Los
hombres más ancianos se sentaban a descansar cerca de los restos de la hoguera
de la noche pasada. Se secaban el sudor con un pañuelo viejo y medio roto,
mientras que los más jóvenes cargaban cestos cargados de especias y pescado,
ayudados de las mujeres. Los largos carros que rellenaban los huecos entre las
inmensas carpas esperaban impacientes la llegada de la mercancía. Hacía tanto
calor que todos teníamos la impresión de arder, incluso de formar parte de
aquella hoguera que ya expiraba bajo los rayos del astro rey.
Me sacudí la arena de la túnica y me
até bien las sandalias. Caminar por aquella arena era un largo calvario que se
acentuaba con las brasas imaginarias que se clavaban entre los dedos. Altair
estaba rodeado de un grupo de gente que lo observaba atentamente. Cuando
contaba alguna historia de las suyas, todos los niños le tiraban de la parte
baja de la túnica y le pedían que les destripara el final. Las madres se
limitaban, desde una distancia prudente, a oír aquellas palabras. Y cierto es
que Altair tenía una forma de contar impresionante. Movía todo el tiempo las
manos, buscando llamar la atención con sus palabras y gesticular los hechos que
por su propia boca se narraban. Como decían los más sabios, la juventud era
digna de guardar uno de los tesoros más nobles del ser humano: el hecho de
contar, de sentir, de emocionarse, de vivir intensamente.
- ¡Esta noche os contaré la historia
de la temible Medusa! - les decía a los chavales que se arremolinaban al nivel
de sus rodillas.
Aquella noche, Altair se sentó en la
hoguera, que volvía a arder como la noche anterior, y llamó al fuego a todas
aquellas personas que quisieran oír la historia más interesante y perturbadora
de sus vidas. Algunos decían que el joven juglar era un loco que se inventaba
las historias más extravagantes para poder encajar en el grupo y ser aceptado
por todos los nuestros. Otros, en cambio, preferían creer que Altair respiraba
de la magia de sus historias, de las sonrisas de aquellas madres que
disfrutaban viendo a sus hijos emocionarse con los cuentos que relataba. Altair
era feliz con los niños, con el cielo estrellado acogiendo sus historias y con
los corazones felices de aquellos que dedicaban un rato antes de irse a dormir
para ser ellos mismos.
- Deja de contar cuentos de viejas y
ayúdanos a cargar los últimos fardos. Estoy seguro de que los comerciantes de
la Gran Ciudad van a agradecer más lo que contienen nuestros sacos que tu
palabrería simplona.
Altair hacía oídos sordos a los
demás jóvenes, que además de cargar la mercancía con aires de héroe, siempre se
vanagloriaban de su increíble físico. Las chicas estaban locas por ellos y por
su piel morena. Pero a él no le importaba nada de eso. Altair estaba
acostumbrado a ser interrumpido, dejado en evidencia o incluso humillado. Los
fortachones no significaban nada para él.
Cuando el manto celestial parecía
estar más lleno de pequeñas bolas de fuego, Altair atizó las llamas de la
hoguera y apartó algunos trozos de madera quemada a un lado.
- Hoy aprovecharé la noche tan
oscura para contaros una historia muy negra, muy triste, desgarradora-. Altair
levantó los brazos para dar sensación de dramatismo a su relato- Medusa, para
algunos, una cruel criatura que tiene serpientes en vez de cabellos, y que
también posee una gran cola de reptil. Aunque eso no es lo peor. Tiene escamas
por todo el torso y en vez de ojos tiene dos bolas de fuego que pueden
petrificar con la mirada a todo ser viviente. Un monstruo aterrador, sin duda-
Vio que algunos niños se estaban empezando a asustar. Bajo los brazos por si
acaso la cosa iba a más-. Pero ¿y si os digo que su verdadera historia no tiene
nada que ver con la imagen con la que fue recordada para toda la eternidad?
Detrás de cada hombre, o de cada mujer, se esconde una increíble verdad. Detrás
de cada criatura malvada y llena de odio, se esconde un noble y gran corazón.
Medusa no siempre fue tan malvada como pensáis. Nunca fue aquel monstruo que se
enfrentó a Perseo y salvajemente lo intentó matar. Medusa era una mujer, una
persona mortal e igual que nosotros. Pero el destino no siempre tiene reservado
un futuro dulce a aquellos que nacen afortunados.
» Hija de Forcis y Ceto, Medusa fue
engendrada en el mar, hogar de sus padres. Cuenta la leyenda que el día de su
nacimiento, Forcis, su padre, la recogió en la orilla al ver que la niña salía
del agua caminando sobre la superficie. Era de una hermosura increíble: ojos
azules perla, cabello cobrizo y rostro ancho. Sus hermanos y hermanas, todas
criaturas horrorosas y deformadas debido al linaje monstruoso de Ceto,
acogieron a la pequeña Medusa con dulzura y curiosidad, excepto una: Esteno.
Junto con su hermana, Euríale, permanecía atenta a toda oportunidad para
eliminar a aquella muchachita odiosa tan bella como el brillo de las aguas del
mar. Y es que no podía tener más razones, ya que Medusa no destacaba solo por
su belleza, sino también por su encanto e inteligencia. Creció fuerte sobre la
tierra, entrenada por el centauro Alphard, amigo de su padre Forcis, en el arte
del arco, la lanza y la lira.
Se cuenta que a veces Medusa se
sentaba sobre una roca y deleitaba a todos los presentes con su lira, para
después centrar su entrenamiento en la práctica del arco. Según Alphard y su
séquito de centauros, la joven gorgona superaba en este arte a las amazonas de
las islas del sur y a las valquirias de las tierras del norte. En las crónicas
de estas tribus de seres medio hombres medio caballos habían aparecido escritos
referidos a Medusa que cuentan que la joven había defendido el poblado donde
vivía de los saqueadores. El poderoso arco de Medusa había conseguido más de
doscientas bajas. Y por ello fue recordada en las letras de los sabios del
bosque.
Pero Esteno, su envidiosa hermana,
había convencido a su padre, Forcis, de la naturaleza malvada de Medusa,
haciéndole creer que un día volvería para arrebatarle el trono del mar. Forcis,
enloquecido, hizo hundir la isla donde vivía su hija, causando un desastre
gigantesco que extinguió el legado de varias criaturas fantásticas y que hoy no
creeríamos que existieron. Esteno sentía un odio infinito por su hermana
pequeña y estaba dispuesta a hacerle la vida imposible, aunque estuviera a
millas y millas de distancia y su hermana Euríale hubiera desistido de acabar
con la favorita de sus padres. El desastre, a pesar de saldarse con las bajas
de varios amigos y protectores de Medusa, acrecentó la ira del emperador de los
mares, el dios Poseidón, el cual pidió a Forcis un sacrificio para remediar la
ofensa que tanto había manchado su honor de protector de la estabilidad del océano.
El anciano padre, movido por los hilos tétricos de su hija mayor Esteno, invocó
su magia acuática para capturar a Medusa y entregársela a Poseidón sin ninguna
pizca de piedad. Se cuenta que, durante los siguientes cincuenta días, a la par
que se oía los chillidos de Medusa al ser brutalmente violada, también se
podían escuchar las risas malévolas de su hermana mayor por haber llevado a
cabo triunfalmente sus planes. Cuando Poseidón devolvió a tierra a Medusa, los
centauros la encontraron delirando, con fiebre, ensangrentada y débil. Aquella
parecía más una anciana enloquecida que una bella musa del mar. Alphard la curó
sin rechistar.
Medusa tardó varias semanas en
recuperarse, pero a pesar de que todo ya había pasado, el horroroso recuerdo de
su violación la taladraba todas las noches cuando dormía. Tres veces agradeció
su condición de mortal para quitarse la vida cuando se enteró de que llevaba en
su vientre el hijo de un dios. Pero no tuve suerte ninguna de las veces.
- No es el hijo de un dios- le decía
a su viejo amigo Alphard-. Es el hijo de un criminal. ¡Juro por mi vida que
desafiaré a todos los dioses con tal de acabar con la luz eterna del dios de
los mares! ¡Criminal! ¡Criminal! ¡Mil veces criminal!
En ese momento, una ola gigantesca
se elevó a lo lejos, en el amplio horizonte. No hicieron falta muchos minutos
para que estallara contra la orilla y ahogara al centauro, dejando a Medusa
sola y desamparada. La ira de Poseidón había hecho acto de presencia. A partir
de aquel entonces, los demás se alejaron de ella, creyendo que estaba maldita.
Medusa, por su parte, rehusó de relacionarse, aislándose a una cueva en lo más
alto de una montaña, eternamente marcada por el estigma de su violación y su
desgracia.
Un día ventoso de verano, Medusa
conoció a un joven pastor llamado Orión, el cual solía sacar a pastar a su
pequeño rebaño por la montaña. La joven, temerosa de que el chico se asustara
de su aspecto tan sucio y demacrado, echó a correr en cuanto lo vio, aunque no
tardó en sentir curiosidad cuando el joven se dio cuenta de su presencia y se
acercó a preguntarle si estaba perdida. Medusa asintió y aceptó la oferta de
pasar una noche en su cabaña. Pero mientras dormía en el lecho tan humilde que
Orión le había ofrecido, se despertó de repente por un escalofrío y notó que la
Luna proyectaba una sombra monstruosa en la pared de piedra. Al volverse, Orión
dio un salto hacia atrás, vela en mano y aterrado por la reacción de la joven.
- Estabas hablando en sueños. Creía
que podrías necesitar algo…o el hijo que llevas dentro.
- No…en realidad, estoy bien. Te…lo
agradezco.
Los meses pasaron, y Medusa decidió
quedarse a vivir con él. El parto no fue fácil, aunque el niño nació sano y
salvo, lejos de las garras de Forcis y Poseidón. De nombre le pusieron Pegaso.
Pero la suerte se volvió a truncar cuando, un día frío de tormenta, Medusa se
dio cuenta de la temible verdad. Aquel pastor en el que había confiado no era
otra que su malévola hermana, Esteno, la cual se había disfrazado de ser humano
para vigilarla y proyectaba sombras monstruosas sobre la superficie de la
pared, dejando ver su verdadera identidad. Aquellos cabellos de víbora y cuerpo
grueso como un tronco del árbol le resultaban familiares a Medusa. Pero sobre
todo el sonido de su temible cola; ese sonido tintineante que siempre había
caracterizado a Esteno y que se plasmaba en lo más oscuro de sus sombras
pétreas.
Cuando Esteno se dio cuenta de que
Medusa sabía la verdad, arrastró de los pelos a su hermana y a su hijo y los
llevó hasta un acantilado cercano, también muy cerca de la cueva donde se había
refugiado tras la muerte de Alphard. Invocó a la diosa Atenea y le ofreció el
cuerpo del bebé, el cual rugía al mismo tiempo que los truenos de la tormenta.
Atenea, la todopoderosa del saber y la justicia, aceptó el bebé como sacrificio
por la ofensa acometida a su tío, el dios Poseidón, y transformó a Medusa en un
horrible monstruo con cabellos y cola de serpiente y escamas por todo el
cuerpo. Su belleza quedó deformada: sus dientes se transformaron en colmillos,
sus bellos ojos perla en ojos de reptil y su boca en una fea hendidura torcida.
La diosa Atenea, enfurecida por la presencia de aquella horrible criatura que
había creado, le dijo así:
- Medusa, atrevida y colérica
criatura. Huyes de tu destino como un lobo huye de los bosques para presentar
respeto a la Luna. A partir de hoy no serás nada más que un monstruo, como toda
tu familia, como ha de ser. Tu destino solo puede ser justo cuando vivas sola,
sin nadie, exiliada a esa cueva cercana donde meditarás todo el daño que al
Mundo has hecho. Y vivirás eternamente, atormentada hasta el fin de los días.
En cuanto a tu hijo Pegaso, nacido de la más absoluta corrupción y el más
indeseado caos, también se convertirá en criatura. Ese es tu castigo por
perturbar el orden del Universo- Luego se dirigió a Esteno y con voz imperiosa
le gritó- Y tú, vil hermana, envidiosa en cada una de las miles de gotas de
sangre que te corren por el cuerpo. Tú también recibirás tu castigo por tu
maldad y tus malas intenciones. A partir de hoy, aunque tu hermana reciba este
aspecto tan monstruoso, ella será inmortal, privilegio que gozabas tú antes. Y,
en cambio, solo tendrás el poder de petrificar con la mirada como único método
de defensa, ya que serás mortal, como lo fue Medusa. Al contrario que tu
hermana, siéntete afortunada, pues te concedo la libertad. Y recordad- De la
mano izquierda de Atenea surgió una lanza de luz- Nadie escapa de la mirada de
los dioses.
Y desapareció tras sumergirse en un
océano de luz y niebla. Medusa se contempló las garras que Atenea le había
regalado mientras su hijo Pegaso levitaba por los aires y se transformaba poco
a poco en lo que iba siendo un corcel alado. La inmensidad de sus alas y la
larga cabellera blanca le daban un aspecto fiero y salvaje. Desapareció en la
niebla tras mirar por última vez a su madre y echar a volar entre lágrimas.
- ¡Hijo mío! ¡Hijo mío!
Medusa gritaba y gritaba, pero
Pegaso ya se había alejado lo suficiente para no oír a su madre. La voz de la
gorgona retumbaba en el agua del mar, como si un demonio estuviera chillando
desde las profundidades marinas. Medusa, asustada por la gravedad de su voz y
por la reacción agresiva de las miles de culebras que tenía como cabellos,
resbaló con una piedra y chocó su espalda contra la larga cola de serpiente.
Conmocionada, se dio cuenta de que su hermana Esteno, convertida en mortal, había
huido despavorida.
Pero la venganza de Medusa solo
había hecho nada más que comenzar. Se armó con su arco y un escudo de bronce y
juró buscar a su hermana por cielo y por tierra hasta encontrarla. No
descansaría hasta ver la cabeza de Esteno pegada a su recién elaborado escudo. Por
su parte, Esteno se intentó esconder, con las pocas facilidades que la
mortalidad le había dado, pero nadie era rival para la nueva Medusa, aquel
monstruo guerrero que había desarrollado habilidades nuevas y mejorado otras.
Esteno fue arrastrada por los dientes hasta la cueva de su hermana menor, donde
allí, a pesar de los gritos desesperados de la desdichada gorgona y la
intervención inútil de Forcis y Euríale, Medusa le clavó una fecha en el pecho
a Esteno y luego le rebanó la cabeza de un tajo, no sin antes decirle:
- Hermana, te mataré antes de que se
consuma mi venganza. Una flecha en tu corazón sentirás antes de que la cabeza
del cuerpo te desgarre y la plasma en mi escudo. Tendré una cosa contigo que tú
conmigo no tuviste: piedad.
Acto seguido, arrastró el cuerpo de
su hermana al mar y vertió su sangre en él, tiñendo el agua de rojo, por lo que
algunos pastores y campesinos dicen haber visto el mar rojo por algún lado, al
este. Con la cabeza hizo lo prometido. Con un poco de sangre reseca, la colocó
en el escudo de bronce y le abrió la boca, en señal de derrota. Dicen que la
noche de la venganza, las carcajadas de locura de Medusa se oían a miles y
miles de leguas.
Cuando Perseo llegó a la cueva de
Medusa por orden del rey Polidectes y guiado por la diosa Atenea, la cual
todavía sentía una furia incontenible hacia la Gorgona, se encontró a Medusa
frente a frente, cultivada en medio de la oscuridad. Pero, a pesar de las
advertencias de los viejos de que la criatura mataba con la mirada, Perseo, en
un descuido, no había podido resistirse a mirar aquellos feroces ojos. Y,
efectivamente, al conceder Atenea el don de la petrificación a Esteno y no a
Medusa, Perseo no sufrió las consecuencias de convertirse en piedra. Cuenta la
leyenda que no lucharon, que una simple mirada bastó para que Perseo
comprendiera la dureza de aquellas pupilas monstruosas. Medusa soltó el arco y
el escudo e invitó al héroe a sentarse. Toda la noche se pasaron hablando, cada
uno le contó su historia al otro, emocionados, para después llorar
desconsoladamente al alba. El héroe había conocido por fin la verdadera
historia del villano. Atenea, que estaba dispuesta a debilitar la inmortalidad
de la Gorgona para que Perseo acabara de una vez por todas con ella y así la
diosa pudiera limpiarse de todo asesinato posible, quedó horrorizada ante la
inesperada compasión, y huyó enfurecida sin saber qué hacer.
Perseo se apiadó de Medusa y le
prometió no acecharla, a pesar de que no se había creído que ella era
completamente inmortal. Medusa, como regalo por su comprensión, le entregó la
cabeza de su hermana, Esteno, la cual arrancó del escudo para dársela al héroe.
Y así, gracias a su enemigo, Perseo pudo matar al lujurioso rey Polidectes y a
Ceto, monstruo marino y madre de las gorgonas, que acechaba a la bella
Andrómeda. La mirada paralizadora de Esteno le acompañó siempre, y no la de
Medusa, como todos los que escucharon alguna vez la «falsa historia» creen. Así
como la que murió no fue tampoco la desgraciada gorgona, sino su hermana,
asesinada por Medusa, y no por Perseo, como todos saben. Atenea, ahogada en su
propia trampa, enloqueció al darse cuenta de que su plan final para acabar con
su enemiga había fracasado e hizo estallar la lanza de luz en los cielos.
Nadie sabe dónde se encuentra Medusa
ahora, pero es cierto que los viajeros, comerciantes y pastores miran dos veces
una cueva antes de descansar allí, ya que Medusa sigue sedienta de venganza por
los crímenes que nunca cometió. «
Altair se levantó de un salto y dio
finalizada su historia, retirándose a su carpa después de recibir los elogios
de los presentes y los múltiples aplausos. Los niños abrazaban a sus madres,
incluso algunos lloraban de pena por la desgracia que había impregnado la vida
de nuestra valiente protagonista. Algunos jóvenes fornidos que habían llamado
la atención a Altair se habían parado a escuchar la historia y, avergonzados
por la situación, tuvieron que admitir que Altair era un gran juglar. Cuando el
Sol despuntaba por el horizonte y toda la gente ya se había marchado, me quedé
sentado junto a la agónica hoguera a sentir el viento fresco de la mañana en mi
rostro.
Me pregunté si el hijo de Medusa
estaría volando ahora mismo las tierras del Oeste, buscando desesperadamente a
su madre con la ayuda de sus nuevas y torpes alas. También me pregunté si
aquella serpentina criatura seguía morando en la cueva donde se encontró con
Perseo y le ayudó. A pesar de todo, aunque todo el mundo la rechazaba y había
sido culpada de todo tipo de horrores, nadie podía dudar a partir de aquel
momento que Medusa conservaba la pureza de su corazón.