Caminó
un poco más a la derecha y dio con la calle que tanto estaba buscando. Allí
estaba, aquel chaval joven sentado en el suelo, con el abrigo roto y una lata
abierta y medio rota al lado de él. Cerca, un pequeño papel vertical rezaba:
«Tengo hambre». Deen se sentó, embriagado de tristeza, y lanzó una moneda a la
lata, cuyo ruido despertó al pobre mendigo de su ensimismamiento. Le miró y
sonrió. Deen se acurrucó en la pared y dobló las rodillas, acercándose al
joven. Y dejó que las palabras se colaran en el aire.
-
Posiblemente nunca me habrás visto, ya que siempre estás con la cabeza hundida
entre las piernas. Pero yo te conozco muy bien. Cada día, cuando voy a comprar,
veo muchísima gente durmiendo en la calle y pidiendo algo que comer. Mucha
gente evita la mirada, pero pocos sabemos lo que se siente, ¿verdad?
-
Esa gente que se avergüenza de mirarnos es porque tiene una cama caliente todas
las noches y un buen filete de pollo que comer.
-
Hoy por la mañana me he levantado del colchón. Me he vestido rápidamente y me
he aseado con agua fría. Dicen que es buena para la circulación, ¿sabes? Casi
me convierto en un iceberg, pero ya estoy acostumbrado. Nunca me ha importado
ver cómo se me calan los huesos. La otra opción es ver cómo mi hijo se muere en
la bañera tras tiritar hasta la muerte, así que prefiero dejarle la poca agua
caliente. Después he mirado la despensa y he tenido la suerte de encontrar un
trozo de pan y un poco de azúcar. A veces solo encuentro hormigas, por lo que
no sé si sentirme afortunado o desgraciado. Tras pasar cinco minutos, me siento
afortunado al pensar que gente como tú lo está pasando peor. Y en realidad
tampoco tiene mucho sentido, ya que me espera el mismo destino. Así nos cuidan.
-
Todavía recuerdo cuando vivía en una casa, rodeado de calor. Los animales están
acostumbrados de pequeños a resguardarse, pero la humanidad es demasiado
perezosa y débil para sobrevivir de verdad. Dicen que maduramos cuando nos
rompen el corazón o cuando se nos muere una persona que queremos. Pero yo
realmente maduré cuando empecé a buscar cartones y suplicarles a las señoras
del supermercado unos cuantos céntimos para que no me siguiera rugiendo el
estómago. Varias veces me he dormido repitiéndome a mí mismo «Me muero, me
muero» y despertaba luego al día siguiente, dándome cuenta de que todo seguía
igual. Es así como maduramos, cuando sucede lo que creemos que nunca nos
pasará. Así que aprovecha tu privilegio de encontrar pan, hormigas y ducharte
con agua fría mientras puedas. El río está demasiado helado. Y también tienes
dos opciones: o bañarte allí o soportar cómo la gente huye de ti por tu olor.
Aunque huye de ti de todas formas. Muchos creen que en realidad no somos así, y
que hacemos esto por gusto. Claro, teniendo un trabajo y comida, una familia,
unos amigos y una buena colonia que te cubra toda tu podredumbre es muy fácil
girar la cara y fingir que esto nunca te va a pasar a ti.
-
No sé cuánto tiempo me queda antes de que vengan «las marionetas altivas» a
destrozar mi puerta y llevarnos a los dos. Mi hijo vive en unas condiciones
pésimas y yo no puedo ocultarlo más. En el colegio, todos preguntan el porqué
de esas ropas tan viejas y de tres tallas más grandes. O el porqué de que nunca
vaya a una excursión. Después se encierra en su habitación y moja de lágrimas
el colchón, gritando su injusticia. Yo le digo que ser diferente está bien.
-
¿Cómo se puede mantener un hijo siendo tan pobre?
-
El truco está en hacer que todo sea lo más normal posible. Por las mañanas,
Jimmy se baña calentito y luego desayuna un poco de leche rancia y un poco de
pan con la mermelada que robo la tarde anterior en una tienda cercana. Se peina
su pelo grasiento y se viste. Él es muy vergonzoso en ese aspecto y corre a su
habitación a hacerlo, aunque creo (y él no me lo dice) que se viste en privado
para que no me dé cuenta que la ropa le queda grande y que es de su abuelo.
Cuando se va al colegio, realmente estoy más ocupado de la cuenta, ya que me
paso todo el tiempo buscando trabajo y consiguiendo algo de comida. En el colegio,
Jimmy siempre encuentra alguna que otra fruta para media mañana, ya sea en un
árbol del jardín o en la parte superior de un cubo de basura. Él tiene una
teoría, y es que la comida todavía es comestible si no pasan veinte segundos
desde el momento en que se tiró. Y así, Jimmy observa a la gente y su teoría
funciona. Yo le felicito por ser un buen detective al llegar a casa, cuando los
dos estamos en la mesa con un trozo de queso sobre el plato. Y en ese momento
hay que jugar a los ratones, por lo que uno es el gato y otro el roedor. Y uno
de los dos se queda sin el queso, ya que mientras que el ratón tiene que
atraparlo, el gato tiene que robárselo. Y el ratón siempre gana, por lo que el
gato se queda sin queso. Jimmy siempre me llama «¡Perdedor! ¡Has perdido el
queso! ¡Menudo gato tan torpe!» cuando consigue el trozo, mientras lo devora
como si fuera lo primero que come en mucho tiempo. Por la noche, cuando nos
hemos cansado de leer libros viejos y dar paseos jugando a ver quién encuentra
antes un anuncio de gente que busca a superhéroes por un precio increíblemente
bajo (ya que los superhéroes trabajan por poco porque son superpoderosos),
sacamos el colchón al jardín y contemplamos las estrellas. Jimmy busca a su
madre por todo el cielo hasta que señala la estrella más brillante y le susurra
un «algún día estaré contigo arriba, al lado de esa estrella tan brillante». Lo
curioso es que Jimmy siempre señala una estrella diferente. Me pregunto si
alguna vez caerá en la cuenta de que su madre no está al lado de ninguna
estrella, sino que es una de ellas. Y así todos los días…rezando para que los
servicios sociales no se den cuenta de nuestro juego y se lo lleven a la cueva
del pingüino, en las alcantarillas. Siempre fuimos humildes, pero vivíamos más
o menos bien hasta que me echaron del trabajo. No querían demasiados
barrenderos por estas calles.
-
Yo era abogado. Y era un ser despreciable. Bueno, en realidad me fui convirtiendo
con el tiempo porque hasta mi madre me dijo un día que yo no parecía su hijo.
Alcancé el éxito más exagerado tras ganar un caso que parecía imposible, pero
todo se vino abajo por la envidia de mis primos. Destruyeron mi familia y
convencieron a mis seres queridos de que yo no valía la pena. Mi altivez fue la
gota que colmó el vaso, por lo que el juego les salió redondo. Primero fue la
bebida, luego el casino…y luego mi total destrucción. Pronto me quedé sin
dinero y me vi obligado a mendigar por los supermercados y el centro. Pero
todavía conservaba mi móvil y mis ropas bien perfumadas y elegantes. De poco me
sirvió. La gente te mira mal si te ve en una puerta del supermercado. Esta lata
ha permanecido quieta desde entonces; no se ha movido porque no alerto a la
gente agitando el bote para que me den dinero. Prefiero que se den cuenta de
que lo paso mal cuando tengo arcadas al dolerme la barriga o cuando se me ponen
los ojos en blanco de inanición. Todo el mundo me ha dado de lado. Y mi día a día
no es muy diferente del tuyo. De seis de la mañana a doce me recorro la ciudad
buscando algún anuncio misericordioso y después vuelvo a mi puesto de guardia,
con mi lata fiel. En mi cartel no digo que estoy en paro o que soy de este
país. Simplemente digo la verdad, que tengo hambre; porque en verdad no hay un
solo minuto en el cual me sacie. Lo más abundante que he comido en dos años ha
sido una pera. Y bueno, unas patatas fritas que habían tirado unos niñatos
pijos al salir del Burger Seat. Si te digo la verdad, de noche es cuando peor
lo paso, cuando vienen a pegarme y a meterse conmigo. Yo la calle la trato con
respeto, pero hay personas que se divierten quitándome los cartones, dándome
patadas o rociándome con gasolina, amenazándome con limpiar las calles de ratas
como yo para que la ciudad tenga una imagen mejor. A lo mejor si me diesen una
cebolla podrían limpiarla mejor. Y luego, puede que esos abusones caigan en
desgracia y acaben viviendo en la calle. ¿Y ahora qué? Que si lamentos por
haberse metido con un mendigo, que si castigo divino. La humanidad nunca
aprende. Somos inútiles.
-
Puede que la mayoría de personas vean la noche como divertimento o descanso. Yo
la veo como la personificación de esa muerte que está por venir, de la soledad
y la angustia.
-
Pues yo creo que es el mejor momento para robar y vengarte de todas esas
miradas que a lo largo del día te alcanzan como puñales afilados y te desgarran
las entrañas. Una tienda de comestibles, un supermercado o un pequeño comercio
inofensivo. Todo vale cuando se trata de llenar el estómago, amigo. La calle es
difícil, muy difícil. No es lo mismo que ir a buscarse la vida durante el día y
luego dormir en unas cuantas plumas bajo un techo o un colchón. La calle, por
muy libre que parezca, es una cueva de osos donde no hay que bajar la guardia
en ningún momento. Pueden atacarte, escupirte, señalarte, robarte…o incluso
algo peor en contra de tu voluntad. Nunca sabes con quién te vas a encontrar al
abrir los ojos. Aunque yo he tenido mucha suerte en ese aspecto, ya que mis
propios compañeros de profesión (ya sabe que decir las cosas de forma irónica
alimenta el alma y la positividad) me «cuidan». La mayoría de gente que mendiga
no lo hace realmente. Hace tiempo vi a un hombre bien vestido y jugando al móvil
mientras esperaba a que alguien le diese unas monedas. Si yo fuera él, ¿no
habría sido más sensato aprovechar todo ese tiempo en buscar un trabajo? Si
tienes un móvil y ropa que huele a limpio tienes más posibilidades de que te
contraten. También hay otros que son magníficos escritores, ya que sus carteles
de necesidad se convierten en verdaderas biblias. Pero luego, cuando las pobres
señoras le dan algún céntimo, corren al supermercado a por un cartón de vino o
al estanco a por un paquete de tabaco. ¿No es vergonzoso? Por no decir la gente
que rechaza comida por dinero. Seguro que se van a comprar unos zapatos de
claqué y por eso prefieren que sueltes la pasta antes de que te des cuenta de
que su estómago está lleno y todo es una farsa para seguir estafando a las
personas. ¿Y qué me dices aquellos que utilizan las enfermedades como excusa?
Mala suerte; el ser humano es demasiado malvado y cruel para sentir pena.
¿Todavía no se han dado cuenta de que el 90 % tenemos el corazón hecho de la
piedra más dura?
-
Por eso tu caso me llamó tanto la atención. Dos palabras, tan sencillo como la
vida misma. Es difícil encontrar a alguien tan sincero…
-
De hecho, por estos lares creo que soy el único. Bueno…quizá no. ¿Conoces a la
niña de los ojos azules?
-
Creo…que no tengo el gusto.
-
La llamamos así porque ella se siente muy joven, pero en realidad tiene setenta
y nueve años. No es de aquí, nació en Europa del Este, pero como si lo fuera.
Tiene un desparpajo increíble, aunque no lo muestra cuando trabaja de cara al público.
Se pone todos los días en su esquina de la calle principal con una expresión
llorosa y dramática. Ella luego nos dice que es para ver si alguno afloja el
bolsillo, pero en verdad creo que lo está pasando muy mal. Sus hijos no la
querían en casa y le dieron una patada en el culo. No hay más que verla: sus
arrugas todo marcadas y sus comisuras labiales llenas de años, como los troncos
de los árboles. Apenas extiende la mano para ver si hay suerte y una moneda o
dos caen del cielo. Tengo que decir que es la persona más humilde que me he
encontrado nunca. Alguna que otra vez compartió pan y chocolate conmigo. Ese
fue uno de los mejores días de mi vida. De hecho, nunca lo olvidaré. Llegaba
envuelta en pequeñas monedas y compró comida para todos, como si fuéramos sus
nietos. Una chica negrita con un gorro de lana que le ocupaba media cara se
puso a llorar cuando rozó el chocolate entre sus manos. Había una pareja de
mendigos que se reía detrás de nosotros, advirtiéndonos que la vieja se estaba
burlando. Más me reí yo cuando a la semana les robaron las mochilas. La mujer,
con la cara congestionada, no paraba de chillar. Como ve, todo esto es un
mundo.
Deen
miró al indigente con un rayo de piedad. Era el momento.
-
Puede que la niña de los ojos azules sea honesta. Pero quizás yo no lo he sido
del todo.
-
Lo sé, Sr. Stevenson.
Deen
se quedó pasmado al oír su apellido. De repente, lo entendió todo.
-
Vi fácilmente su tarjeta en el bolsillo de su camisa medio rota. Deen
Stevenson. Así que Multiesencias, ¿no? ¿No es ese el centro comercial que hay
en la calle principal?
-
Tu historia me ha conmovido. Y quise compartir la mía contigo. Todo lo que te
conté sobre Jimmy es verdad, y bueno, todo lo que pasé también es cierto. Pero
mi vida dio un giro de trescientos sesenta grados gracias a que nunca perdí la
esperanza. Y ahora trabajo en la administración del centro comercial.
-
Sí, tiene pinta de ello. Me alegro de que no sea un «maestro de la represión».
-
No, no le estoy engañando ahora. No soy un poli o algo parecido. Vengo a
ofrecerle trabajo. Quiero que salga de la calle y que comience una nueva vida.
Los
ojos del chico se abrieron como platos, mostrando el amago de lo que serían
minutos después una cascada de lágrimas.
-
¿Qué me dices? Un puesto de trabajo en la secretaría de Multiesencias. El
primer mes la empresa se encarga de todas tus necesidades: ropa, alimentación,
transporte…Yo personalmente me encargaré de motivar tu comienzo.
-
Y, dime… ¿por qué he de fiarme de ti? ¿Por qué hace esto exactamente? Soy una
persona que ha sufrido mucho y que ha recibido palizas por todos lados. ¿Y si
luego me deja tirado?
-
Hago esto por mi hijo. Murió hace un año y medio, cuando todavía vivíamos en la
miseria. ¿Sabes lo que más me duele? Que Jimmy nunca conoció el hecho de vivir
sin preocupaciones. Siempre tenía que correr para que no se acabara el agua
caliente, o recibir un juguete usado y viejo (posiblemente robado) cada tanto.
Nunca supo por qué los Reyes Magos o el Ratoncito Pérez eran los que se
portaban mal en vez de él. Su infancia estaba hundida en el lodo. Y murió de
hipotermia en el invierno. Adivina qué…yo no pude pagar sus medicamentos. Por
eso se lo debo. Y quiero hacer esto. Estoy decidido. Ya no puedo cambiarle la
vida… ¿por qué no hacerlo con otra persona que lo pasó aún peor que él?
El
joven indigente se levantó y le dio un fuerte abrazó a Deen, susurrándole entre
lágrimas:
-
Ahora sé cómo devolverle el gesto del chocolate a mi amiga de los ojos azules.
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