NYX
De
camino a Atenas, me crucé en el sendero con la tribu Oiatos, unas gentes
nómadas atraídas por el clima mediterráneo y cargadas de cultura mundana en sus
hombros. En otras ocasiones, como fue en aquel día que el viejo Silos me contó
la oscura historia de Érebo, había coincidido con esta tribu, siempre amable y
generosa a cada palabra que yo pronunciaba. Esta vez, la sed había podido con
ellos y habían parado en una charca cercana, que según decían se podía beber.
Ela, la anciana más sabia de la tribu, me aconsejó que bebiera de dicha agua,
ya que ella había pasado millones de veces por ahí y había degustado el
agradable sabor a frescura sin peligro alguno. Cuando bebimos, me preguntó si
me iba bien mi vida, y si ya había contraído nupcias con una hermosa muchacha.
Ante mi negativa, Ela se tapó la cara con las manos después de dejar escapar
una sonrisa que fue percibida por el resto de la tribu.
Cuando
el ocaso estaba a punto de serenarse, el marido de Ela, el viejo Hida se sentó
alrededor del fuego para contar su historia de todas las noches. La temperatura
era excelente y las llamas de aquella hoguera eran más vivas que nunca. La
brisa del verano se colaba por nuestro cuello y nos hacía sonreír, como si la
misma noche nos estuviera acariciando. Los niños más pequeños estaban sentados
en los regazos de sus madres, mientras sus padres conversaban con otros hombres
de la tribu, que contemplaban la escena con ternura. Ela se colocó al lado de
su marido y le miró serenamente. Por su parte, Hida estaba cruzado de piernas y
permanecía callado y con la cabeza baja. Ese momento no lo olvidaré en la vida.
Precisamente cuando levantó la cabeza se hizo el silencio.
-
Faltan escasos minutos para que caiga la noche y Hemera nos diga adiós, como
todos los días. Vuestras sonrisas permanecen en vuestras caras y esa es buena
señal de que el viaje no se está haciendo tan pesado.- dijo Hida, contemplando
los rostros curiosos de quienes lo rodeaban.- El día. La noche. Dos elementos
tan distintos de nuestra naturaleza que apenas sabemos cómo se
originaron…Nuestro mundo es un lugar donde el espíritu juega libre a través del
viento y donde nuestros sentimientos se vinculan con el medio que nos rodea.
Ela
me guiñó un ojo. Era el momento de que Hida contara otra de sus grandes
historias.
-
Hace muchísimo tiempo, cuando apenas el mundo estaba formado, una de las cosas
que precisamente faltaban en la naturaleza era la luz. Los seres humanos,
desnudos en su mayoría y los que no se tapaban con pieles de animales o
vegetales, andaban desorientados por ahí. Para nuestra suerte, Nyx, diosa de la
noche, nos animaba a todos diciéndonos que pronto engendraría a una hermosa
joven que diera luz a ese mundo lleno de tinieblas que había dejado su esposo,
Érebo. Pero la niña no llegaba y los hombres empezaron a desesperarse.
»La
desesperación del hombre y de la mujer fue uno de los mayores pecados por aquel
entonces, ya que Nyx, a diferencia de los demás dioses, era la única que les
prestaba atención a aquellos seres de barro creados por el Caos, la materia
inicial del mundo. Pero verdad es que el hombre y la mujer siempre pecaron de
ignorancia y de avaricia, y construyeron una torre enorme para subir al cielo y
hablar con la mismísima diosa Nyx. En aquel mundo de oscuridad no fue nada
fácil crear una construcción de semejante tamaño para conseguir algo que parecía
posible. Sin embargo, los seres humanos consiguieron construir aquella
edificación con los restos que habían sobrado tras el nacimiento de las
montañas. Entre sus historias más comunes y cotidianas, se contaba que entre
ellos destacaba un hombre que siempre sería recordado para aquellos primeros
pueblos. Se trataba de alguien avanzado para su existencia, algo parecido a un
héroe o a un dios. Sorión, así llamado aquel hombre, se atrevió a subir las
escaleras de la Torre de la Noche, así llamada la construcción que tenía como
objetivo llegar al cielo. Los sabios le advirtieron que debía ir solo, ya que
era el elegido por su valentía y su carácter especial. Su misión era fácil:
debía subir la torre y llegar a los cielos para hablar con la diosa Nyx, teniendo
cuidado que su manto de estrellas no le cegara, y rogarle de rodillas y
mirándola a los ojos el parto de su niña. Pero si Sorión cometía el terrible
error de no llegar antes del canto de Nyx, famosa canción que mantenía a los
seres humanos relajados y tranquilos, moriría y la torre se derrumbaría. Nyx,
ajena a los planes de sus más eficaces compañeros humanos, se esforzaba por
adelantar el parto de su hija y así traer la fortuna y la luz al mundo.
De
pronto, una chillona voz interrumpió a Hida.
-
¿Y qué pasó con Sorión? ¿Consiguió convencer a Nyx?
-
Vaya, pequeño.- contestó Ela, dedicándole una sonrisa a su impaciente nieto.-
Deja que tu abuelo siga la historia.
-
Bien.- siguió Hidas.- Como decía, Sorión fue advertido por los sabios que le
rodeaban. Pero él se creía demasiado valiente y atrevido como para hacer caso a
unos viejos que ya estaban en las últimas. Su error fue creer arrogantemente
que la experiencia tiene la batalla perdida con el desconocimiento y,
desgraciadamente, la juventud.
»El
camino al cielo no era fácil. Aquella torre era bastante inestable, ya que,
para su mala suerte, aquellos hombres no tenían la suficiente capacidad para
realizar una obra tan delicada como habían creado. Más de una vez estuvo Sorión
cerca de la muerte, pero su fuerza y su agilidad lo libraron del Inframundo
fácilmente. Cuando llegó a la cima, sus pulmones notaron el cambio de aires y
se lo hicieron saber. A pesar de ser un héroe, también era de carne y hueso
como los demás. De lejos vio llegar a la diosa Nyx, que embarazada se disponía
a cantar su canción de todos los días. Sorión, aliviado porque había llegado a
tiempo, la invitó a acercarse más. Sorprendida por su inesperada aparición, Nyx
miró fijamente al humano, a esperas de que le explicara la razón por estar allí.
La diosa permanecía con el cabello al aire, movido forzosamente por el terrible
viento que hacía en aquel lugar tan alto. Su vestido, lleno de estrellas, era
una tela fina y casi transparente que brillaba con la intensidad de mil
luciérnagas. Temiendo que se cegara con los astros que componían el cuerpo de
la diosa, Sorión se apresuró a contar su problema. Pero Nyx, enfadada por la
falta de consideración hacia su persona y su descendencia divina, que sería la
salvación para el pueblo del joven, le dio la espalda y se preparó para cantar.
‘Tú
pagarás la codicia de tu pueblo, que nunca aprenderá a esperar.’
Acto
seguido, Nyx movió el cabello con dulzura y empezó su canción, con una voz tan
dulce que hoy nos recordaría a esos sonidos leves que se oyen en el silencio de
la noche. Por más que Sorión se apresuró a bajar las miles de escaleras de la
Torre de la Noche, no consiguió llegar abajo a tiempo y murió mientras Nyx
remataba su trágico canto. Cuando los sabios de aquellos pueblos se enteraron
de lo que había pasado, la muerte de su héroe cayó como una roca en sus
conciencias y decidieron cumplir los deseos de Nyx de esperar a que su hija
naciera sin ninguna muestra más de superioridad contra ella. Si alguien debía
elegir el nacimiento de su hija, ésa era la naturaleza misma.
Finalmente,
y tras cientos de años de espera, Nyx dio a luz a la jovencísima Hemera, que su
misma madre envolvió en su manto de estrellas. Del contacto de ésta con las
únicas luces que poseía su madre, tomó el tan poder sobrenatural de alumbrar.
Los hombres y mujeres de los pueblos que habían visto morir a Sorión alabaron
el nacimiento y dieron gracias a la diosa por traer la luz a ese mundo lleno de
tinieblas y oscuridad que les había dejado Érebo. Cuando creció, Hemera se
convirtió en una diosa hermosa y joven, muy querida por su madre. Permaneció al
lado de su madre, alumbrando el cielo al mismo nivel que las demás estrellas.
Pero aquella función no convencía a los hombres. El hecho de que las quejas por
parte de la humanidad aumentaron y el cansancio de su madre por el nacimiento
de sus demás hijos, hizo que Hemera tomara una importante decisión. Le ofreció
a su madre aumentar su luminosidad hasta cubrir del todo el cielo, ocupando un
nuevo puesto en el cielo mientras su madre, que se encargaba de dar a la
naturaleza la noche, descansaba. A pesar de que Nyx al principio se oponía, ya
que tenía miedo de que su hija se quedara sola, aceptó cuando sus fuerzas no
pudieron más. Sin embargo, le puso a su hija una condición: Nyx podría venir a
verla cada vez que quisiese para asegurarse de que estaba bien. Hemera aceptó y
Nyx se retiró a descansar, prometiendo volver cada poco. De esta forma, los
hombres y mujeres gozaban de luz y oscuridad al mismo tiempo, acrecentando esta
forma de vivir su felicidad perpetua.
Pero
la propuesta de Hemera se vio interrumpida al cabo de los años por Érebo, que
se había enterado del juego de madre e hija gracias al suave susurro del
viento, que viaja por todos lados para hacer llegar los secretos más prohibidos.
Nyx salió en defensa de su hija, oponiéndose al que fue su marido, cuya opinión
se manifestaba a través de la idea de que lo que estaban haciendo afectaba al
mundo y a la vida de las personas, y que podía considerarse como un desorden
natural. La noche completa debía volver, permaneciendo como única luz en el
cielo la levísima potencia luminosa de las estrellas del manto de la diosa de
la noche. A pesar de los terribles gritos de Nyx y las súplicas de Hemera,
Érebo utilizó su oscuridad y sus tinieblas para atrapar a las diosas y hacerlas
prisioneras. Pero gracias a la intervención de los hombres antiguos, que
pensaban que podían arreglar su prepotencia salvando a Nyx y a su hija, rogaron
al dios oscuro que las dejara libres. Érebo, dolido por la intención de
instaurar luz en sus tinieblas, penalizó a Nyx y Hemera por el terrible delito
que habían cometido, así que planteó su castigo: Hemera seguiría dando luz al
cielo durante el día, pero Nyx no podía cubrirlo de oscuridad hasta pasadas
doce horas. Aunque volvían a ser libres, el argumento de Érebo escondía una
terrible condena. Madre e hija sólo podrían reencontrarse cuando la luz de
Hemera y la oscuridad de Nyx se fusionasen con el cambio de turno, es decir,
durante unos breves instantes en el amanecer y en el ocaso. Dolida, pero
dispuesta a volver a ver a su hija, Nyx aceptó las condiciones y Érebo les dio
la libertad. Y a partir de entonces, en los cielos que contemplamos, primero es
el día y después la noche, y los únicos momentos donde se reencuentran la luz y
la oscuridad son el amanecer y el atardecer. Hasta el final de los tiempos.
Después
de la historia del viejo Hidas, todos quedaron en silencio. Los más curiosos
miraban al cielo, que ya manifestaba su característico manto nocturno lleno de
luces brillantes. Le deseé buenas noches a Ela y a su marido y me dirigí a
escasos metros de la fogata para echarme a dormir. Antes de cerrar los ojos, vi
a unos pequeños niños representando la historia que el anciano había contado.
Su madre, con una sonrisa en la cara de oreja a oreja, les mandaba callar y les
decía que no hicieran ruido, que los demás estaban ya dormidos.
Contemplé
el cielo una vez más. Pronto se haría de día y los pájaros volverían a cantar.
Y yo seguiría mi camino hacia Atenas. Y seguro que de nuevo me encontraría con
historias tan interesantes como estas, contadas por sabios que guardan dentro
de sus corazones millones de libros tatuados. Vi como las estrellas me
saludaban y al mismo tiempo me deseaban buenas noches. Pensé que Érebo estaría
rondando por allí, vigilando que Hemera no tuviera ningún contacto con su madre
hasta el amanecer. Nyx, aunque contenta por disfrutar de su libertad, estaría
llorando estrellas, incluso más de las que forman su nocturno manto de oscuridad,
esperando impaciente a que su hija anunciara su llegada con los primeros rayos
del alba.
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