¿Que quién soy? Es un misterio. En
realidad, soy todo y a la vez nada, ya que el sentido de la vida se puede
entender con o sin mí. En todas las lenguas tengo un hombre, y siempre me
asocian con lo feo, lo malo o lo no deseado, aunque, en mi humilde opinión, no
tengo nada que ver con todo eso. Tampoco sé cuándo nací y si alguna vez dejaré
de existir, ya que parece ser que mi oficio es eterno y esencial para la
naturaleza. Quizá ni nací, ya que es todo lo contrario a quien realmente soy.
Con
miedo y admiración, cada vez nos preocupa más la muerte, por llamarla de una
manera, ya que, en realidad, su nombre correcto sería «fin de la vida». En
ocasiones, la creencia popular nos ha envenenado la mente para que vivamos
aterrados por la llegada de esta compañera de viaje, que nos sigue en todo
momento y nos puede sorprender cuando menos nos lo esperemos. Pero dejémonos de
formalidades.
Morir
no da miedo, en ninguno de los casos. Y diréis, ¿y aquél que está enfermo y
sabe que dentro de dos meses su vida a terminar? Exacto. Tiene miedo porque
sabe que sus pies no van a pisar más este mundo, o quizá dejó algún asunto
pendiente por el cual esté aterrado y agitado. Sin embargo, el hecho de «morir»
tal y como lo conocemos, no produce terror, no asusta, no da miedo. Porque,
sinceramente (y realmente), dejamos de existir. Y como oí alguna vez, cuando
nuestro corazón late y somos conscientes de que estamos vivos, la muerte (o el
fin) no está. Y cuando ella nos lleva, ya no pensamos, ni somos, ni existimos.
Por lo tanto, al no existir, no podemos sentir miedo.
La
preocupación es otro punto importante. Últimamente, me da la sensación de que
todo el mundo está preocupado por la muerte. Es decir, están más pendientes de
morir que de vivir. Y, afortunadamente, somos conscientes de una realidad que
nos rodea y que podemos disfrutar como especie: la vida, que en ese sentido
sería un regalo, ya que justificaría nuestra propia existencia. Si existimos,
si pisamos el suelo y respiramos el aire, es gracias al concepto de vida, por
mucho amor que tengamos a nuestros padres. Gracias a ella, ellos existieron
antes, y antes que ellos, nuestros abuelos, y así. Y ya tenemos suficientes
problemas durante nuestra vida como para preocuparnos de algo que, cuando
llegue, no se podrá percibir por los sentidos. En otras palabras, ¿para qué
preocuparnos de algo que ni siquiera vamos a notar? Es verdad decir que no nos
vamos a enterar cuando llegue el momento de morirnos. Y lo más gracioso es que
nos preocupamos de algo que, primero, no conocemos, y segundo, no tiene
preocupación alguna, ya que no tiene remedio porque forma parte del ciclo vital
de un ser humano. O de un animal o planta. Es decir, morir es natural y como el
resto de nuestras etapas vitales, cuando antes se acepte la muerte, antes
perderemos el miedo, el cual sentimos sin justificación. En términos generales,
¿nos da miedo ser niños o ser adultos cuando ya lo somos? No. Pues lo mismo al
morir. ¿Nos da miedo morir? No. Porque si morimos, no existimos. Y si no
existimos, no podemos sentir miedo, por lo tanto, estamos en lo mismo. No hay
necesidad de miedo por algo que no nos perjudica. La muerte no es cruel, por
mucho que se esfuercen en decirlo algunas personas. Quizás, en su equivocación
eterna, les parezca cruel el hecho de que su ser querido se haya ido antes de
tiempo. Pero es culpa de la enfermedad, o de la persona que le ha quitado la
vida, o de la edad. Por lo tanto, la muerte ahí no tiene nada que ver, no es
culpable de nada. Ella solo hace su trabajo.
También
es interesante plantearnos el concepto de vida después de la muerte. Y a veces
resulta tan sencillo y tan lógico que cuesta no poner en duda las creencias de
multitud de personas que basan su fe en la vida eterna. En primer lugar, ¿qué
éramos antes de que naciéramos? Mi primer recuerdo, de hecho, fue a los tres
años, en el campo con mis padres y mis abuelos. El resto de mis memorias
anteriores a ello lo he ido construyendo basándome en lo que me contaban y en
las grabaciones que me hacían de pequeño. Antes de todo eso (me refiero a
cuando estaba dentro de mi madre) yo no recuerdo nada. Y de hecho, a pesar de
que algunas personas tienen recuerdos en el útero de sus madres, yo no conservo
tal maravillosa reliquia. Es decir, yo antes de mi primer recuerdo, para mí, no
era nada. Pero para los demás sí, ya que yo en ese momento existía porque tenía
tres años y ya llevaban un buen rato conociéndome. Sin embargo, antes de mi
formación dentro del cuerpo de mi madre, ¿yo qué era? ¿Un pensamiento? ¿Dos células?
Me atrevería a decir que yo no era nada. Y sin embargo, cuando yo nací y obtuve
mi uso de razón, empezó la vida para mí; esa vida de acumular recuerdos, de
soportar las situaciones vitales y de seguir siempre avanzando. Y es
interesante admitir que, aunque antes del uso de razón yo no conservaba muchas
vivencias, yo era consciente de lo que hacía, aunque no lo recuerde, por lo que
«soy algo» desde el momento en que nazco.
Antes
de mí, según mi pensamiento, ¿tengo algún recuerdo? No. Desgraciadamente, ni
estuve cuando Colón «descubrió» América ni cuando Marco Polo realizó sus
viajes. Tampoco estuve cuando Catulo componía sus más bellos poemas o cuando
las banderas de la libertad derrotaron al absolutismo en la Revolución
Francesa. Antes de mí, hubo muchísima Historia, pero que yo no recuerdo al no
haber nacido. Y, sin embargo, cuando nací me dio la impresión de que el mundo
empezaba en ese preciso instante. Y la verdad fue que soy un granito más, pero
el simple hecho de que yo ya en ese momento estaba pensando y existiendo me
hacía ver toda aquella Historia lejana. ¿Cómo es posible que hayan pasado
millones de años ya en el momento preciso que yo nací? Ahí está la clave. Para
el resto del mundo, la Historia continuaba su curso. Para mí, la Nada se imponía
en un mundo oscuro donde yo no existía y no me enteraba de la misa la media. Y,
sin embargo, cuando yo nací se activó mi conciencia de que el mundo acababa de
nacer conmigo. De que todo se había producido en un periquete, desde la
extinción de los dinosaurios hasta 1994. Si lo vemos desde esa perspectiva, el
tiempo es una de las cosas más increíbles que existen. Y también es una de las
más temibles.
Pues
bien, si seguimos la línea de que «yo no soy nada hasta que no exista y antes
de mí sucedieron muchas cosas de las que yo no me enteré porque para mí solo
estaba la Nada», desde mi punto de vista es sabio pensar que «tras mi muerte,
es decir, tras ese punto en el que mi vida concluye y cierro los ojos para
siempre, la vida seguirá, seguirán sucediendo cosas, pero yo no me percataré de
nada porque mi existencia ha terminado». En otras palabras, si solo existía
Nada antes de mi nacimiento, después de la muerte solo habrá Nada también, algo
parecido a lo que «existía» en Mi Mundo antes de yo venir al mundo en general,
es decir, nada. Por lo tanto, el término de «vida eterna» es incompatible con
la muerte, ya que si se acaba la vida no puede haber más vida, ya que vida solo
hay una y es ese período que está entre Nuestra Nada antes de nuestro
nacimiento y Nuestra Nada después del momento de la muerte. Si nos ponemos a
pensar seriamente, ¿por qué vivimos si antes de ello no existimos y después
vamos a dejar de existir? ¿Para qué sirven todos nuestros logros y toda la
formación que acumulamos durante nuestra vida? Todavía es un misterio sin
descubrir, aunque por ahora nos conformamos con servir de ejemplo y ser
recordados como buenas personas. Pero siempre nos quedará la curiosidad de que
por qué se nos activará el botón de vida si al final vamos a morir. Al menos el
nacimiento estaría bien justificado si viviéramos eternamente. Pero todo se
derrumba cuando comprobamos que en realidad existimos para nada, ya que la
muerte está ahí. ¿O no?
El
hecho de que nos muramos y no haya nada más después ha hecho que el miedo se
apodere de nuestros corazones. De ahí vienen las religiones, cuyos dogmas
predican siempre la existencia de una vida celestial. Aunque tampoco podemos
dar por seguro que estas religiones se equivoquen, pues yo ahora mismo existo y
no sé qué es la muerte porque no ha llegado el fin de mi vida. Tampoco ha
venido nadie desde el más allá a decirme si realmente están en un sitio llamado
«más allá» y hay más vida después de morir. Aunque prefiero pensar que nos
espera la Nada, ya que si hubiera vida eterna de una manera u otra nos
hubiéramos enterado (por una señal o algo). A no ser, claro, que sea el Gran
Misterio Universal. Este Gran Misterio Universal sería la respuesta a muchas de
nuestras incógnitas vitales, como quién somos, a dónde vamos o de dónde venimos.
Y lo más importante, ¿por qué vivimos? Puede que todo sea más filosófico y
reflexivo que una casualidad de reacciones científicas. Por lo tanto, la
justificación de nuestra vida en este mundo estaría oculta en una existencia
después de la muerte que nadie puede saber porque es el Mayor Secreto de la
Humanidad y la Vida. Es paradójico que el sentido de la vida se encuentre en la
muerte. Mientras tanto, solo nos queda divagar.
Para
terminar, me gustaría hacer una referencia al sueño, ya que parece ser la
tercera pieza en este puzle de vida-muerte-sueño. Imaginemos que un día estamos
en el salón de nuestra casa y nos entra un sueño profundo (me refiero con
«sueño» al hecho de darnos cuenta de que queremos dormir). Lo más lógico sería
descansar e irnos a la cama. Pues bien, imaginemos que nos hemos acostado y nos
hemos quedado dormidos. ¿Alguien alguna vez sabría decir en qué momento exacto
nos quedamos dormidos? No. Pues la muerte es algo parecido. Es quedarnos
dormidos, pero jamás despertar. Si hubiese vida eterna, despertaríamos en algo
parecido a la vida que tenemos. Por lo tanto, ¿es la vida eterna despertar de
un sueño? Y más importante aún, ¿a dónde vamos cuando soñamos? ¿Alcanzamos
dimensiones oníricas o realmente nos transportamos a nuestros recuerdos o a una
deformación de estos? Hasta que no nos despiertan, no somos conscientes de que
volvemos a existir, aunque nuestro cuerpo está encima de la cama. Y perdemos
totalmente la conciencia. Por lo tanto, todo esto me hace llegar a una
conclusión: no nos damos cuenta de que nos hemos quedado dormidos, al igual que
no nos daremos cuenta del momento de nuestra muerte (es decir, cuando finalice
nuestra vida al perder definitivamente la conciencia). En ese sentido, el
estado nocturno de «estar dormido» es parecido a la muerte, pero sin final
triste, ya que sabemos (y saben) que nos vamos a despertar cuando salga el Sol
y comience un nuevo día. Sin embargo, no nos damos cuenta de que ha pasado el
tiempo. ¿Nos recuerda a algo? Sí, al momento anterior a nuestro nacimiento.
Todo nos parece cortísimo. Por eso podemos extrañarnos cuando vemos que son las
seis de la mañana. ¡Qué rápido ha pasado!
En
definitiva, la aceptación de la muerte es sabiduría. De hecho, Ella no es
nuestro enemigo; al contrario, es nuestra amiga fiel: siempre va a estar ahí
para cumplir con nosotros. Y el miedo no tiene sentido, ya que en el momento en
que muramos y dejemos el mundo, no nos vamos a enterar, ya que dejamos de
existir y ya. Y en ese preciso momento, no nos quedará nada. Y a los que nos rodearon,
solo nuestro recuerdo.
No busques la inmortalidad, pues
tratar de encontrar la piedra filosofal es imposible. Nadie logrará vencer a la
Muerte. Vivir cada segundo y hacer que la naturaleza haga su trabajo. Y así los
demás aprenderán.
Solo, recuerda que, al final de todo,
debes morir. Memento mori.