EL SAUCE LLORÓN
Malva destilaba una belleza increíble cuando Marco puso el pie en
ella. Una tierra realmente hermosa, poblada por abundantes arbustos y
árboles, que por el día movían sus ramajes como un ritual sagrado
dedicado al Sol. Pero que, al caer el astro rey, se teñían de
oscuridad y silencio, como un cementerio. Marco, sin mirar atrás,
avanzó hacia la casa de sus abuelos, que quedaba un poco al este del
pueblo, y contempló aquel paisaje de noche, tan escalofriante como
bello a la vez. Aquellos árboles no se movían con solemnidad; ahora
lo hacían con fuerza y violencia. El aire que se respiraba destilaba
miedo, como si se concentraran los gritos de los muertos.
Marco divisó la casa de sus abuelos cuando unas borrosas nubes
ocultaron a la Luna. Parecía que, en aquel inquietante momento, lo
único que parecía tener una vía de salvación era aquella piedra
que brillaba en lo más alto del cielo, rodeada de estrellas y de
tinieblas. Si alguien tenía miedo, sólo tenía que mirarla y
relajarse. Marco finalizó su camino al tocar en la puerta de la casa
de sus abuelos. El silencio se había apoderado del ambiente y las
ramas de los árboles ya no se movían. Un enorme sauce se levantaba
unos metros más al norte de donde él estaba. Era el viejo sauce de
la familia, que ocultaba una leyenda tan misteriosa como macabra.
Según decían las malas lenguas del pueblo, incluida la abuela de
Marco, a quien se atreviera a colocarse bajo el sauce le explotaría
el corazón en cuestión de milésimas de segundos, causándole la
muerte instantánea. Como era de esperar, desde que se propagó tal
cuento nadie del pueblo se atrevió a situarse bajo aquel árbol, ya que existía la extraña posibilidad de que aquel rumor fuera verdad, por
capricho de la casualidad o por la misma malicia de la muerte al
elaborar semejante trampa.
- ¡Abuela, soy yo! ¡Abre!
- ¿Quién llama a estas horas...?- dijo una voz detrás de la
puerta.
- Soy yo, Marco, tu nieto. Ya llegué.
- ¡A buenas horas llegas, hijo!
La abuela de Marco abrió la puerta mostrando unas ojeras que
llegaban hasta el suelo. Su apariencia era la de toda ancianita
chismosa de cualquier pueblo del mundo. Un delantal adornaba su
cintura, decorado con destacadas flores blancas y negras. Tenía el
cabello recogido por un moño, dejando ver unos finos pelos grises
apretados y grasientos. Sonrió a su nieto, tomándose a risa su
llegada de a aquellas horas de la madrugada. Por su aspecto y su
expresión de la cara, era una vieja algo gruñona, que siempre
estaba pendiente de lo que hacían los demás. El morbo lo mantenía
con sus grandes invenciones; chismes sin sentido que escandalizaban a
todo el pueblo. Y eso Marco lo sabía: su abuela no era precisamente
la más querida. Pero, al mismo tiempo, una heroina joven e
invencible luchaba contra su propio corazón por querer salir de
aquel cuerpo arrugado y al borde de la destrucción.
La abuela lo invitó a pasar, sintiendo Marco una inevitable ráfaga
de calidez procedente del interior de la casa. Aquel lugar estaba
plagado de retratos por todas las paredes. Uno presentaba a un hombre
con un poblado bigote que sonreía, y que sostenía en su mano una
pipa marrón algo destacada. Otro retrato plasmaba la imagen de una
joven de cabello moreno y largo, de ojos verdes esmeralda y con una
rosa plateada en la mano. Aquel semblante lleno de dulzura provocó
en Marco un sentimiento de tranquilidad y acogimiento.
La habitación del chico no estaba muy lejos de la última pared.
Ésta estaba regentada por un amplio cuadro de un paisaje. Marco
supuso que era el paisaje nocturno de Malva, pintado con una técnica
tan perfecta como delicada. La abuela le invitó a entrar en su
habitación.
- Esta era la habitación de tus bisabuelos.
- Vaya, nunca había visto este cuarto...
- Tampoco me gusta mucho abrirlo. No quiero que se escapen los
recuerdos.
Marco se quedó contemplando a su abuela con una chispa de emoción.
La anciana presentaba ya alguna lagrimilla en sus ojos, y Marco
respetó su tristeza con un profundo silencio. Acto seguido, la
abuela le sonrió y le comunicó que iría a dormir con el abuelo.
Con un sonoro beso se despidieron.
La cama de aquella habitación era blanca y muy vieja, de matrimonio.
Sin embargo, su vejez no escondía la belleza que contenía aun
habiendo pasado los años. Era como si la cama tuviera corazón,
puesto seguía serena y paciente a que su nuevo huésped se recostara
sobre ella. Marco tocó el colchón y comprobó que era más cómodo
de lo que se esperaba. La luz que procedía de la lámpara del techo
provocaba unos luminosos reflejos en las almohadas. Marco decidió
irse a dormir, puesto que estaba cansado y le dolían un poco los
pies. La serenidad que le invadía era sólo una mera capa para que
su abuela no descubriera su moribunda alma llena de tristeza; una
tristeza que sólo el corazón de un hijo puede comprender.
A la mañana siguiente, Marco se levantó más cansado de lo que
estaba cuando se acostó. El sonido del viento golpeando en la
ventana y el olor a café recién hecho terminaron por espabilarlo
del todo. Se levantó de un brinco y fue a parar directo a la cocina,
hipnotizado por el armonioso aroma. Pero el estado de embelesamiento
le duró poco, ya que su abuelo entró en la cocina con la mirada
triste y la cabeza baja.
- ¡Buenos días, abuelo! ¿Qué tal por la mañana?
- Buenos días...hijo. ¿Qué...tal estás?
- ¿Ocurre algo?
- Bueno, no traigo buenas noticias...
En ese momento, la abuela de Marco entró con los ojos desencajados,
afirmando con la cabeza a la vez que miraba a su marido. Caminaba de
un lado para el otro, como si estuviera inquieta. Algo le ponía
realmente nerviosa, y no era precisamente el olor a café que se
respiraba en la cocina.
- Mariela ha muerto.
- ¿Mariela?- preguntó Marco, mirando a sus abuelos.
- Sí. La vecina de aquí al lado.
Mariela era una joven a la que Marco le tenía bastante aprecio.
Había sido amiga de la familia desde hace tiempo, y su muerte dejó
al chico con el corazón en las manos. Mariela vivía en la casa que
se encontraba debajo de la de los abuelos de Marco. Era una casa algo
más nueva, rodeada de un jardín precioso que contenía jarrones de
flores de todo tipo. Desde la ventana de la casa de la chica, según
pudo comprobar Marco tiempo atrás, se veía el sauce de lejos. Por
la noche, aquella estampa parecía salida de una película de terror.
- ¿Cómo ha sido? ¿Qué ha pasado?
- La encontraron muerta bajo el sauce llorón que hay cerca de casa.
- ¿El sauce?- Marco no podía creer lo que estaba oyendo.
Dejando a su abuelo con la palabra en la boca, Marco corrió hacia el
árbol, dando un portazo al salir de casa que espantó a un gato que
por allí paseaba. Aquel enorme sauce tenía un aspecto bastante
inocente por el día. Sus ramas permanecían quietas, producto del
silencio del viento. Unas pequeñas manchas de sangre adornaban su
tronco. Sin duda, aquellas manchas parecían recientes.
- ¡No lo hagas!- gritó la abuela de Marco a sus espaldas.- ¡El
sauce acabará contigo!
- ¡Tonterías!- dijo Marco - ¡Este sauce es inofensivo! ¡La muerte
de Mariela no se produjo por aquella descabellada leyenda!
- ¡No, por favor! ¡MARCO!
La abuela de Marco parecía fuera de sí. El abuelo le aconsejó a su
nieto que se dejara de hacer tonterías en la escena del suceso, pero
Marco estaba ya demasiado lejos para oír su suave voz. El chico dio
un paso adelante para confirmar su teoría y se situó bajo el sauce,
provocando acto seguido un silencio que le puso los pelos de punta.
- ¿Ves, abuela? No me ha explotado el corazón. ¡Esa leyenda es
falsa!
La abuela se desmayó después de suspirar profundamente aliviada.
Aquella leyenda había sido desmontada por el único valiente que se
había atrevido a desafiar su oscuro contenido. Varios agentes de
policía llegaron a la casa de los abuelos de Marco cuando éste
intentó socorrer a su abuela. Al parecer, estaban allí por una
sencilla y lógica razón: investigar lo que había ocurrido.
Tuvieron una intensa charla con el abuelo de Marco, haciéndole todo
tipo de preguntas para averiguar si había sido testigo. Sin embargo,
el abuelo sólo se había enterado de la noticia una vez muerta
Mariela, por lo que no pudo darle mucha información de lo que
ocurrió antes de morir la chica.
Marco entró en la habitación y se pasó allí la mayor parte del
día, reflexionando por lo que había ocurrido. Extrañada por su
ausencia en la casa, la abuela fue a ver que todo estaba bien y que
la muerte de aquella chica no hubiera afectado demasiado a su nieto.
Abrió la puerta con sigilo y descubrió a Marco tendido en la cama y
con los ojos llorosos. Se acercó al borde de la cama y se sentó,
acariciándole el pelo a su nieto con una dulzura que a Marco le
pareció reconfortante.
- Sé lo mucho que querías a tu madre. Y lo mucho que querías a esa
jovenzuela.
- ¿Por qué yo, abuela? No me paran de pasar cosas malas. Estoy
harto, no aguanto más...
- La muerte es algo de lo que nadie puede escapar, hijo. Sé que la
vida es injusta y que a veces se lleva a las personas antes de lo
previsto, pero no debemos debilitarnos...
- Demasiado tarde para decirme eso...
- Has venido aquí para despejar de todo el agobio que te rodeaba.
Intenta sonreír y seguir adelante. Créeme. Tu abuelo y yo también
lo hacemos cada día, a pesar de que sabemos que somos viejos y que
la muerte puede llamar a la puerta en cualquier momento. Ya no es
como antes, que éramos jóvenes y no nos preocupábamos de eso.
Decíamos ''¡Queda mucho tiempo para morirnos!'' ''¡Cuando
lleguemos a viejos ya reflexionaremos sobre eso!'' Pero lo que no
sabíamos es que tu madre moriría mucho tiempo después, no a los
noventa años, sino a los cuarenta. Y que Mariela no tuvo tiempo de
reflexionar sobre la muerte, porque nunca llegó a vieja. Aún así,
hijo mío, la vida es una contínua prueba para demostrar lo que
valemos. Y sólo los más fuertes consiguen el primer premio.
- Abuela, mi madre no se merecía morir, era injusto...hasta yo mismo
puedo morir mañana...
- Marco, no pienses eso. ¿Qué más da morirse con veintitrés años?
¿Qué más da morirse con setenta y cinco? Lo importante es morir
con una sonrisa que demuestre que has vivido una vida que merece la
pena recordar.
- Mi madre no pudo recordar su vida. Porque ya no existe. Ni Mariela
tampoco.
- Ni tu madre ni Mariela pueden ya recordar todo lo felices que
fueron en vida. Pero nosotros sí. Nosotros sí podemos recordar sus
momentos, tanto los buenos como los malos, los graciosos y los
tensos. Y mientras que nosotros lo podamos recordar por ellas, ellas
seguirán viviendo. No en forma física, sino en una mucho más
especial: en forma de un precioso recuerdo.
- ¿En mi memoria?
La abuela negó con la cabeza y puso su mano derecha en el pecho de
su nieto, mostrándole una amplia sonrisa.
- Dentro de tu corazón.
Abuela y nieto se enfundaron en un intenso abrazo. Ahora que la
leyenda del sauce llorón era incierta y que la policía había
demostrado que Mariela fue apuñalada, la abuela de Marco había
abandonado su superstición y se había tranquilizado del todo,
abandonado las absurdas ideas que inundaban su cabeza y podiendo así
consolar a su nieto tras el horrible acontecimiento.
Esa noche Marco no pudo dormir. Salió a tomar un poco el aire,
dándose cuenta de que el tiempo había cambiado: ahora el viento era
más fuerte. El sauce movía las ramas con fuerza, provocando en el
chico un escalofrío. Malva descansaba bajo más de un millón de
luces destelleantes aquella noche. Las luces de las casas aparecían
todas apagadas, por temor a lo que había pasado esa mañana. Todo el
mundo se había ido a dormir; menos Marco. Caminó hacia el sauce, ya
que todavía sentía curiosidad por aquel árbol, y se paró en seco
al volver a ver las manchas de sangre. La policía había recogido
sus artilugios y la zona ya estaba libre.
- Ojalá pudieras hablar y contarme lo que pasó ayer por la noche.
Estoy seguro que Mariela se alegraría...
Las ramas del sauce se pararon de pronto, acrecentando aun más el
silencio.
- Vaya, eres muy cordial...
Y con esas palabras, Marco se retiró a casa y se metió en su
habitación, envuelto en una tristeza que no tendría fin. Poco
habían servido las palabras de la abuela, ya que Marco estaba tan
tocado que sus fuerzas terminaron por decaer. Aquella noche ni el
somnífero más fuerte podría haberle hecho dormir.
Un grito ahogado despertó a Marco la mañana siguiente. Su abuela,
horrorizada, chillaba sin parar. Una acumulación de gente se
concentraba en torno a la casa de los abuelos. Nervioso, Marco fue a
ver lo que pasaba, y, para su sorpresa, encontró lo que menos
esperaba del mundo. Su abuelo, con una gran mancha en el pecho, yacía
muerto bajo el sauce. Esta vez, las ramas del árbol se teñían de
un rojo intenso. La desesperación acabó con el chico. Una sensación
de impotencia subió por su columna, haciendo que su adrenalina se
activara. Fue a parar donde estaba el árbol y arremetió contra él
un puñetazo que hizo vibrar el sauce. Después, un cabezazo, un
puñetazo más y una fuerte patada finalizaron la pelea. La sangre
salía a borbotones de los nudillos, las rodillas y las orejas de
Marco.
- ¡HIJO DE PUTA!- gritó, resonando su eco en toda Malva.
La abuela del chico acudió en su ayuda, llorando como una magdalena.
- Tranquilo, cariño...tranquilo...él no tiene la culpa...ya lo
vimos...
- ¡SUÉLTAME, ABUELA!
La furia de Marco no paraba. Empezó a asestar todo tipo de golpes al
árbol, haciendo que éste se doblara un poco. Unas pocas ramas
saltaron por los aires, yendo a parar a donde estaba la gente, que
contemplaba la escena tan sorprendida como la policía. Cuando el
chico ya se hubo tranquilizado, los agentes comentaron a la familia
que el abuelo había muerto del corazón. Para sorpresa de los
médicos, el corazón de Mariela había sufrido un impulso tremendo
que le había llevado a su rotura de una forma brusca. Los síntomas
en el cuerpo que padecía el abuelo eran los mismos que los de la
chica. Habían muerto de la misma forma; a los dos les había
''explotado'' el corazón.
La extraña coincidencia después de la autopsia de ambos cuerpos
hizo que la alarma volviera a aparecer entre las gentes del pueblo y,
sobre todo, en la abuela de Marcó. Ésta, tan dolida como asustada,
recomendó a su nieto que no se acercara al árbol, puesto que ahora
sí que su vida corría peligro si osaba ser tan atrevido como la
otra vez. Por su parte, Marco estaba empezando a perder la razón. La
muerte de Mariela y la de su abuelo habían terminado con él. Si no
descubría el enigma de aquel asunto, al que le explotaría el
corazón sería a él.
Dos víctimas, la misma muerte, el mismo lugar, ningún asesino, la
extraña coincidencia natural...natural...
- Puede que no sea tan natural como pensemos.- le dijo Marco a su
abuela mientras ésta tranquilizaba del todo a su nieto con un
sabroso café.
- ¿Qué quieres decir, hijo?
- Desde pequeño me criaron para no ser supersticioso, pero es
demasiada casualidad en todo...
- ¿Insinuas que han muerto porque un fantasma les ha matado?
- Un fantasma ha hecho que su corazón ''explote'', por así decirlo.
Pero ese fantasma se esconde en algo...y creo que sé que es.
- ¿El sauce, verdad?
- Me da la impresión de que lo llevas pensando todo este tiempo.
- Así es, hijo. Estaba convencida de que cosas que creemos que
existen, existen de verdad. Para eso están las leyendas.
- La cuestión es...quién es ese fantasma, y por qué mató a
Mariela y al abuelo.
La noche se deslizó tan rápidamente como un destello sobre Malva.
La abuela de Marco y éste, armados cada uno con un cuchillo,
decidieron tentar al destino y salir afuera, a investigar alrededor
del sauce lo que tanto les intrigaba. Esta vez, el sauce parecía más
tranquilo, con la posición de un soldado a las puertas de un
castillo. Marco contempló sus ramas, que se movían con sigilo,
provocando un destacado sonido que ponía la piel de gallina. Sin
duda, el sauce estaba dispuesto a contraatacar si se le volvía a
agredir de aquella manera.
Marco miró el reloj: eran las dos de la madrugada. No había nadie
en los alrededores; sólo él, su abuela y el sauce. Los tres
dispuestos a verse las caras. Esa tarde, la abuela de Marco le había
contado a su nieto que hace años murió un detective privado en una
casa cercana a la suya. Los del pueblo lo llamaban el viejo Thomas, y
siempre mostró una actitud rancia y grosera. Según contaba, nunca
había tenido éxito en la vida y todos los del pueblo estaban en
contra de él. ¿Y si el espíritu de Thomas, que había sido
asesinado por su hijo por motivos de herencia, quería tomar venganza
también de sus vecinos, que tanto lo despreciaban? Marco se
estremeció cuando su abuela le contó la historia. Creer en
espíritus no era lo suyo, pero esta vez no le quedaba más remedio.
Debía afrontar la verdad con valentía, algo que le faltaba desde
hace tiempo debido a la muerte de su madre.
Marco, a escasos centrímetros del tronco del sauce, empezó a sentir
un dolor punzante en su corazón. Notaba como palpitaba intensamente
en el interior de su cuerpo. Pero ese dolor se hizo cada vez más
insoportable. Llegó a la conclusión de que no eran los latidos,
sino la presencia de algo que le estaba haciendo daño. Y
realmente...estaba en lo cierto.
<<Insensato...te atreves a luchar con tu propia ignorancia...>>
Una voz que salía del cielo estaba hablando. Pero la abuela de Marco
no parecía inmutarse, pues seguía con su mirada atenta por si algo
acechaba. La voz había sonado atronadora, y Marco sentía que sus
oídos estallaban a cada sílaba.
<<No te das cuenta...de que aquí la única amenaza eres tú.
Tú y tu existencia.>>
- ¡ABUELA!- gritó Marco, desesperado por aquellas dolorosas
palabras.- ¡Estoy oyendo voces!
- ¿Qué te dicen, hijo mío?
- Me dicen...que soy el culpable de todo esto...que soy un ignor...
Marco no llegó a terminar la palabra. Cayó al suelo fulminante. La
abuela de Marco dio un paso atrás y miro al sauce, desconcertada. Su
nieto se había desmayado, pero no tenía las suficientes fuerzas de
ayudarle; algo se lo impedía. De pronto, unas violentas ramas le
golpearon la espalda y el pecho, atándola de una manera brutal. La
abuela de Marco, atrapada por los ramajes de aquel árbol, se elevó
en el aire y fue a parar hacia la copa del sauce. Marco, por su
parte, recuperaba poco a poco la conciencia en el suelo, tirado como
un perro contra su voluntad.
<<Acabarás conmigo cuando te hayas destruido>>
- ¿Qué está pasando, Marco? ¡Ayúdame, por favor!
El sauce tenía bien sujeta a la anciana, que se esforzaba por
escapar de aquellas ramas que le hacían tanto daño. Un hilo de
sangre apareció por su vientre, delatando su delicada situación.
- ¡Abuela, abuela!- gritaba Marco, que miraba al sauce con
resentimiento.
En ese momento, todo cobró sentido. Marco, totalmente capacitado e
incorporado, sacó su puñal y miró a su abuela, acercándose a
ella. Aquella voz, que parecía provenir del sauce y no del cielo,
seguía entonando las diabólicas frases. El chico se paró en seco y
bajo la cabeza.
- Lo siento, abuela.- dijo mientras las ramas del árbol fatigaban
cada vez más a la anciana.- Hay algo que no te conté sobre mamá.
- ¿Qué ocurre, hijo?- dijo la abuela con las lágrimas en los ojos
del dolor que le producía tal tortura.- ¿Qué tienes?
- Mamá no murió de un ataque al corazón.
Marco empezó a llorar envuelto en la más profunda pena. Sus ojos
estaban empezando a ponerse rojos y su voz temblaba a cada palabra
que articulaba.
- Yo la maté.
Esas palabras sonaron como truenos en el corazón de la anciana, a
pesar de que su nieto las había entonado con la suavidad más
perfecta.
- Mamá se comportaba de una manera rara, como si ella no fuese la
misma de todos los días. Últimamente tenía las venas de los ojos
casi siempre hinchados y estar en presencia de ella me incomodaba
demasiado. Ya no me besaba ni abraza; se había convertido en una
piedra con piernas. Un día, mientras ella se estaba cambiando en su
habitación para ir a dormir, la espié por el hueco de la puerta. Y
vi algo horrible.
- ¿Qué...viste...?
- Mamá tenía los ojos en blanco y tenía convulsiones muy fuertes.
Soltaba una especie de espuma por la boca que me hizo dar un paso
para atrás. Al principio creí que era un ataque epiléptico, pero
mi hipótesis se desmontó al comprobar que se elevó en el aire.
Definitivamente, algo estaba tomando el control de su cuerpo. Aún
así, me negué a saber lo que era. Aquel monstruo ya no era mi
madre. La piel se le estaba empezando a poner de color azulado y la
boca cada vez soltaba más espuma.
Marco se quedó callado por un momento, siendo consciente de lo
doloroso que le resultaba contar aquello a su propia abuela.
- Mi mala suerte llegó cuando sintió mi presencia y giró la cabeza
hacia mí. Un escalofrío y unas ganas tremendas de que la tierra me
tragase recorrieron todo mi cuerpo. La puerta se abrió de golpe y mi
madre se situó delante de mí en una milésima de segundo. Me cogió
del cuello y me lo apretó con fuerza. Intenté escapar por los
pelos, y corrí al salón a pedir ayuda, pero era demasiado tarde:
aquel monstruo me volvió a atrapar, y esta vez me tenía amordazado.
Cuando creí que perdía la respiración, vi mi salvación en una
mesa cercana y pequeña. Un rosario plateado brillaba encima del
cristal. Intenté por todos los medios acercarme a la mesa, a pesar
de las heridas que me estaba haciendo aquella cosa. Cada esfuerzo que
hacía era un grito para atraer a la muerte...
- Dios...
- Cuando aquella criatura vio el rosario colgado de mi mano me soltó
de golpe. Una luz blanca y potente salió de su boca, cubriendo todo
el espacio. Después de que la luminosidad se hubiera disipado, vi el
cuerpo de mi madre en el suelo, sin ninguna herida y con los ojos
abiertos. Estaba muerta. Los médicos dijeron que había sido un
ataque al corazón, pero solo yo sabía la verdad: había sido
poseída por un demonio. Incapaz de procesar aquello, me negué a
creer la evidencia y me escapé a Malva para olvidarlo todo; para
olvidar la verdadera razón de mi presencia aquí. Pero ahora que ha
pasado esto, tengo que asumirlo de una vez por todas...
- Hijo...
- Mi remordimiento, mi tristeza y mi tormento se han encarnado en el
sauce llorón, abuela. No es Thomas el espíritu que tiene cautivo a
Malva. Las muertes de Mariela y el abuelo sólo han sido una señal
para que me dé cuenta de quien se esconde tras estas ramas.
- Estás diciendo que aquel...
- Las ramas de este árbol siempre se identificaban con mi estado de
ánimo.- interrumpió Marco- Cuando yo estaba tranquilo, el viento
no las movía. Por el contrario, cuando sentía alguna agitación en
mi corazón, el viento las envolvía en la más violenta furia. ¡El
demonio que se poseyó a mi madre está en ese árbol! ¡Y me está
intentando manipular! Los dos nos sentimos furiosos por la misma
razón. Ahora...el sauce y yo somos la misma persona.
Marco hizo una fuerte pausa y agarró su cuchillo con todas sus
fuerzas. Ahora que sabía que el ser que poseía al sauce era aquel
demonio, tenía por seguro que esta vez no lo iba a dejar escapar. El
árbol, por su parte, se alimentaba de la rabia de Marco y, deseoso,
soltó a la abuela para enfrentarse a él. La anciana cayó al suelo
tras un fuerte golpe, que le provocó un llanto que se oiría a
kilómetros de distancia; un llanto que no sólo llevaba el dolor de
su herida, sino también el dolor por su nieto, que se estaba
encarando con un ser infernal.
A pesar del golpe tan fuerte que se había dado cuando se desmayó,
Marco siguió caminando hasta situarse bajo el sauce. Aquel sitio
parecía todavía más terrorífico. Sin embargo, las ramas se
esforzaron por rodearlo e impulsarlo para atrás, recibiendo Marco un
golpe en la cabeza que casi lo deja inconsciente. A pesar de su
fracasado primer intento, el chico siguió intentándolo, atacando
con su cuchillo a las ramas que le obstaculizaban el camino. Con un
rápido movimiento de pies, se colocó a escasos centímetros de las
raíces, pero una rama lo tumbó en un segundo. Herido y casi sin
respirar, Marco se esforzó por clavar la punta del cuchillo bajo el
sauce, pero las condiciones estaban en su contra: las ramas del sauce
y el viento no parecían dar su brazo a torcer. De repente, la abuela
de Marco le cogió el arma y alcanzó las raíces.
De la punta del cuchillo salió un potente chorro de luz que nubló
la vista de Marco y su abuela. El sauce, que desprendía gritos como
bolas de fuego, se estaba incendiando. La abuela de Marco intentó
apartarse todo lo que podía, arrastrando a su nieto para ponerlo a
salvo. El sauce estaba teniendo convulsiones, que finalmente acabaron
en una explosión de luz y ramas, sentenciando así la muerte del
árbol. Un berrido escalofriante se oyó desaparecer en el viento.
Marco lloró todas las noches a partir de aquel día. Tanto su abuela
como él juraron nunca contar aquella historia que habían vivido en
primera persona: ni la verdadera razón de la muerte de su madre, ni
la posesión del sauce, ni todo lo que pasó después...Su silencio y
sus lágrimas eran la única señal de lo ocurrido cuando se cerraba
la puerta de la casa de la abuela de Marco. Por su parte, aquel árbol
ya no volvería a ser lo que era: ahora estaba destrozado y poco a
poco iría perdiendo el interés de la gente de Malva. Marco decidió
quedarse a vivir allí, pues quería cuidar a su abuela todo lo que
pudiese, una bonita forma de agradecimiento tras haberle salvado la
vida. A veces, se asomaba por la ventana de la casa y contemplaba los
restos del sauce llorón. Todavía sentía escalofríos al contemplar
lo que quedaba de aquel árbol, que en su memoria...nunca moriría.