martes, 25 de febrero de 2014

El café de los genios



EL CAFÉ DE LOS GENIOS

Estaba todo oscuro cuando abrí los ojos. Después una ráfaga de luz pasó delante de ellos y me encontré en una calle muy lúgubre. No tenía ni idea de donde estaba. Tampoco tenía idea de por qué había llegado hasta allí y qué me había pasado. Quise creer que era un sueño, pero era tan real que empecé a preguntarle a mi mente un millón de preguntas sin sentido.
- ¡Cervezas gratis por ser el cumpl…!
Delante de mí había un café ambientado en el siglo diecinueve. Las ventanas estaban un poco gastadas y la puerta fue lo que más me llamó la atención, principalmente porque de ella salían frases a gritos que no se acababan. Algo me decía que debía de entrar a aquel sitio, pero todavía no estaba seguro de si dar el paso. Quise investigar un poco los alrededores, pero solo encontré callejones sin salida y sin gente. Parecía que el bullicio se concentraba en aquel sitio.
- ¡Solo sé que no hay vino!- exclamó una voz rara.
Me pareció que esa frase me sonaba de algo, pero a la vez, que no la había oído en mi vida. Sobre la puerta había un gran cartel que rezaba: ‘café de Vetusta: comparte opiniones’. Las voces no dejaban de aumentar de tono. Parecía que una pelea se estaba disputando en el interior del café. Entré en uno de mis arrebatos, sin ser consciente de lo que hacía. De todas formas no había nada que temer si todo eso se trataba de un sueño.
Cuando estuve adentro, vi inmediatamente que el panorama que allí se respiraba no era muy normal. Había mucha gente sentada por las diferentes mesas. Aquellas personas me sonaban todas pero no tuve la impresión de haberlas conocido directamente en persona. ¿Y si eran famosos? Entré con miedo, ya que toda aquella atmósfera me inquietaba un poco. Se respiraba un aire tenso muy poco típico de los tranquilos cafés de mi ciudad. Daba la sensación de que todo el mundo había parado de discutir para ver que había entrado alguien. De hecho, creo que así fue.
- ¡Vaya, vaya! ¿Pero a quién tenemos aquí? ¡Un nuevo cliente!- exclamó el camarero extrañándose de que hubiera entrado alguien que no fuera alguno de los ya presentes.
El café tenía siete mesas. Dos de ellas estaban sin ocupar. Reconocí de inmediato a todos los ocupantes de las restantes. En una mesa se encontraban Miguel Ángel, Rafael Sanzio y Leonardo Da Vinci, tranquilos. Al parecer, eran los únicos que conservaban la calma en aquel sitio, ya que hablaban tranquilamente sin que mi presencia les perturbara. En la mesa de al lado se encontraban Platón y Nietzsche, enfrentados con los puños en la mesa y cara a cara. Al parecer, Sócrates, que no podía afrontar la borrachera que llevaba encima, se había agarrado a la mano de Platón y había caído al suelo dormido. Otra mesa tenía el privilegio de contar con el gran William Shakespeare, que conversaba furioso con Goethe y Miguel de Cervantes. Velázquez, Picasso y Tomás de Aquino ocupaban otra mesa cercana a los artistas del Cinquecento. La última mesa la ocupaban Víctor Hugo, Franz Kafka y Lord Byron. En la barra se encontraban animadamente Gustavo Adolfo Bécquer y Ramón María del Valle-Inclán. Todos volvieron a sus disputas cuando me senté en una de las mesas que quedaban sin ocupar. Oí perfectamente la pelea que estaban protagonizando Velázquez con Picasso, que mostraban el ceño fruncido ante la serena mirada de Tomás de Aquino.
- ¡Esto es intolerable! ¿Cómo os atrevéis a manchar la historia de la pintura de esta forma? ¡Lo que pintáis no tiene sentido! ¡Para saber pintar hay que mostrar la calidad de la realidad!
- Exagerado. Realmente exagerado.- se defendía Picasso, que no se molestaba en conservar la calma.
- No entiendo cómo se os ocurrió pintar a mujeres de las tribus africanas tan deformes. ¡Sólo os falta pintar el fondo parecido a una selva! Aunque claro está, ¡no sabremos si es una selva o no!
- Señor Velázquez. Preocúpese de que la enana de sus meninas no salga en la selva como pieza de caza de la tribu que dice usted.
El pintor barroco se levantó de un salto y ardió en rabia. Su bigote se puso puntiagudo y apretó los puños más que nunca. El color de su rostro se asemejaba a un verdadero tomate. Picasso pensó que sería el nuevo color de su curiosa paleta.
Era evidente que Velázquez criticaba el arte cubista del pintor malagueño, aunque a Tomás de Aquino, que contemplaba la disputa con desilusión, le pareció que eran celos obvios, según la lectura de su mirada. Se levantó como si se estuviera aburriendo demasiado y se marchó, despidiéndose del camarero con una mueca de asco. El camarero, que parecía que no había conocido el agua en toda su vida, fregaba los vasos con tanta desilusión que sólo le faltaba tener una manta de lana para dormir encima de la barra y no atender a sus obligaciones. Velázquez, por su parte, rompió a llorar de rabia y también se marchó al ver que Picasso cruzaba la puerta acompañado por Salvador Dalí, que acababa de recoger al pintor.
- ¡En la ruina! ¡En la ruina estoy!- se lamentaba Sócrates, que se acababa de despertar.
- ¡Cierra el pico de una vez, viejo pesado!- exclamaba Nietzsche desde la otra mesa.
Sócrates abandonó el café más borracho de lo que estaba cuando entré. La tranquilidad y el orden del Renacimiento parecían personificados de la mano de sus artistas más famosos, que reían con simpatía en la otra mesa, dialogando con delicadeza y armonía. Me pareció que estaban discutiendo de una manera más suave. Sin duda, eran los más silenciosos de todo el café, aunque Miguel Ángel parecía más enfadado de lo que aparentaba. Estaba a punto de levantar la voz.
- …y así queda justificado mi argumento sobre el mundo sensible. No es de fiar, hazme caso. ¡Los griegos sabemos más de este tema, somos más sabios! El mundo de las Ideas es el único mundo verdadero, origen del Bien.- le decía Platón desde el otro lado del café a Nietzsche.
- ¡Prejuicios! ¡Inseguridades!- chillaba Nietzsche con aires de superioridad.- Así nunca llegaréis a ser niños.
- ¿Niños? ¿Para qué necesito ser un niño?
- ¡Amigo, mío! ¡El espíritu primero tiene que ser pasar de ser un camello sumiso a un león valiente que lucha por lo que él mismo piensa y no por lo que piensen los demás! Finalmente, será un niño lleno de felicidad y que ha aprendido a valerse por sí mismo.
- Debes admitir que mi pensamiento ha causado una revolución metafísica impresionante. Es obvio que esa es la verdad.- dijo Platón.
- Si quieres ver las estrellas del Bien puedo darte un puñetazo con el brazo de mi David, Platón. ¡Entonces sí que será tu cara sensible!- gritó Miguel Ángel volviéndose.
Platón enmudeció con las palabras del artista. Nietzsche estuvo a punto de ensordecer a todo el café con una carcajada tremenda, pero prefirió callarse. Aún así, rió por lo bajo de una forma descarada.
- Es evidente que no voy a seguir en este café que solo piensa que este mundo es la verdadera realidad. ¡Maldita apariencia colectiva!- sentenció Platón. Y acto seguido se levantó y se marchó del establecimiento. Nietzsche quiso pedir más vino, pero el camarero le dijo que aquel lugar era un café y que sólo tenía alcohol limitado. También se disculpó por el escándalo de la pelea. El camarero no le hizo caso y siguió con el tema del vino, argumentando que todo lo que había quedado se encontraba en el estómago de Sócrates. Nietzsche suspiró y pidió un café.
Hacía un rato había pedido un vaso de leche bien caliente, pero el camarero seguía a su rollo, así que lo volví a intentar. Tras algunas voces, me lo sirvió. Me daba la impresión de que a veces me ignoraba para escuchar las conversaciones de los demás. Aunque era inevitable, ya que las peleas parecían festivales. Kafka había optado por intimar en su mundo interior mientras Víctor Hugo le hablaba incesantemente. Lord Byron los observaba mientras se retocaba el cabello. Algo llamó la atención de Kafka, que dio un sobresalto.
- ¡Es él! ¡De nuevo! ¡Puedo oír sus patitas!
Miré al suelo, pues sus ojos estaban clavados en él, pero no vi nada que pudiera perturbar aquel tenso ambiente más de lo que estaba. De pronto, Kafka se levantó y pisó algo tan fuertemente que retumbó en todo el café. Lord Byron se asomó por debajo de la mesa y rio al comprobar que la víctima de Kafka había sido un pobre escarabajo.
- ¡Ajá! ¡Vuelves a tener la misma mala suerte! ¡Y esta vez no me pesa la culpa de haber acabado contigo!
- Definitivamente, el mundo está lleno de locos miserables…- dijo Víctor Hugo dando un suspiro, viendo que todo lo que le había hablado a Kafka no había servido para nada. Byron se levantó de un salto y miró a Kafka con una mirada de soslayo, contemplando el cuerpo aplastado del insecto. Después volvió a reírse.
¿Estaba rodeado de locos? La única muestra de cordura la encontré en Cervantes, que se estaba peleando con Shakespeare y Goethe porque éstos estaban comiéndose sus pastelitos. Shakespeare parecía el que más sentía haberle robado al escritor su comida. Goethe, por su parte, insultaba a Cervantes con ímpetu:
- ¡Más te vale devolverme los dulces si no quieres acabar con una pistola en la cabeza como uno que yo me sé!
Harto de voces, decidí sentarme en la barra para alejarme de las peleas que reinaban en las mesas. Allí, sentados en los taburetes, se encontraban Bécquer y Valle-Inclán, tomando un café con una tranquilidad que asombraba. Pero el jaleo no tardó en llegar a mis oídos, puesto los dos empezaron una disputa en segundos.
- ¡Nada como un café bien caliente, señor barbas!- dijo Bécquer, riendo con la taza de café en la mano. El camarero le lanzó una mirada de complicidad.
- ¿Dónde está tu respeto? ¡Demasiadas golondrinas tienes en la cabeza, Gustavo! Es hora de que aceptes que el café frío es una maravilla.- argumentó Valle-Inclán.
Empecé a sentir repugnancia por toda la gente que se encontraba en el local. Discutían por tonterías y no paraban de argumentar cosas absurdas. No entendía nada. Definitivamente, aquello me estaba trastornando demasiado. Me puse las manos sobre la cabeza y decidí cerrar los ojos para volver a mi mundo, un mundo donde nadie tenía cuentas pendientes con escarabajos para así acabar con ellos o un mundo donde nadie estrellara una escultura en la cabeza de otro que pensara que el mundo en el que vivíamos no era real.
En ese momento, algo cambió el rumbo de mi mente. Una mujer, con una corbata bastante larga, entró en el café y se sentó en la mesa que yo acababa de desocupar. Su sonrisa me causó una sensación de bienestar increíble. Vestía sencillo y humilde. Me acerqué a ella hipnotizado por su buen ambiente, cuya esencia tranquilizó a todo el café.
- Es increíble que usted haya calmado a todos estos salvajes…- le dije. Ella se limitó a sonreírme.
- Simplemente, creen que lo que hacen es lo correcto. Pero nadie hace lo correcto. Ni nadie sabe lo correcto.
Tras quedarme minutos analizando su rostro medio envejecido, supe que era Gloria Fuertes. Me dijo que era mejor no hacerle caso a lo que hablen los demás, que debemos ir en nuestro camino sin desviarnos.
- La vida es un cuento. Y tú puedes hacer de esa ficción una realidad maravillosa.
Quedé embelesado por sus palabras. Desprendía una armonía increíble.
- Tenlo en cuenta, Amor.
Desde ese momento, quedé impresionado de por vida. Algo produjo un rayo de luz que me volvió al vacío. Mis ojos se volvieron a llenar de oscuridad. Había aprendido mucho aquel día, aunque, aquella mujer… ¿Cómo supo mi nombre?

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