusa, asustada por la gravedad de su voz y por la reacción agresiva de las miles de culebras que tenía como cabellos, resbaló con una piedra y chocó su espalda contra la larga cola de serpiente. Conmocionada, se dio cuenta de que su hermana Esteno, convertida en mortal, había huido despavorida.
            Pero la venganza de Medusa solo había hecho nada más que comenzar. Se armó con su arco y un escudo de bronce y juró buscar a su hermana por cielo y por tierra hasta encontrarla. No descansaría hasta ver la cabeza de Esteno pegada a su recién elaborado escudo. Por su parte, Esteno se intentó esconder, con las pocas facilidades que la mortalidad le había dado, pero nadie era rival para la nueva Medusa, aquel monstruo guerrero que había desarrollado habilidades nuevas y mejorado otras. Esteno fue arrastrada por los dientes hasta la cueva de su hermana menor, donde allí, a pesar de los gritos desesperados de la desdichada gorgona y la intervención inútil de Forcis y Euríale, Medusa le clavó una fecha en el pecho a Esteno y luego le rebanó la cabeza de un tajo, no sin antes decirle:
            - Hermana, te mataré antes de que se consuma mi venganza. Una flecha en tu corazón sentirás antes de que la cabeza del cuerpo te desgarre y la plasma en mi escudo. Tendré una cosa contigo que tú conmigo no tuviste: piedad.
            Acto seguido, arrastró el cuerpo de su hermana al mar y vertió su sangre en él, tiñendo el agua de rojo, por lo que algunos pastores y campesinos dicen haber visto el mar rojo por algún lado, al este. Con la cabeza hizo lo prometido. Con un poco de sangre reseca, la colocó en el escudo de bronce y le abrió la boca, en señal de derrota. Dicen que la noche de la venganza, las carcajadas de locura de Medusa se oían a miles y miles de leguas.
            Cuando Perseo llegó a la cueva de Medusa por orden del rey Polidectes y guiado por la diosa Atenea, la cual todavía sentía una furia incontenible hacia la Gorgona, se encontró a Medusa frente a frente, cultivada en medio de la oscuridad. Pero, a pesar de las advertencias de los viejos de que la criatura mataba con la mirada, Perseo, en un descuido, no había podido resistirse a mirar aquellos feroces ojos. Y, efectivamente, al conceder Atenea el don de la petrificación a Esteno y no a Medusa, Perseo no sufrió las consecuencias de convertirse en piedra. Cuenta la leyenda que no lucharon, que una simple mirada bastó para que Perseo comprendiera la dureza de aquellas pupilas monstruosas. Medusa soltó el arco y el escudo e invitó al héroe a sentarse. Toda la noche se pasaron hablando, cada uno le contó su historia al otro, emocionados, para después llorar desconsoladamente al alba. El héroe había conocido por fin la verdadera historia del villano. Atenea, que estaba dispuesta a debilitar la inmortalidad de la Gorgona para que Perseo acabara de una vez por todas con ella y así la diosa pudiera limpiarse de todo asesinato posible, quedó horrorizada ante la inesperada compasión, y huyó enfurecida sin saber qué hacer.
            Perseo se apiadó de Medusa y le prometió no acecharla, a pesar de que no se había creído que ella era completamente inmortal. Medusa, como regalo por su comprensión, le entregó la cabeza de su hermana, Esteno, la cual arrancó del escudo para dársela al héroe. Y así, gracias a su enemigo, Perseo pudo matar al lujurioso rey Polidectes y a Ceto, monstruo marino y madre de las gorgonas, que acechaba a la bella Andrómeda. La mirada paralizadora de Esteno le acompañó siempre, y no la de Medusa, como todos los que escucharon alguna vez la «falsa historia» creen. Así como la que murió no fue tampoco la desgraciada gorgona, sino su hermana, asesinada por Medusa, y no por Perseo, como todos saben. Atenea, ahogada en su propia trampa, enloqueció al darse cuenta de que su plan final para acabar con su enemiga había fracasado e hizo estallar la lanza de luz en los cielos.
            Nadie sabe dónde se encuentra Medusa ahora, pero es cierto que los viajeros, comerciantes y pastores miran dos veces una cueva antes de descansar allí, ya que Medusa sigue sedienta de venganza por los crímenes que nunca cometió. «
            Altair se levantó de un salto y dio finalizada su historia, retirándose a su carpa después de recibir los elogios de los presentes y los múltiples aplausos. Los niños abrazaban a sus madres, incluso algunos lloraban de pena por la desgracia que había impregnado la vida de nuestra valiente protagonista. Algunos jóvenes fornidos que habían llamado la atención a Altair se habían parado a escuchar la historia y, avergonzados por la situación, tuvieron que admitir que Altair era un gran juglar. Cuando el Sol despuntaba por el horizonte y toda la gente ya se había marchado, me quedé sentado junto a la agónica hoguera a sentir el viento fresco de la mañana en mi rostro.

            Me pregunté si el hijo de Medusa estaría volando ahora mismo las tierras del Oeste, buscando desesperadamente a su madre con la ayuda de sus nuevas y torpes alas. También me pregunté si aquella serpentina criatura seguía morando en la cueva donde se encontró con Perseo y le ayudó. A pesar de todo, aunque todo el mundo la rechazaba y había sido culpada de todo tipo de horrores, nadie podía dudar a partir de aquel momento que Medusa conservaba la pureza de su corazón.