miércoles, 15 de julio de 2015

La reina triste



LA REINA TRISTE


Basado en una antigua leyenda mexicana.

Eran las dos de la madrugada. El silencio se había apoderado de la calle en la que Annette caminaba. Los segundos y minutos se hacían largos. El retorno a casa estaba siendo tan difícil que sus piernas y sus brazos se hacían cada vez más pesados. Annette miró el reloj y luego dirigió su mirada al cielo, donde la Luna y las estrellas eran las únicas atrevidas que la acompañaban. Hacía frío. Annette pensó que salir con el abrigo de casa habría resultado la mejor elección. Pero ahora solo tenía que conformarse con sentir en su cuerpo aquel vestido de novia que estaba observando en el escaparate de la tienda más cercana. Aquella preciosa prenda podía deslumbrar a cualquier persona, haciendo que la noche resultara un poco más luminosa. Annette observó como el maniquí que sostenía aquel vestido se mantenía en la penumbra del interior de la tienda, como si no quisiera mostrarse al público y dejar que sus atuendos cobraran todo el protagonismo de la escena. Sus manos, semejantes a aquellas que tienen las figuras de cera, se divertían jugando con las sombras, dando la impresión de movimiento. Más de una vez Annette tuvo la impresión de ser contemplada por el muñeco, como si tuviera vida. Debía de pasar rápido por el escaparate, antes de que la novia girara su rígido cuello y rompiera el cristal de la tienda. Pero le costó algo de tiempo volver a la realidad.
-  ¿Qué haces aquí a estas horas, Annette?
La grave voz de Jim la hizo despertar de su eterno sueño.
- Oh, Jim. Volvía a casa del trabajo…
- Así que te quedaste hasta las tantas en la oficina.
- Sí…- suspiró Annette-. Ya sabes cómo es Peter. El señor perfeccionista de informes a última hora.
- Yo también voy a casa. Volvía de la discoteca de una despedida de un amigo. Puedo llevarte, si quieres. Es demasiado tarde para mí. Los demás se quedaron.
Annette no contestó. Prefirió seguir observando el maniquí de la tienda a escuchar las palabras de su amigo. Jim tardó varios segundos en localizar el foco de atención de la chica. Para bromear, se interpuso delante del cristal y de ella, agitando los brazos. Pero ni eso consiguió que Annette desviara la mirada hacia él. Pasados unos segundos, la cara de la chica se volvió blanca.
- No te des la vuelta.
Jim se detuvo. No entendía muy bien lo que quería decirle su amiga.
- Te juro por Dios que el muñeco se ha movido.
- No digas tonterías- dijo Jim, girándose para ver el maniquí-. Estos pedazos de corcho no tienen vida. Además, el vestido es horrible. Si alguna vez se mueve, como tú dices, será para salir corriendo de su sastre.
Se hizo el silencio. El viento se volvió más frío aún. Annette temió que el maniquí se volviera a mover. Quizás fue su imaginación. Su miedo se había apoderado de ella, creando ilusiones que podían salir en falso.
- En serio… ¿estás de broma?
- Jim, el maniquí de la novia se ha movido. Ha girado la cabeza. Para mirarte.
- Sí, sí… ¡me ha escuchado!- rio Jim-. Venga, ahora es cuando rompe la cristalera de la tienda y acaba conmigo estrangulándome. ¡Por favor, Annette! ¡Ya pasas de los veinte, eh!
Annette se convenció de que el movimiento del muñeco había sido producto de su imaginación. Decidió aceptar la invitación de su amigo, aunque el agradable viaje a casa no le borró de la mente su extraña alucinación frente al espejo. Ya tumbada en su cama, se preguntaba si la curiosidad volvería a matar al gato como tantas veces lo había hecho. Esperaba que su ligue más duradero, Robbie, le diera un toque al teléfono. No le apetecía hablar mucho, pero el simple hecho de escuchar su voz la trasladaba a otro mundo. Pero el móvil no sonó. Annette pensó que quizás Patty se esforzaría por marcar su número de teléfono para molestarla un rato. Ni se podía imaginar que en ese momento lo necesitaba como el agua. Patty tampoco dio señales de vida. Annette apagó la luz de su habitación y apretó fuertemente los ojos, dispuesta a dormir de una vez por todas. De todas las posibilidades que se le pasaban por la cabeza hacer, aquella parecía la más adecuada. Debía dormir y olvidar aquel maniquí que se había apoderado de su mente en segundos. Poco a poco, su cerebro fue desconectándose hasta el punto de quedarse profundamente dormida.
A la mañana siguiente, Annette se despertó con la extraña sensación de haber sangrado por la nariz. Comprobó su teléfono móvil, donde cinco mensajes de Patty coronaban su bandeja de entrada. Su impaciente amiga le recordaba que esa tarde tenían que ir al cine. Pero Annette, en su desesperación por descubrir la razón por la que el maniquí se había movido, convenció a Patty de ir a investigar a la tienda y hablar con el dueño. Patty, que mostraba por teléfono una voz cansada, típica de la mañana, aceptó a regañadientes el plan de su amiga.
Unas horas más tarde, Annette y Patty entraban por la puerta de la tienda donde estaba el maniquí. Era un establecimiento luminoso y amplio, dedicado exclusivamente a la venta de trajes de novia. El maniquí era la única figura de exposición de vestidos que se encontraba en el escaparate. Era una figura de cera tan luminosa como bella. Presentaba a una mujer, con no más de veinte años, con una mirada fija hacia abajo y con los labios sellados. Los ojos eran tan brillantes que parecía que tenían vida. Las manos, delicadas y finas, mostraban la perfección de los nudillos. Su expresión escondía una belleza sublime y elegante, hasta el punto de poder ser comparada con la mismísima Virgen María. Pero Annette pensó que aquel maniquí era demasiado increíble para ser solo un muñeco normal y corriente. Debía de haber algo detrás de aquella preciosa novia con la mirada perdida hacia el suelo.
Cinco minutos después, una elegante señorita había aparecido frente a las chicas, que todavía estaban embelesadas por la belleza de la novia. La mujer, que parecía ser la dependienta, les interrumpió su silencio con una agradable sonrisa y con una melódica voz.
- ¿Les puedo ayudar en algo?
Annette reflexionó sobre las palabras que estaba a punto de decir.
- Eh…no hemos venido a por ningún vestido…simplemente queríamos observar más de cerca este maniquí.
La dependienta centró su mirada en Annette, que estaba empezando a sudar. El silencio se apoderó de la conversación varios segundos, haciendo crecer la impaciencia de Patty.
- Es un placer recibir a personas que se interesan tanto por Bianca- siguió la dependienta-Sin embargo, no podéis acercaros mucho a ella, ya que es muy delicada. El vestido que lleva puesto es excesivamente largo y os podía ocasionar un problema.
- Le parecerá raro…- dijo Annette no muy segura de lo que estaba a punto de soltar por su boca- pero ayer por la noche, cuando volvía a casa, me paré a ver el escaparate, ya que me llamó mucho la atención Bianca. Y tuve la impresión de que se movía.
La dependienta cambió la expresión de la cara. Esta vez parecía molesta.
- ¿No creerás ese cuento que va circulando por ahí, no? Ya nos ocasionó demasiadas pérdidas económicas el año pasado.
- ¿Ese cuento?- intervino Patty mirando a Annette como si hubiera conseguido ganar un trofeo difícil de alcanzar- No entiendo muy bien.
- Bueno, es algo raro de explicar- siguió la dependienta-. No me gusta mucho hablar de ello, pero si contarlo ayuda a que os olvidéis de ello me daré por satisfecha.
» Las malas lenguas de la ciudad cuentan que Bianca no es un maniquí normal, como vemos ahí. Se dice que no es una simple muñeca de cera, sino un cadáver embalsamado de la hija de la antigua dueña de esta tienda de vestidos de novia.
Hace más de cuarenta años, vivía en la ciudad un matrimonio muy conocido por esta zona. Él, de nombre Jeremy, era descendiente de una adinerada familia de los Estados Unidos. Ella, Marie, era de procedencia francesa, aunque se había criado en el este del país americano toda la vida. Por alteraciones en la empresa de su marido, Marie, embarazada de su primer hijo, se trasladó a esta ciudad, donde vivió el embarazo de una forma tranquila y sin problemas. Nueve meses después nació Bianca, una niña que desde pequeña desprendía belleza y simpatía hacia todos los vecinos de su barrio. Bianca creció rodeada de amor, un amor que su familia se encargaba de transmitirle a todas horas del día. A los catorce años, se enamoró del que sería su primer y único amor, Anthony. Los dos vivieron un intenso y pasional hasta el día en el que los dos decidieron unir sus vidas para siempre: el día de su boda. La empresa familiar pudo proporcionarle a Bianca el mejor vestido de novia de toda su producción. Jeremy estaba tan entusiasmado por el enlace que le organizó a su hija la mejor ceremonia que por entonces podía permitirse una chica de su edad en una ciudad como esta. Pero, en realidad, la alfombra que llevó a Bianca al altar era el camino hacia el Calvario. Su madre, condicionada por las malas lenguas, pensó que borrar del mapa a Anthony era la mejor opción para callar su tormento de casar a su hija con el hijo de la mujer que había estado enamorado de su marido. La pobre perdió la razón y contrató a un sicario para que eliminara a su futuro yerno en el altar, antes de consumar su matrimonio con su hija. Estando ante tanta gente y la madre presente, cualquiera podía descartarla de la acusación.
El día de la ceremonia, Jeremy acompañó a su hija al altar con una gran sonrisa. Ella, por su parte, no se podía imaginar que su mundo estaba a punto de derrumbarse. Los invitados notaron que estaba nerviosa; demasiado cauta. Llegaron a pensar que le pasaba algo, o posiblemente se había dado cuenta de las intenciones de su madre. Pero todo debía ser como estaba planeado. En cuanto tuviera oportunidad, el asesino debía soltar una viuda negra, una especie de letal araña, poderosa por su veneno. El insecto alcanzaría el tobillo del novio y este sufriría su ataque. A pesar de todas las posibilidades de que todo saliera mal, Marie sabía que se jugaba su reputación y felicidad por aquel atrevimiento. Una fría mirada hacia Anthony, acompañada de una sonrisa helada, sentenció la escena de la llegada al altar. Cuando Bianca se colocó el vestido tras dejar atrás a su padre, comenzó la ceremonia.
Durante algunos momentos, los invitados tuvieron la sensación de que Bianca estaba mareada, ya que se tambaleaba demasiado. Los más cercanos decían que ella misma le dijo a Anthony que no se preocupara, que eran los nervios, cuando este le preguntó qué le pasaba. Cuando llegó el momento de la tragedia, el hombre contratado por Marie, que se encontraba en primera fila simulando ser un asistente más, soltó a la viuda negra sutilmente. El insecto, moviendo sus largas y espeluznantes patas, se abría camino entre la multitud de pies hasta llegar a donde se encontraba el novio. Pero Marie no tuvo en cuenta un factor: la novia. De repente, Bianca empezó a perder el equilibrio y a tener convulsiones. Su madre se levantó de repente y le rogó al cielo que anulara sus peores pensamientos. El sicario, acobardado como un ratón que huye de un gato, se perdió entre la gente que acudía al altar a auxiliar a la novia y salió por la puerta de la iglesia. La escena acabó con la novia desmayada y la madre ausente.
Pocos días después, un amigo de la familia le comunicó a mi madre, invitada a la boda, lo que todos esperaban: la muerte de Bianca. El veneno había sido tan letal que había acabado con su vida más tarde en el hospital. Anthony, por su parte, se suicidó poco después, desesperado y loco de amor. Se cuenta que un día acudió a la playa y se tiró desde un acantilado, ante la mirada cruel del cielo que rugía truenos y lanzaba una lluvia tan feroz como un león. Marie confesó su crimen días después y huyó, muerta de vergüenza y de miedo a su marido. Nada se volvió a saber de esa pobre desgraciada. Jeremy, roto de dolor por la muerte de su hija y la traición de su esposa, consiguió el cadáver de su hija gracias a unos trapicheos económicos, con la intención de velarla en solitario. La dejó vestida con el vestido de novia del día de su boda y la embalsamó, atenuando sus rasgos más característicos para que no la reconocieran. Acto seguido, la colocó en el escaparate de su tienda, para que la gente nunca parara de contemplarla. Un vecino cercano le contó a mi hermana una vez que vio cómo, de noche, el viejo colocaba a su hija en el escaparate. Mostraba tanto dolor que sus brazos le fallaban. Cada esfuerzo que hacía era una despedida, una lenta agonía que iba a durar para siempre. Dicen que algunos se dieron cuenta de tal acto macabro y acabaron con la vida del pobre hombre. Otros comentaron que no pudo recuperarse de la pérdida y se suicidó tiempo después y tras ceder su imperio textil a mis parientes. De todas las versiones de su destino, yo me quedo con la última que he dicho. Al menos eso me contó mi madre…Pero lo del cadáver sigue siendo una leyenda, ya que el maniquí no tiene por qué ser Bianca. La idea de Jeremy era colocar a su hija donde siempre se mereció estar: en un sitio donde ella fuera la reina del momento, de la escena. Y con un atuendo típico de los ángeles y blanco como la pureza de una paloma. Un lugar donde todos pudieran contemplar su belleza, belleza que conservaba después de muerta.
Desde entonces, muchas personas de la zona la evitan cuando pasan por el barrio. Toman la calle paralela que hay llegando al cruce. Sin embargo, mucha gente cree que es milagrosa y que da buena suerte para las bodas. Pero bueno, Bianca es una caja de sorpresas…una figura de cera tan perfecta que pocas veces me atreví a tocarla. Son nuestros técnicos los que la cambian de vestido cada semana o cada mes, depende de las ventas. Y parecer ser que últimamente va todo bastante mal; he llegado a pensar que es por ella, pero no sé…»
Annette se quedó muda tras la historia, reaccionando dos minutos después solo para dirigirle una mirada de excitación a su amiga Patty. La dependienta miró a las chicas con curiosidad, como si temiera haberlas asustado con su emocionante historia.
- Siento haberme enrollado tanto, chicas. Y ahora…si me disculpáis. Debo volver al trabajo.
La dependienta, apenada por la historia que había contado, se retiró disimuladamente, fingiendo atender a dos clientes que miraban un vestido de novia rosa claro. Annette le dijo a Patty que lo mejor era irse, que allí ya no hacían nada. Dedicándole una última mirada a la misteriosa Bianca, las dos salieron por la puerta todavía impresionadas por las palabras de aquella dependienta.
- ¿No crees que lo mejor sería olvidarlo?- le dijo Patty a su amiga al llegar a casa de esta.
- No. Hay que seguir hasta el final. Si Bianca se mueve por las noches, debe de haber algo más. Tenemos que ir cuando caiga el Sol.
Cuando Patty se marchó para descansar un poco, Annette se apoyó en la ventana de su habitación y contempló el horizonte. La brisa cálida de la tarde que mostraba la estación invernal le inundaba la cara de una sensación placentera. Su mente estaba obsesionada con aquella novia. Su mundo giraba en torno a ella, en descubrir el secreto que la misteriosa maniquí se tenía tan bien guardado. Una llamada de Jim le devolvió a la realidad. Una hora más tarde, Annette se presentó en un parque cercano a su casa. Jim, con el pelo alborotado y jadeando, se apoyó en un árbol para descansar.
- Annette, gracias por venir. Debía hablar contigo en persona.
- ¿Qué ocurre? ¿Te ha pasado algo?
- Es sobre…esa tienda de vestidos de novia. Descubrí algo de información gracias a mi abuela.
- ¿Tu abuela conoce la historia?
- Más que eso. La vivió.
«Esa tienda de vestidos de novia que el otro día por la noche tuvimos la suerte de encontrarnos, perteneció a un viejo empresario que se trasladó a la ciudad con su mujer. Aquí tuvieron una hija que llamaron Bianca, ya que, según su padre, al nacer presentaba más brillo que la Luna. Las cosas, por aquellos tiempos, no andaban muy bien en tierras americanas, por lo que el hombre, de nombre Jeremy, se trasladó con la ilusión de que en la otra parte del planeta le fuera mejor. También se cuenta que algunos de sus socios le traicionaron, embelesados por las ofertas de otros empresarios más poderosos y rufianes. Marie, la esposa, nunca cayó bien a las gentes de aquí. Mi abuela me contó que se paseaba por la calle con aires altivos. Además, era una egoísta nata. Era ella la modelo para los vestidos de novia que llegaban a la tienda, hecho que se modificó un poco con el paso de la infancia a la adolescencia de Bianca. A partir de ahí, la joven empezó a probarse los vestidos, cosa que molestó a su madre más de la cuenta. De hecho, mi abuela cree que Marie nunca quiso a su familia, en especial a su hija, aunque fingiera amarla para mantener limpia su reputación. Realmente, era una manipuladora. Cuando ya faltaban pocos días para la boda, cuando la tienda estaba cerrada, Marie le reprochó a su marido gastar más de la cuenta para comprar veneno para las ratas, que, desafortunadamente, estaban invadiendo el local. Tonterías así…no me cuentas esto, ni lo otro…ni confías en mí para hacer esto…o lo otro.
En lo que respecta a Bianca, la niña se convirtió en una mujer impresionante, conocida no solo por la empresa de su padre, sino por su gran belleza, que cautivó a Anthony, otro joven acomodado que resultó ser el hijo de la gran enemiga de Marie. ¡Quién lo iba a decir! El destino quiso que Marie tuviera un gran protagonismo de nuevo, así que el día de la boda, sin que nadie se enterara, la malvada mujer contrató a su sicario para que eliminara del mapa a su futuro yerno. Mis abuelos, invitados a la ceremonia, presenciaron la escena como la más terrible y triste de sus vidas. Una viuda negra sería la encargada de eliminar al novio. La mala suerte quiso que la araña picara a Bianca en vez de Anthony. La bella hija de Marie no pudo resistir el veneno y murió en el hospital. Anthony, desesperado, se suicidó en la costa. Marie, arrepentida, confesó su crimen y huyó antes de que la capturaran. Y Jeremy, con el corazón partido en dos, embalsamó el cadáver de su hija y lo colocó en el escaparate de su tienda para que siguiera probándose vestidos de novia como siempre lo había hecho, pero esta vez ella no tenía vida. A pesar de que la mayoría de la gente cree en esta historia, sigue siendo una leyenda. Y hasta ahí todo lo que sé…»
Annette, teniendo en cuenta sus conocimientos sobre la historia que le había relatado la dependienta de la tienda de los vestidos de novia, enlazó situaciones y cabos sueltos. Ahora ya sabía que Marie odiaba tanto a su marido como a su hija. Como Jim le había contado, la esposa del empresario sentía un profundo desprecio encubierto hacia los dos debido a la envidia que suponía contemplar la complicidad de padre e hija a la hora de probarse vestidos de novia. Un lugar que Marie reclamaba como primera y única mujer en la vida de Jeremy. Annette reflexionó sobre todo lo que le había contado su amigo, y acto seguido le rogó que acudiera con ella y con Patty esa noche a la tienda de vestidos de novia. La respuesta solo la podía tener alguien: Bianca. Sin embargo, no habían tenido en cuenta un pequeño detalle: las llaves para entrar.
La calle donde se encontraba la tienda parecía más siniestra a las once de la noche. El Sol ya se había escondido tres horas antes y los pájaros habían guardado su canto para el día siguiente. Annette, Jim y Patty se encontraban enfrente del escaparate, observando la mirada cabizbaja de Bianca y su precioso vestido de novia, que una vez más volvía a ser el centro de atención en una noche tan oscura. Parecía una reina. Una reina triste. En mitad del silencio, un grito atronador les sobresaltó.
- ¿Qué hacéis aquí?
Era la dependienta de la tienda, que había estado observándolos durante un rato, escondida en la esquina. Jim intentó tranquilizarla, pero Annette fue más rápida y lo cogió del brazo, dirigiéndole una mirada calmada.
- Tranquila. Solo venimos a comprobar que ese maniquí es un muñeco normal y corriente.
- ¿Otra vez con esa historia? Me parecéis muy sospechosos. ¿Quién dice que me fie de vosotros? Podríais ser ladrones perfectamente.
Patty se sintió muy molesta por el comentario y pensó que ese momento sería el idóneo para intervenir.
- ¿Y quién dice que nosotros tenemos que creerte? A lo mejor la historia que nos contaste contenía más mentiras que las que nosotros podemos decirte ahora mismo. ¿Sabes qué? Estamos aquí para saber si ese maniquí de ahí es un cadáver o no. Y creo que, aunque te esfuerces por decir que todo esto es un cuento de viejas, tú también crees que Bianca es esa figura de cera.
La dependienta se quedó muda. Serenó la mirada y dio unos pasos hacia adelante, hasta colocarse enfrente del escaparate. Le dirigió una mirada a Bianca y bajó la cabeza, dejando escapar unas lágrimas de impotencia.
- Hace algunos años que mis padres quisieron que me ocupara yo de esta tienda. Y siempre he tenido miedo de lo que pudiera pasar en ella. Tenéis razón. Yo también creo que este maniquí es en realidad el cuerpo inerte de Bianca. Pero desde que conocí la historia, no me he atrevido a venir de noche hasta aquí para comprobarlo. He tenido pesadillas con ella…y todo por no afrontar mi miedo…Tomad.
La dependienta le dio una llave menuda a Annette, cuidando no manchar la piel de la chica con sus lágrimas.
- Vosotros sois más valientes que yo- continuó la dependienta-. Ya es hora de que acabe mi tormento. Adiós. Y buena suerte.
Sin pronunciar más palabra, la dependienta se giró y se marchó por donde había aparecido. Poco a poco, la noche se la fue tragando. Una vez solos, Annette abrió la puerta de la tienda y entraron todos.
Todo estaba tan oscuro que los tres chicos tuvieron dificultades para andar. Por más que buscaron, no dieron con el interruptor de la luz. El vestido de Bianca era la única luminosidad que poseían. Después de varios minutos caminando entre la inmensa oscuridad, oyeron un leve ruido que se fue haciendo más sonoro a medida que se paraban a escucharlo. Parecía que…alguien estaba llorando. Annette se adelantó para alcanzar el maniquí de Bianca, pero una fuerza escondida en las tinieblas le frenaba. Jim y Patty se habían perdido entre los gritos. Estaba sola. No sabía qué hacer. Su angustia estaba creciendo tanto que sentía que se moría. Sus fuerzas…estaban empezando a fallar…
«Por fin alguien vive lo que yo viví…»
Annette abrió los ojos despacio. En un primer momento, creyó que Bianca había venido a por ella y la había matado, encontrándose en el Cielo o en algún lugar de esos. Acto seguido, una silueta le ayudó a incorporarse. La mujer le tendió un vaso de agua y le pasó la mano por el pelo.
- ¿Estás bien?
- ¿Qu…ién es…us…?
- Tranquila. No hables. Antes de todo, debes saber que tus amigos están bien. Se desmayaron como tú. Y ahora están recuperándose en la esquina de ahí. Quiero que sepas también que estás en el almacén de la tienda y que no te va a pasar nada.
- ¿Quién es usted…?
- Soy la peor persona del mundo.
Cuando Annette terminó de incorporarse, observó que la persona que la había ayudado a recuperarse del desmayo era una anciana desaliñada y con ropajes sucios y rotos. La chica le notó un ligero acento francés. Sin duda, aquella mujer era la madre de Bianca, Marie.
- ¡Es ella! ¡Aléjate, Annette!- gritó Jim, tras darse cuenta de la compañía de su amiga.
- Cálmate, Jim. Creo que su intención es otra.
- La persona que habéis oído llorar es mi hija. Efectivamente, ella está muerta, pero su espíritu vengador aún está dentro de su cuerpo embalsamado- dijo Marie, conteniendo las lágrimas- Hoy se cumplirían cuarenta y dos años de aquello…y Bianca no aguanta más. Viene a por mí. Y hará todo lo necesario para arrastrarme al infierno.
Annette la cogió de la mano y la animó a contarle todo lo que guardaba dentro de su deteriorado corazón.
- Nadie sabe la verdadera causa de la muerte de mi hija. Muchos piensan que fue por la picadura de una araña, y que fui yo la culpable, pero en realidad no es así. Mi arrepentimiento me lleva a admitir que nunca sentí mucho afecto por mi familia. Ahora me doy cuenta de todo lo que me perdí, y de lo maravilloso que podría haber sido todo si no hubiera sido tan egoísta y arrogante.
«Cuando me enteré de que Bianca se iba a casar con Anthony, mi sangre hirvió. Curiosamente, ese hombre era el hijo de una mujer que estuvo enamorada de mi marido desde siempre y que, por supuesto, estaba dispuesta a arrebatármelo. Aunque yo no estuviese enamorada de él, no podía dejar escapar a un empresario rico que me amaba con locura. Por aquel entonces, no me daba cuenta de que un demonio estaba naciendo en mí. Un demonio que resultó ser yo misma. Me estaba convirtiendo en un ser despreciable que solo mantenía su apariencia. Pero que estaba podrido por dentro. Yo no era feliz, y caí en el error de pensar que nadie debía serlo.
Contraté a un asesino a sueldo para que eliminara al hombre que se iba a casa con mi hija. Así, le rompería el corazón a su madre. Al fin y al cabo, el dolor por la pérdida de un hijo es lo más doloroso que le puede pasar a una mujer. Sin embargo, y a pesar de que mi plan estaba saliendo según lo previsto, Bianca nos oyó a escondidas al sicario y a mí en una de nuestras reuniones, horas antes de la boda. Una de las criadas de mi casa, la que más atención le prestaba a mi hija, me dijo que la había visto por la ventana correr hacia la tienda, llorando como nunca la había visto. Sin dudarlo, y temiendo que Bianca hiciera alguna tontería, mandé a Lya, su niñera, a vigilarla más de cerca para evitar un desastre.
Bianca apareció una hora más tarde, disculpándose de mí. La excusa que me echó fue la de los nervios de la boda. Sin más, y creyendo que nada grave había pasado, la mandé con las criadas para que la prepararan para la boda. ¡Tonta de mí! Si hubiera sabido lo que más tarde me heló la sangre.
Cuando comenzó la ceremonia, apareció agarrada del brazo por su padre. Me dio la impresión de que estaba demasiado pálida, pero mantuvo la compostura hasta el final.  Poco a poco, la música acompañó los pasos de mi hija, mientras que su futuro marido la esperaba con una sonrisa inmensa en el altar. Antes de que el sacerdote los casara, le comuniqué al asesino que pusiera en marcha nuestro plan: una araña viuda negra debía picar a Anthony para que este muriera y nadie se enterara de que yo había tenido la culpa. Pero el destino movió los hilos una vez más y la araña fue derecha a picar a mi hija. Ella, sangrando por la nariz y por los oídos, perdió la conciencia tras varias convulsiones y mareos. La araña se escapó de allí, igual que el sicario. Yo, alarmada, me levanté y recé a Dios para que no le hubiera picado a la persona equivocada. Acto seguido, no me atreví a auxiliar a mi hija y me fui del lugar, escapando del montón de gente que había acudido al altar.
Ya en mi casa, decidí preparar mis cosas para escaparme de la ciudad. Fui a la tienda a recoger unas joyas, donde me encontré a Lya atada de pies y manos y con un gran golpe en la cabeza. Cuando la hice volver en sí, se despertó a gritos y con la cara blanca. Me preguntó dónde estaba Bianca, que corría peligro. Pero yo no la entendí. La tranquilicé con un vaso de agua y acto seguido, me contó que la niña había ingerido veneno para ratas; el que había comprado mi marido para ahuyentar a los roedores de la tienda. Cuando le pregunté por qué lo había hecho, Lya me contó que sabía el plan que iba a llevar a cabo sobre Anthony y que, como yo era su madre y nadie creería sus palabras, la única forma de permanecer junto a su amante después de que este estuviera muerto era provocar su propia muerte también. Para evitar que Lya la detuviera a tiempo, Bianca le dio un golpe en la cabeza con un maniquí cercano y la ató de pies y manos para que no fuera a contarme lo sucedido.
Después de que me relatara su historia, me sentí más culpable todavía. Bianca no había muerto por la picadura de araña, como todos pensaban. Había fallecido por el veneno para ratas que ella misma se había tomado. Se había suicidado. Para estar para siempre con Anthony, que debía morir por la picadura de la viuda negra. Después de la tragedia me culpé a mí misma frente a los demás de la muerte de mi hija y hui lejos, escondiéndome en vertederos y robando alimentos para sobrevivir hasta hoy. A veces pienso que soy demasiado cobarde para no haberme suicidado yo también. Al fin y al cabo, nadie me hubiera echado en falta. De Anthony oí que se tiró por un acantilado en el mar. También oí que Jeremy embalsamó a nuestra hija y la colocó en el escaparate para que se mantuviera por siempre viva y bella ante los ojos de la gente. Lo que para el pueblo era leyenda, para nosotros, entre lágrimas, era verdad.
Muchas veces vine a hablarle a mi hija desde la calle. Para pedirle perdón. Pero siempre que le miraba directamente a los ojos tuve la impresión de que movía y se bajaba del pedestal del escaparate para venir a por mí y llevarme al otro mundo. También conseguía a veces entrar a la tienda antes de que saliera el Sol. En esos momentos de completa soledad, la escuchaba llorar. Quizás estuviera llorando porque su madre había impedido que fuera feliz. Y hoy, en un día tan señalado, me decidí valientemente a rendirme a su voluntad. Hasta que aparecisteis vosotros.»
Annette, Patty y Jim se habían sentado en el suelo del almacén a escuchar la historia de Marie con atención. Annette acabó de escucharla con abundantes lagrimones deslizándose por sus mejillas. Jim, más rencoroso, mantenía el semblante serio.
- Puede haber muchas versiones. Pero esa es la verdadera historia.
Antes de que los chicos tuvieran oportunidad de decir alguna palabra, un fuerte estruendo se oyó en la puerta del almacén. Lamentos espeluznantes se dejaban oír tras los golpes.
- Es ella.- dijo Marie, bajando la mirada.
Los estruendosos golpes estaban deteriorando cada vez más la puerta. Los chicos dieron unos pasos hacia atrás. Marie se mantuvo delante de ellos. La puerta, finalmente, cedió. La sombra del maniquí de Bianca estaba mirándolos fijamente. Poco a poco, el rostro bello y cabizbajo de la novia triste empezó a aparecer.
«Tú acabaste con mi felicidad.»
La voz de la muñeca retumbaba en el almacén. Sin embargo, no articulaba palabra alguna. Annette se dio cuenta de que sangraba por la nariz y por los oídos. Marie se dio cuenta enseguida.
- Soy yo la que te debes llevar. Deja a estos chicos en paz.
«Yo no soy una asesina, igual que tú.»
- Acaba con esto de una vez, Bianca.
«Podría haber sido todo perfecto. Lo teníamos todo. Todo. Mamá.»
Una luz potencialmente luminosa inundó el almacén. El maniquí empezó a resquebrajarse, haciendo que sus ojos se partieran en dos. Bianca sangraba por la nariz y por los oídos a la velocidad de la luz. También escupía sangre por la boca, hasta manchar entero el vestido de rojo. Un destello final acompañó su desintegración. Segundos después, y con los ojos abiertos como platos, Marie caía fulminada al suelo. Sin vida.
Annette, ayudada de Patty y Jim, intentó levantarse como pudo para escapar de aquel lugar. Los gritos de la chica mostraban su terror. Solo podía oír las palabras de Patty diciéndole « ¡Vamos, Annette, salgamos de aquí! » La puerta parecía tan lejana, tan distante…Y esta vez no estaba el maniquí de Bianca para despedirse.
Al día siguiente, los tres chicos volvieron al lugar. La policía había cercado la zona y varias personas se amontonaban para ver lo que había sucedido. Los medios de comunicación estaban desesperados por obtener noticias sobre lo que había sucedido. Algunos agentes no podían controlar a los más curiosos, que se mataban por cruzar la zona restringida y entrar en la tienda. Poco después, dos enfermeros salían con el cadáver de Marie en una camilla. La policía se refería a ella como ‘vagabunda ladrona’. A lo lejos, el comisario hablaba seriamente con una mujer que los chicos ya conocían. La dependienta desvió la mirada hacia Annette y le susurró moviendo los labios y con una sonrisa:
«Gracias.»

La reina triste por fin podía reencontrarse con el amor de su vida. La maldición del maniquí, por lo tanto, había acabado. Marie había pagado su condena y la dependienta de la tienda podía vivir tranquila, sin tormentos. Sin embargo, nadie olvidaría nunca aquella historia de la novia que, para la gente, fue asesinada por una viuda negra, y que para pocos fue inmortalizada como una heroína del amor. 

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