LA REINA TRISTE
Basado en una antigua leyenda
mexicana.
Eran
las dos de la madrugada. El silencio se había apoderado de la calle en la que
Annette caminaba. Los segundos y minutos se hacían largos. El retorno a casa
estaba siendo tan difícil que sus piernas y sus brazos se hacían cada vez más
pesados. Annette miró el reloj y luego dirigió su mirada al cielo, donde la
Luna y las estrellas eran las únicas atrevidas que la acompañaban. Hacía frío.
Annette pensó que salir con el abrigo de casa habría resultado la mejor
elección. Pero ahora solo tenía que conformarse con sentir en su cuerpo aquel
vestido de novia que estaba observando en el escaparate de la tienda más
cercana. Aquella preciosa prenda podía deslumbrar a cualquier persona, haciendo
que la noche resultara un poco más luminosa. Annette observó como el maniquí
que sostenía aquel vestido se mantenía en la penumbra del interior de la
tienda, como si no quisiera mostrarse al público y dejar que sus atuendos
cobraran todo el protagonismo de la escena. Sus manos, semejantes a aquellas
que tienen las figuras de cera, se divertían jugando con las sombras, dando la
impresión de movimiento. Más de una vez Annette tuvo la impresión de ser
contemplada por el muñeco, como si tuviera vida. Debía de pasar rápido por el
escaparate, antes de que la novia girara su rígido cuello y rompiera el cristal
de la tienda. Pero le costó algo de tiempo volver a la realidad.
- ¿Qué haces aquí a estas horas, Annette?
La
grave voz de Jim la hizo despertar de su eterno sueño.
-
Oh, Jim. Volvía a casa del trabajo…
-
Así que te quedaste hasta las tantas en la oficina.
-
Sí…- suspiró Annette-. Ya sabes cómo es Peter. El señor perfeccionista de
informes a última hora.
-
Yo también voy a casa. Volvía de la discoteca de una despedida de un amigo.
Puedo llevarte, si quieres. Es demasiado tarde para mí. Los demás se quedaron.
Annette
no contestó. Prefirió seguir observando el maniquí de la tienda a escuchar las
palabras de su amigo. Jim tardó varios segundos en localizar el foco de
atención de la chica. Para bromear, se interpuso delante del cristal y de ella,
agitando los brazos. Pero ni eso consiguió que Annette desviara la mirada hacia
él. Pasados unos segundos, la cara de la chica se volvió blanca.
-
No te des la vuelta.
Jim
se detuvo. No entendía muy bien lo que quería decirle su amiga.
-
Te juro por Dios que el muñeco se ha movido.
-
No digas tonterías- dijo Jim, girándose para ver el maniquí-. Estos pedazos de
corcho no tienen vida. Además, el vestido es horrible. Si alguna vez se mueve,
como tú dices, será para salir corriendo de su sastre.
Se
hizo el silencio. El viento se volvió más frío aún. Annette temió que el
maniquí se volviera a mover. Quizás fue su imaginación. Su miedo se había
apoderado de ella, creando ilusiones que podían salir en falso.
-
En serio… ¿estás de broma?
-
Jim, el maniquí de la novia se ha movido. Ha girado la cabeza. Para mirarte.
-
Sí, sí… ¡me ha escuchado!- rio Jim-. Venga, ahora es cuando rompe la cristalera
de la tienda y acaba conmigo estrangulándome. ¡Por favor, Annette! ¡Ya pasas de
los veinte, eh!
Annette
se convenció de que el movimiento del muñeco había sido producto de su
imaginación. Decidió aceptar la invitación de su amigo, aunque el agradable
viaje a casa no le borró de la mente su extraña alucinación frente al espejo.
Ya tumbada en su cama, se preguntaba si la curiosidad volvería a matar al gato
como tantas veces lo había hecho. Esperaba que su ligue más duradero, Robbie,
le diera un toque al teléfono. No le apetecía hablar mucho, pero el simple
hecho de escuchar su voz la trasladaba a otro mundo. Pero el móvil no sonó.
Annette pensó que quizás Patty se esforzaría por marcar su número de teléfono
para molestarla un rato. Ni se podía imaginar que en ese momento lo necesitaba
como el agua. Patty tampoco dio señales de vida. Annette apagó la luz de su habitación
y apretó fuertemente los ojos, dispuesta a dormir de una vez por todas. De
todas las posibilidades que se le pasaban por la cabeza hacer, aquella parecía
la más adecuada. Debía dormir y olvidar aquel maniquí que se había apoderado de
su mente en segundos. Poco a poco, su cerebro fue desconectándose hasta el
punto de quedarse profundamente dormida.
A
la mañana siguiente, Annette se despertó con la extraña sensación de haber
sangrado por la nariz. Comprobó su teléfono móvil, donde cinco mensajes de Patty
coronaban su bandeja de entrada. Su impaciente amiga le recordaba que esa tarde
tenían que ir al cine. Pero Annette, en su desesperación por descubrir la razón
por la que el maniquí se había movido, convenció a Patty de ir a investigar a
la tienda y hablar con el dueño. Patty, que mostraba por teléfono una voz
cansada, típica de la mañana, aceptó a regañadientes el plan de su amiga.
Unas
horas más tarde, Annette y Patty entraban por la puerta de la tienda donde
estaba el maniquí. Era un establecimiento luminoso y amplio, dedicado
exclusivamente a la venta de trajes de novia. El maniquí era la única figura de
exposición de vestidos que se encontraba en el escaparate. Era una figura de
cera tan luminosa como bella. Presentaba a una mujer, con no más de veinte
años, con una mirada fija hacia abajo y con los labios sellados. Los ojos eran
tan brillantes que parecía que tenían vida. Las manos, delicadas y finas,
mostraban la perfección de los nudillos. Su expresión escondía una belleza
sublime y elegante, hasta el punto de poder ser comparada con la mismísima
Virgen María. Pero Annette pensó que aquel maniquí era demasiado increíble para
ser solo un muñeco normal y corriente. Debía de haber algo detrás de aquella
preciosa novia con la mirada perdida hacia el suelo.
Cinco
minutos después, una elegante señorita había aparecido frente a las chicas, que
todavía estaban embelesadas por la belleza de la novia. La mujer, que parecía
ser la dependienta, les interrumpió su silencio con una agradable sonrisa y con
una melódica voz.
-
¿Les puedo ayudar en algo?
Annette
reflexionó sobre las palabras que estaba a punto de decir.
-
Eh…no hemos venido a por ningún vestido…simplemente queríamos observar más de
cerca este maniquí.
La
dependienta centró su mirada en Annette, que estaba empezando a sudar. El
silencio se apoderó de la conversación varios segundos, haciendo crecer la
impaciencia de Patty.
-
Es un placer recibir a personas que se interesan tanto por Bianca- siguió la
dependienta-Sin embargo, no podéis acercaros mucho a ella, ya que es muy
delicada. El vestido que lleva puesto es excesivamente largo y os podía
ocasionar un problema.
-
Le parecerá raro…- dijo Annette no muy segura de lo que estaba a punto de
soltar por su boca- pero ayer por la noche, cuando volvía a casa, me paré a ver
el escaparate, ya que me llamó mucho la atención Bianca. Y tuve la impresión de
que se movía.
La
dependienta cambió la expresión de la cara. Esta vez parecía molesta.
-
¿No creerás ese cuento que va circulando por ahí, no? Ya nos ocasionó
demasiadas pérdidas económicas el año pasado.
-
¿Ese cuento?- intervino Patty mirando a Annette como si hubiera conseguido
ganar un trofeo difícil de alcanzar- No entiendo muy bien.
-
Bueno, es algo raro de explicar- siguió la dependienta-. No me gusta mucho
hablar de ello, pero si contarlo ayuda a que os olvidéis de ello me daré por
satisfecha.
»
Las malas lenguas de la ciudad cuentan que Bianca no es un maniquí normal, como
vemos ahí. Se dice que no es una simple muñeca de cera, sino un cadáver embalsamado
de la hija de la antigua dueña de esta tienda de vestidos de novia.
Hace
más de cuarenta años, vivía en la ciudad un matrimonio muy conocido por esta
zona. Él, de nombre Jeremy, era descendiente de una adinerada familia de los
Estados Unidos. Ella, Marie, era de procedencia francesa, aunque se había
criado en el este del país americano toda la vida. Por alteraciones en la
empresa de su marido, Marie, embarazada de su primer hijo, se trasladó a esta
ciudad, donde vivió el embarazo de una forma tranquila y sin problemas. Nueve
meses después nació Bianca, una niña que desde pequeña desprendía belleza y
simpatía hacia todos los vecinos de su barrio. Bianca creció rodeada de amor,
un amor que su familia se encargaba de transmitirle a todas horas del día. A los
catorce años, se enamoró del que sería su primer y único amor, Anthony. Los dos
vivieron un intenso y pasional hasta el día en el que los dos decidieron unir
sus vidas para siempre: el día de su boda. La empresa familiar pudo
proporcionarle a Bianca el mejor vestido de novia de toda su producción. Jeremy
estaba tan entusiasmado por el enlace que le organizó a su hija la mejor
ceremonia que por entonces podía permitirse una chica de su edad en una ciudad
como esta. Pero, en realidad, la alfombra que llevó a Bianca al altar era el
camino hacia el Calvario. Su madre, condicionada por las malas lenguas, pensó
que borrar del mapa a Anthony era la mejor opción para callar su tormento de
casar a su hija con el hijo de la mujer que había estado enamorado de su marido.
La pobre perdió la razón y contrató a un sicario para que eliminara a su futuro
yerno en el altar, antes de consumar su matrimonio con su hija. Estando ante
tanta gente y la madre presente, cualquiera podía descartarla de la acusación.
El
día de la ceremonia, Jeremy acompañó a su hija al altar con una gran sonrisa.
Ella, por su parte, no se podía imaginar que su mundo estaba a punto de
derrumbarse. Los invitados notaron que estaba nerviosa; demasiado cauta.
Llegaron a pensar que le pasaba algo, o posiblemente se había dado cuenta de
las intenciones de su madre. Pero todo debía ser como estaba planeado. En
cuanto tuviera oportunidad, el asesino debía soltar una viuda negra, una
especie de letal araña, poderosa por su veneno. El insecto alcanzaría el tobillo
del novio y este sufriría su ataque. A pesar de todas las posibilidades de que
todo saliera mal, Marie sabía que se jugaba su reputación y felicidad por aquel
atrevimiento. Una fría mirada hacia Anthony, acompañada de una sonrisa helada,
sentenció la escena de la llegada al altar. Cuando Bianca se colocó el vestido
tras dejar atrás a su padre, comenzó la ceremonia.
Durante
algunos momentos, los invitados tuvieron la sensación de que Bianca estaba
mareada, ya que se tambaleaba demasiado. Los más cercanos decían que ella misma
le dijo a Anthony que no se preocupara, que eran los nervios, cuando este le
preguntó qué le pasaba. Cuando llegó el momento de la tragedia, el hombre
contratado por Marie, que se encontraba en primera fila simulando ser un asistente
más, soltó a la viuda negra sutilmente. El insecto, moviendo sus largas y
espeluznantes patas, se abría camino entre la multitud de pies hasta llegar a
donde se encontraba el novio. Pero Marie no tuvo en cuenta un factor: la novia.
De repente, Bianca empezó a perder el equilibrio y a tener convulsiones. Su
madre se levantó de repente y le rogó al cielo que anulara sus peores
pensamientos. El sicario, acobardado como un ratón que huye de un gato, se
perdió entre la gente que acudía al altar a auxiliar a la novia y salió por la
puerta de la iglesia. La escena acabó con la novia desmayada y la madre
ausente.
Pocos
días después, un amigo de la familia le comunicó a mi madre, invitada a la
boda, lo que todos esperaban: la muerte de Bianca. El veneno había sido tan
letal que había acabado con su vida más tarde en el hospital. Anthony, por su
parte, se suicidó poco después, desesperado y loco de amor. Se cuenta que un
día acudió a la playa y se tiró desde un acantilado, ante la mirada cruel del
cielo que rugía truenos y lanzaba una lluvia tan feroz como un león. Marie
confesó su crimen días después y huyó, muerta de vergüenza y de miedo a su
marido. Nada se volvió a saber de esa pobre desgraciada. Jeremy, roto de dolor
por la muerte de su hija y la traición de su esposa, consiguió el cadáver de su
hija gracias a unos trapicheos económicos, con la intención de velarla en
solitario. La dejó vestida con el vestido de novia del día de su boda y la
embalsamó, atenuando sus rasgos más característicos para que no la reconocieran.
Acto seguido, la colocó en el escaparate de su tienda, para que la gente nunca
parara de contemplarla. Un vecino cercano le contó a mi hermana una vez que vio
cómo, de noche, el viejo colocaba a su hija en el escaparate. Mostraba tanto
dolor que sus brazos le fallaban. Cada esfuerzo que hacía era una despedida,
una lenta agonía que iba a durar para siempre. Dicen que algunos se dieron
cuenta de tal acto macabro y acabaron con la vida del pobre hombre. Otros
comentaron que no pudo recuperarse de la pérdida y se suicidó tiempo después y
tras ceder su imperio textil a mis parientes. De todas las versiones de su
destino, yo me quedo con la última que he dicho. Al menos eso me contó mi
madre…Pero lo del cadáver sigue siendo una leyenda, ya que el maniquí no tiene
por qué ser Bianca. La idea de Jeremy era colocar a su hija donde siempre se
mereció estar: en un sitio donde ella fuera la reina del momento, de la escena.
Y con un atuendo típico de los ángeles y blanco como la pureza de una paloma.
Un lugar donde todos pudieran contemplar su belleza, belleza que conservaba
después de muerta.
Desde
entonces, muchas personas de la zona la evitan cuando pasan por el barrio.
Toman la calle paralela que hay llegando al cruce. Sin embargo, mucha gente
cree que es milagrosa y que da buena suerte para las bodas. Pero bueno, Bianca
es una caja de sorpresas…una figura de cera tan perfecta que pocas veces me
atreví a tocarla. Son nuestros técnicos los que la cambian de vestido cada
semana o cada mes, depende de las ventas. Y parecer ser que últimamente va todo
bastante mal; he llegado a pensar que es por ella, pero no sé…»
Annette
se quedó muda tras la historia, reaccionando dos minutos después solo para
dirigirle una mirada de excitación a su amiga Patty. La dependienta miró a las
chicas con curiosidad, como si temiera haberlas asustado con su emocionante
historia.
-
Siento haberme enrollado tanto, chicas. Y ahora…si me disculpáis. Debo volver
al trabajo.
La
dependienta, apenada por la historia que había contado, se retiró
disimuladamente, fingiendo atender a dos clientes que miraban un vestido de
novia rosa claro. Annette le dijo a Patty que lo mejor era irse, que allí ya no
hacían nada. Dedicándole una última mirada a la misteriosa Bianca, las dos
salieron por la puerta todavía impresionadas por las palabras de aquella
dependienta.
-
¿No crees que lo mejor sería olvidarlo?- le dijo Patty a su amiga al llegar a
casa de esta.
-
No. Hay que seguir hasta el final. Si Bianca se mueve por las noches, debe de
haber algo más. Tenemos que ir cuando caiga el Sol.
Cuando
Patty se marchó para descansar un poco, Annette se apoyó en la ventana de su
habitación y contempló el horizonte. La brisa cálida de la tarde que
mostraba la estación invernal le inundaba la cara de una sensación placentera.
Su mente estaba obsesionada con aquella novia. Su mundo giraba en torno a ella,
en descubrir el secreto que la misteriosa maniquí se tenía tan bien guardado.
Una llamada de Jim le devolvió a la realidad. Una hora más tarde, Annette se
presentó en un parque cercano a su casa. Jim, con el pelo alborotado y
jadeando, se apoyó en un árbol para descansar.
-
Annette, gracias por venir. Debía hablar contigo en persona.
-
¿Qué ocurre? ¿Te ha pasado algo?
-
Es sobre…esa tienda de vestidos de novia. Descubrí algo de información gracias
a mi abuela.
-
¿Tu abuela conoce la historia?
-
Más que eso. La vivió.
«Esa
tienda de vestidos de novia que el otro día por la noche tuvimos la suerte de
encontrarnos, perteneció a un viejo empresario que se trasladó a la ciudad con
su mujer. Aquí tuvieron una hija que llamaron Bianca, ya que, según su padre,
al nacer presentaba más brillo que la Luna. Las cosas, por aquellos tiempos, no
andaban muy bien en tierras americanas, por lo que el hombre, de nombre Jeremy,
se trasladó con la ilusión de que en la otra parte del planeta le fuera mejor.
También se cuenta que algunos de sus socios le traicionaron, embelesados por
las ofertas de otros empresarios más poderosos y rufianes. Marie, la esposa,
nunca cayó bien a las gentes de aquí. Mi abuela me contó que se paseaba por la
calle con aires altivos. Además, era una egoísta nata. Era ella la modelo para
los vestidos de novia que llegaban a la tienda, hecho que se modificó un poco
con el paso de la infancia a la adolescencia de Bianca. A partir de ahí, la
joven empezó a probarse los vestidos, cosa que molestó a su madre más de la
cuenta. De hecho, mi abuela cree que Marie nunca quiso a su familia, en
especial a su hija, aunque fingiera amarla para mantener limpia su reputación.
Realmente, era una manipuladora. Cuando ya faltaban pocos días para la boda,
cuando la tienda estaba cerrada, Marie le reprochó a su marido gastar más de la
cuenta para comprar veneno para las ratas, que, desafortunadamente, estaban
invadiendo el local. Tonterías así…no me cuentas esto, ni lo otro…ni confías en
mí para hacer esto…o lo otro.
En
lo que respecta a Bianca, la niña se convirtió en una mujer impresionante,
conocida no solo por la empresa de su padre, sino por su gran belleza, que
cautivó a Anthony, otro joven acomodado que resultó ser el hijo de la gran
enemiga de Marie. ¡Quién lo iba a decir! El destino quiso que Marie tuviera un
gran protagonismo de nuevo, así que el día de la boda, sin que nadie se
enterara, la malvada mujer contrató a su sicario para que eliminara del mapa a
su futuro yerno. Mis abuelos, invitados a la ceremonia, presenciaron la escena
como la más terrible y triste de sus vidas. Una viuda negra sería la encargada
de eliminar al novio. La mala suerte quiso que la araña picara a Bianca en vez
de Anthony. La bella hija de Marie no pudo resistir el veneno y murió en el
hospital. Anthony, desesperado, se suicidó en la costa. Marie, arrepentida,
confesó su crimen y huyó antes de que la capturaran. Y Jeremy, con el corazón
partido en dos, embalsamó el cadáver de su hija y lo colocó en el escaparate de
su tienda para que siguiera probándose vestidos de novia como siempre lo había
hecho, pero esta vez ella no tenía vida. A pesar de que la mayoría de la gente
cree en esta historia, sigue siendo una leyenda. Y hasta ahí todo lo que sé…»
Annette,
teniendo en cuenta sus conocimientos sobre la historia que le había relatado la
dependienta de la tienda de los vestidos de novia, enlazó situaciones y cabos
sueltos. Ahora ya sabía que Marie odiaba tanto a su marido como a su hija. Como
Jim le había contado, la esposa del empresario sentía un profundo desprecio
encubierto hacia los dos debido a la envidia que suponía contemplar la complicidad
de padre e hija a la hora de probarse vestidos de novia. Un lugar que Marie
reclamaba como primera y única mujer en la vida de Jeremy. Annette reflexionó
sobre todo lo que le había contado su amigo, y acto seguido le rogó que
acudiera con ella y con Patty esa noche a la tienda de vestidos de novia. La
respuesta solo la podía tener alguien: Bianca. Sin embargo, no habían tenido en
cuenta un pequeño detalle: las llaves para entrar.
La
calle donde se encontraba la tienda parecía más siniestra a las once de la
noche. El Sol ya se había escondido tres horas antes y los pájaros habían
guardado su canto para el día siguiente. Annette, Jim y Patty se encontraban
enfrente del escaparate, observando la mirada cabizbaja de Bianca y su precioso
vestido de novia, que una vez más volvía a ser el centro de atención en una
noche tan oscura. Parecía una reina. Una reina triste. En mitad del silencio, un
grito atronador les sobresaltó.
-
¿Qué hacéis aquí?
Era
la dependienta de la tienda, que había estado observándolos durante un rato,
escondida en la esquina. Jim intentó tranquilizarla, pero Annette fue más
rápida y lo cogió del brazo, dirigiéndole una mirada calmada.
-
Tranquila. Solo venimos a comprobar que ese maniquí es un muñeco normal y
corriente.
-
¿Otra vez con esa historia? Me parecéis muy sospechosos. ¿Quién dice que me fie
de vosotros? Podríais ser ladrones perfectamente.
Patty
se sintió muy molesta por el comentario y pensó que ese momento sería el idóneo
para intervenir.
-
¿Y quién dice que nosotros tenemos que creerte? A lo mejor la historia que nos
contaste contenía más mentiras que las que nosotros podemos decirte ahora
mismo. ¿Sabes qué? Estamos aquí para saber si ese maniquí de ahí es un cadáver
o no. Y creo que, aunque te esfuerces por decir que todo esto es un cuento de
viejas, tú también crees que Bianca es esa figura de cera.
La
dependienta se quedó muda. Serenó la mirada y dio unos pasos hacia adelante,
hasta colocarse enfrente del escaparate. Le dirigió una mirada a Bianca y bajó
la cabeza, dejando escapar unas lágrimas de impotencia.
-
Hace algunos años que mis padres quisieron que me ocupara yo de esta tienda. Y
siempre he tenido miedo de lo que pudiera pasar en ella. Tenéis razón. Yo
también creo que este maniquí es en realidad el cuerpo inerte de Bianca. Pero
desde que conocí la historia, no me he atrevido a venir de noche hasta aquí
para comprobarlo. He tenido pesadillas con ella…y todo por no afrontar mi
miedo…Tomad.
La
dependienta le dio una llave menuda a Annette, cuidando no manchar la piel de
la chica con sus lágrimas.
-
Vosotros sois más valientes que yo- continuó la dependienta-. Ya es hora de que
acabe mi tormento. Adiós. Y buena suerte.
Sin
pronunciar más palabra, la dependienta se giró y se marchó por donde había
aparecido. Poco a poco, la noche se la fue tragando. Una vez solos, Annette
abrió la puerta de la tienda y entraron todos.
Todo
estaba tan oscuro que los tres chicos tuvieron dificultades para andar. Por más
que buscaron, no dieron con el interruptor de la luz. El vestido de Bianca era
la única luminosidad que poseían. Después de varios minutos caminando entre la
inmensa oscuridad, oyeron un leve ruido que se fue haciendo más sonoro a medida
que se paraban a escucharlo. Parecía que…alguien estaba llorando. Annette se
adelantó para alcanzar el maniquí de Bianca, pero una fuerza escondida en las
tinieblas le frenaba. Jim y Patty se habían perdido entre los gritos. Estaba
sola. No sabía qué hacer. Su angustia estaba creciendo tanto que sentía que se
moría. Sus fuerzas…estaban empezando a fallar…
«Por
fin alguien vive lo que yo viví…»
Annette
abrió los ojos despacio. En un primer momento, creyó que Bianca había venido a
por ella y la había matado, encontrándose en el Cielo o en algún lugar de esos.
Acto seguido, una silueta le ayudó a incorporarse. La mujer le tendió un vaso
de agua y le pasó la mano por el pelo.
-
¿Estás bien?
-
¿Qu…ién es…us…?
-
Tranquila. No hables. Antes de todo, debes saber que tus amigos están bien. Se
desmayaron como tú. Y ahora están recuperándose en la esquina de ahí. Quiero
que sepas también que estás en el almacén de la tienda y que no te va a pasar
nada.
-
¿Quién es usted…?
-
Soy la peor persona del mundo.
Cuando
Annette terminó de incorporarse, observó que la persona que la había ayudado a
recuperarse del desmayo era una anciana desaliñada y con ropajes sucios y
rotos. La chica le notó un ligero acento francés. Sin duda, aquella mujer era
la madre de Bianca, Marie.
-
¡Es ella! ¡Aléjate, Annette!- gritó Jim, tras darse cuenta de la compañía de su
amiga.
-
Cálmate, Jim. Creo que su intención es otra.
-
La persona que habéis oído llorar es mi hija. Efectivamente, ella está muerta,
pero su espíritu vengador aún está dentro de su cuerpo embalsamado- dijo Marie,
conteniendo las lágrimas- Hoy se cumplirían cuarenta y dos años de aquello…y
Bianca no aguanta más. Viene a por mí. Y hará todo lo necesario para
arrastrarme al infierno.
Annette
la cogió de la mano y la animó a contarle todo lo que guardaba dentro de su
deteriorado corazón.
-
Nadie sabe la verdadera causa de la muerte de mi hija. Muchos piensan que fue
por la picadura de una araña, y que fui yo la culpable, pero en realidad no es
así. Mi arrepentimiento me lleva a admitir que nunca sentí mucho afecto por mi
familia. Ahora me doy cuenta de todo lo que me perdí, y de lo maravilloso que
podría haber sido todo si no hubiera sido tan egoísta y arrogante.
«Cuando
me enteré de que Bianca se iba a casar con Anthony, mi sangre hirvió.
Curiosamente, ese hombre era el hijo de una mujer que estuvo enamorada de mi
marido desde siempre y que, por supuesto, estaba dispuesta a arrebatármelo.
Aunque yo no estuviese enamorada de él, no podía dejar escapar a un empresario
rico que me amaba con locura. Por aquel entonces, no me daba cuenta de que un
demonio estaba naciendo en mí. Un demonio que resultó ser yo misma. Me estaba
convirtiendo en un ser despreciable que solo mantenía su apariencia. Pero que
estaba podrido por dentro. Yo no era feliz, y caí en el error de pensar que
nadie debía serlo.
Contraté
a un asesino a sueldo para que eliminara al hombre que se iba a casa con mi
hija. Así, le rompería el corazón a su madre. Al fin y al cabo, el dolor por la
pérdida de un hijo es lo más doloroso que le puede pasar a una mujer. Sin
embargo, y a pesar de que mi plan estaba saliendo según lo previsto, Bianca nos
oyó a escondidas al sicario y a mí en una de nuestras reuniones, horas antes de
la boda. Una de las criadas de mi casa, la que más atención le prestaba a mi
hija, me dijo que la había visto por la ventana correr hacia la tienda,
llorando como nunca la había visto. Sin dudarlo, y temiendo que Bianca hiciera
alguna tontería, mandé a Lya, su niñera, a vigilarla más de cerca para evitar
un desastre.
Bianca
apareció una hora más tarde, disculpándose de mí. La excusa que me echó fue la
de los nervios de la boda. Sin más, y creyendo que nada grave había pasado, la
mandé con las criadas para que la prepararan para la boda. ¡Tonta de mí! Si
hubiera sabido lo que más tarde me heló la sangre.
Cuando
comenzó la ceremonia, apareció agarrada del brazo por su padre. Me dio la
impresión de que estaba demasiado pálida, pero mantuvo la compostura hasta el
final. Poco a poco, la música acompañó
los pasos de mi hija, mientras que su futuro marido la esperaba con una sonrisa
inmensa en el altar. Antes de que el sacerdote los casara, le comuniqué al
asesino que pusiera en marcha nuestro plan: una araña viuda negra debía picar a
Anthony para que este muriera y nadie se enterara de que yo había tenido la
culpa. Pero el destino movió los hilos una vez más y la araña fue derecha a
picar a mi hija. Ella, sangrando por la nariz y por los oídos, perdió la
conciencia tras varias convulsiones y mareos. La araña se escapó de allí, igual
que el sicario. Yo, alarmada, me levanté y recé a Dios para que no le hubiera
picado a la persona equivocada. Acto seguido, no me atreví a auxiliar a mi hija
y me fui del lugar, escapando del montón de gente que había acudido al altar.
Ya
en mi casa, decidí preparar mis cosas para escaparme de la ciudad. Fui a la
tienda a recoger unas joyas, donde me encontré a Lya atada de pies y manos y
con un gran golpe en la cabeza. Cuando la hice volver en sí, se despertó a
gritos y con la cara blanca. Me preguntó dónde estaba Bianca, que corría
peligro. Pero yo no la entendí. La tranquilicé con un vaso de agua y acto
seguido, me contó que la niña había ingerido veneno para ratas; el que había
comprado mi marido para ahuyentar a los roedores de la tienda. Cuando le
pregunté por qué lo había hecho, Lya me contó que sabía el plan que iba a
llevar a cabo sobre Anthony y que, como yo era su madre y nadie creería sus
palabras, la única forma de permanecer junto a su amante después de que este
estuviera muerto era provocar su propia muerte también. Para evitar que Lya la
detuviera a tiempo, Bianca le dio un golpe en la cabeza con un maniquí cercano
y la ató de pies y manos para que no fuera a contarme lo sucedido.
Después
de que me relatara su historia, me sentí más culpable todavía. Bianca no había
muerto por la picadura de araña, como todos pensaban. Había fallecido por el
veneno para ratas que ella misma se había tomado. Se había suicidado. Para
estar para siempre con Anthony, que debía morir por la picadura de la viuda
negra. Después de la tragedia me culpé a mí misma frente a los demás de la
muerte de mi hija y hui lejos, escondiéndome en vertederos y robando alimentos
para sobrevivir hasta hoy. A veces pienso que soy demasiado cobarde para no
haberme suicidado yo también. Al fin y al cabo, nadie me hubiera echado en
falta. De Anthony oí que se tiró por un acantilado en el mar. También oí que
Jeremy embalsamó a nuestra hija y la colocó en el escaparate para que se
mantuviera por siempre viva y bella ante los ojos de la gente. Lo que para el
pueblo era leyenda, para nosotros, entre lágrimas, era verdad.
Muchas
veces vine a hablarle a mi hija desde la calle. Para pedirle perdón. Pero
siempre que le miraba directamente a los ojos tuve la impresión de que movía y
se bajaba del pedestal del escaparate para venir a por mí y llevarme al otro
mundo. También conseguía a veces entrar a la tienda antes de que saliera el
Sol. En esos momentos de completa soledad, la escuchaba llorar. Quizás
estuviera llorando porque su madre había impedido que fuera feliz. Y hoy, en un
día tan señalado, me decidí valientemente a rendirme a su voluntad. Hasta que
aparecisteis vosotros.»
Annette,
Patty y Jim se habían sentado en el suelo del almacén a escuchar la historia de
Marie con atención. Annette acabó de escucharla con abundantes lagrimones
deslizándose por sus mejillas. Jim, más rencoroso, mantenía el semblante serio.
-
Puede haber muchas versiones. Pero esa es la verdadera historia.
Antes
de que los chicos tuvieran oportunidad de decir alguna palabra, un fuerte
estruendo se oyó en la puerta del almacén. Lamentos espeluznantes se dejaban
oír tras los golpes.
-
Es ella.- dijo Marie, bajando la mirada.
Los
estruendosos golpes estaban deteriorando cada vez más la puerta. Los chicos
dieron unos pasos hacia atrás. Marie se mantuvo delante de ellos. La puerta,
finalmente, cedió. La sombra del maniquí de Bianca estaba mirándolos fijamente.
Poco a poco, el rostro bello y cabizbajo de la novia triste empezó a aparecer.
«Tú
acabaste con mi felicidad.»
La
voz de la muñeca retumbaba en el almacén. Sin embargo, no articulaba palabra
alguna. Annette se dio cuenta de que sangraba por la nariz y por los oídos.
Marie se dio cuenta enseguida.
-
Soy yo la que te debes llevar. Deja a estos chicos en paz.
«Yo
no soy una asesina, igual que tú.»
-
Acaba con esto de una vez, Bianca.
«Podría
haber sido todo perfecto. Lo teníamos todo. Todo. Mamá.»
Una
luz potencialmente luminosa inundó el almacén. El maniquí empezó a
resquebrajarse, haciendo que sus ojos se partieran en dos. Bianca sangraba por
la nariz y por los oídos a la velocidad de la luz. También escupía sangre por
la boca, hasta manchar entero el vestido de rojo. Un destello final acompañó su
desintegración. Segundos después, y con los ojos abiertos como platos, Marie
caía fulminada al suelo. Sin vida.
Annette,
ayudada de Patty y Jim, intentó levantarse como pudo para escapar de aquel
lugar. Los gritos de la chica mostraban su terror. Solo podía oír las palabras
de Patty diciéndole « ¡Vamos, Annette, salgamos de aquí! » La puerta parecía
tan lejana, tan distante…Y esta vez no estaba el maniquí de Bianca para
despedirse.
Al
día siguiente, los tres chicos volvieron al lugar. La policía había cercado la
zona y varias personas se amontonaban para ver lo que había sucedido. Los
medios de comunicación estaban desesperados por obtener noticias sobre lo que
había sucedido. Algunos agentes no podían controlar a los más curiosos, que se
mataban por cruzar la zona restringida y entrar en la tienda. Poco después, dos
enfermeros salían con el cadáver de Marie en una camilla. La policía se refería
a ella como ‘vagabunda ladrona’. A lo lejos, el comisario hablaba seriamente
con una mujer que los chicos ya conocían. La dependienta desvió la mirada hacia
Annette y le susurró moviendo los labios y con una sonrisa:
«Gracias.»
La
reina triste por fin podía reencontrarse con el amor de su vida. La maldición
del maniquí, por lo tanto, había acabado. Marie había pagado su condena y la
dependienta de la tienda podía vivir tranquila, sin tormentos. Sin embargo,
nadie olvidaría nunca aquella historia de la novia que, para la gente, fue
asesinada por una viuda negra, y que para pocos fue inmortalizada como una
heroína del amor.