martes, 25 de febrero de 2014

La bajada a los Infiernos



LA BAJADA A LOS INFIERNOS

Por aquel entonces, me disponía a seguir investigando para completar una obra que dejé a medio acabar y seguí buscando enigmas y secretos de este, nuestro mundo, con la esperanza de no cansarme nunca de su fuente de conocimiento. En mi viaje a Tracia, unos pastores muy agradables que me encontré por el camino me dieron cobijo y protección durante cinco días. El bolso de piel que llevaba conmigo estaba sin provisiones y ellos no dudaron en rellenármelo para que no muriera de hambre. También me ofrecieron algunas jarras de agua, que yo acepté con eterna gratitud. Las frescas tardes de primavera, al atardecer, propiciaban el saber de los pastores más viejos, haciendo que brotaran de sus corazones leyendas que nunca parecían tener fin. Algunas personas que pasaban por allí, interrumpían su viaje y se sentaban alrededor de la gran hoguera que hacían cuando el Sol se despedía, para escuchar los cuentos de los pastores, que gustosos transmitían sus palabras a los oyentes. La tarde antes de partir y seguir mi camino hacia Tracia, un pastor anciano que estaba asombrando con sus palabras pueblerinas a más de uno que estaba sentado escuchándolo, se acercó a mi y me invitó a escuchar la leyenda que estaba a punto de contar. Su nombre era Lino y sus palabras parecían tan arrastradas como las arrugas de su piel.
- Hace mucho tiempo que pasó…- comenzó Lino frotándose la barba gris con los gastados dedos de su mano izquierda. Tenía un brillo especial en los ojos que se veía reforzado por el poder del fuego de la hoguera.-…pero aún lo recuerdo como si hubiera pasado ayer. Quizás los que vais a Tracia habréis oído hablar de un joven músico llamado Orfeo.
Algunos levantaron la mano en señal de afirmación. Otros se limitaron a escuchar atentamente las palabras del anciano, que, cada vez que las pronunciaba, sonaban con tono más misterioso.
- Cuentan que el lamento del hombre es el rugido más feroz que ha conocido el mundo animal. Sin embargo, detrás de la persona más fiera del mundo se encuentra a la vez su cosa más valiosa: su corazón.
- ¡Está claro!- exclamó una voz juvenil entre el tumulto. Los más adultos hicieron un sonido con la boca para que se callase.
Lino miró al fuego con intensidad y luego continuó su relato.
- Orfeo era un joven encantador y sensible. Gran discípulo de Apolo, fue dotado de los mayores secretos de la música. El dios le regaló su lira, y ese se convirtió en su tesoro más valioso. No había lugar donde Orfeo no fuera con su preciado instrumento. Apolo, por su parte, estaba muy orgulloso de él. Siempre le enseñaba todo lo que podía respecto a las artes, ya que ese tema al muchacho le volvía loco.- Lino hizo una pausa y me miró con ternura, como si los demás no existieran y la historia de Orfeo me la estuviera contando solo a mi.- Se pasaba todo el día tocando la lira por las calles y los bosques de Tracia, siempre cantando con su preciosa voz, embelesando a las jóvenes muchachas que salían a coger agua al pozo. Algunas personas, ciegas por las flechas de la envidia, no soportaban a Orfeo y aprovechaban cualquier oportunidad para robarle la lira. Pero Apolo nunca abandonó a su más adorado discípulo y siempre que veía amenazas a flor de piel, él lo defendía con uñas y dientes.
>>Pasaban los días y Orfeo crecía y crecía, hasta que se convirtió en un joven que, rozando la edad adulta, todavía no veía más allá de su lira, de su maestro y de su furor por aprender. Los más ancianos del lugar estaban desconcertados, pues pensaban que no podía ser posible que Orfeo no hubiera cortejado a alguna muchacha del pueblo con lo bello y sociable que era. Ensimismado en su aprendizaje musical, se perdió en un espeso bosque donde se decía que habitaban ninfas con poderes misteriosos. Sin escuchar las advertencias que los transeúntes que pasaban por allí le hacían, Orfeo se sentó en una gran piedra semejante a un trono y empezó a tocar su lira mientras cantaba una preciosa canción con su voz angelical. La música llamaba la atención de los animales del bosque, despertando su curiosidad hasta tal punto que todos se acercaban a escuchar a aquel chico que no dejaba de tocar y cantar con una voz más tierna que la de las musas. Poco a poco se fue haciendo de noche y los colores y sensaciones del bosque por la mañana dejaron paso a los ruidos extraños y el viento feroz. Orfeo decidió que ya era hora de volver a casa, pero como estaba totalmente perdido, se quedó dormido en la piedra, con la esperanza de recuperar el camino al amanecer. Cuando Orfeo abrió los ojos…
- ¡Estaba muerto!- exclamó un niño de unos cinco años que escuchaba con la boca abierta a Lino. El resto de personas rió. Otros pidieron silencio ante el jaleo.
- No, chiquitín…- rectificó Lino con una elocuente sonrisa.- Solo despertó en otro sitio…
>> Orfeo no se encontraba en la piedra, donde había pasado la noche. Esta vez estaba bajo una especie de cabaña formada por telas y hojas. Miró a su alrededor y vio que la puerta, formada por cañas, estaba abierta, y que otras casas iguales que en la que él estaba se repartían por un claro de un bosque. Salió al exterior y algo llamó su atención. Una mujer tan bella como las flores del jardín que había al lado de las casas se acercaba hacia él con una sonrisa.
‘Ah, estás despierto.’ le dijo la chica a Orfeo cogiéndole las manos. ‘Creí que estabas herido gravemente.’
‘¿Dónde estoy?’ preguntó Orfeo sintiéndose extraño. ‘No recuerdo haber estado aquí nunca.’
‘Tranquilo, chico’ dijo la chica, que parecía una ninfa, volviendo a sonreír. ‘Estás a salvo. Creí que estabas herido y anoche te recogí y te llevé a mi hogar. Estás en el sitio más profundo del bosque, el hogar de las ninfas.’
‘Debo volver a casa. Gracias por cuidarme. Pero debo encontrar el camino, ¿me podrías ayudar?’
‘Sí, claro, te ayudaré a encontrarlo.’ dijo la ninfa con dulzura. ‘Por cierto, soy Eurídice. Y tú debes de ser Orfeo, ¿no? No hay nada más que ver tu lira. Se habla mucho de ti por los alrededores.
Orfeo se ruborizó…
- ¡Y se enamoraron!- volvió a interrumpir el niño. Su madre, que estaba al lado, le regañó levemente por cortar a Lino, que parecía no perder la paciencia.
- Oh, cierto.- dijo el anciano con una amplia sonrisa pícara, que mostraba una cierta complicidad con el niño.- Y como todo aquel que cae en los brazos de Eros, a partir de ese momento no pudieron vivir uno sin él otro.
>> La noticia de que Orfeo y Eurídice estaban juntos se propagó por todo el pueblo y por todo el bosque. Las ninfas nunca se fiaron del joven y siempre aconsejaron a la chica que se alejara de él. En el pueblo, por el contrario, todo el mundo estaba contento por Orfeo menos una persona: Aristeo, el gran rival del joven. Aunque también fue educado por el dios Apolo, Aristeo nunca fue su favorito y siempre tuvo que tragar el increíble favoritismo que el dios sintió por Orfeo. El día de la boda, todo el pueblo acudió a felicitar a la pareja y grandes familias de todos los alrededores fueron invitadas. Justamente cuando comenzaba el banquete, Aristeo intentó secuestrar a Eurídice para vengarse de Orfeo, pero ésta, desgraciadamente fue mordida por una serpiente que andaba por allí en su huida de las garras del rival de su esposo. Eurídice cayó muerta en el acto, y Orfeo, muerto de dolor, vio como el amor de su vida se convertía en sombra para irse para siempre al mundo de los muertos.
- ¿No se despidieron?- preguntó una joven que estaba cerca del niño que había interrumpido a Lino.
- ¿Qué le pasó a Aristeo?- dijo un joven que estaba detrás de mí, escuchando con atención y sufriendo cada palabra que Orfeo vivía en carnes.
- La verdad es que Aristeo huyó sin más después de lo que había provocado…
>> Después de unos días, Orfeo decidió a toda costa que podía haber una esperanza para volver a ser feliz y se retó el mismo a recuperar a su amada del averno. Se dirigió al gran cráter que conducía al Hades y bajó por la gran escalera de piedra para atravesar el Lago Estigia. Allí se encontró al viejo Caronte, el barquero de los muertos. Pero Caronte no estaba muy de acuerdo en ayudarle a pasar al otro lado del lago para llegar al Infierno, así que Orfeo, con su as en la manga, sacó su lira y sentándose en una piedra se puso a tocar el instrumento mientras cantaba la misma canción que había hipnotizado a los animales del bosque donde había conocido a Eurídice.
‘Que música tan bella.’ dijo Caronte, embobado por tal melodía. ‘Esa música que tocas y esa voz tan bella se merecen una recompensa.’
‘Llévame al hogar de Hades. Y tocaré la pieza que quieras para ti.’
‘Sube a la barca. El viaje hacia la morada de los muertos está a punto de empezar.’
Caronte, hipnotizado, dirigió su fúnebre mano hacia la pequeña barca de madera, esperando a que Orfeo se subiera. Éste, sin dejar de tocar, subió a bordo y contempló como los remos del barquero empezaban a moverse mientras éste seguía escuchando la melodía de la lira. Mientras atravesaban el lago, se oían las voces atormentadas de las almas en pena, queriendo ser liberadas de aquel lugar para regresar al mundo de los vivos. Las aguas contenían una espesura oscura que hizo a Orfeo estremecerse. Le daba la impresión de que cualquier cosa podía salir de las profundidades. Tras pasar el velo casi invisible que separaba el mundo de los vivos con el mundo de los muertos, Orfeo desembarcó y fue víctima de una terrible sacudida que lo hizo dar un paso atrás. Caronte, por su parte, notó que el joven había dejado de tocar la lira y se marchó sintiéndose engañado. Pero los peligros no habían acabado para Orfeo. Ante las puertas rocosas del Infierno, el gran perro Cerberos estaba dispuesto a destrozarlo en mil pedazos. Su rugido resonaba en toda la inmensa cueva. Su estruendosa voz apagaba los lamentos de los muertos.
¡Quién osa molestarme! ¡Lo pagará caro!’ gritaba el monstruo con su voz diabólica.
Orfeo, aterrorizado, probó una vez más a tocar su lira para ver si hipnotizaba al perro como había hecho con el barquero Caronte, y en efecto…
- ¿Funcionó? ¡Maravilloso!- gritó un oyente que se encontraba un poco retirado de Lino, en la parte de atrás del grupo.
- Sí, funcionó.- continuó el anciano.
>>Cerberos dejó pasar a Orfeo, embobado por su música, y éste entró en el palacio de Hades tras abrirse las grandes puertas de piedra. Una vez que estaba allí, solo tenía que hablar con el dios de los muertos, Hades, y con su esposa Perséfone. Si lograba convencerlos de que amaba muchísimo a Eurídice y que todo fue provocado por el odio de su rival, dejarían regresar a su amada al mundo de los vivos. Y, como Orfeo esperaba, Hades y su esposa cayeron en la tentación de la música del joven. Parecía como si, mientras la lira lanzara al aire sus mejores acordes, una armonía esplendorosa cubriera los lamentos de los muertos y el ambiente de tristeza se esfumara.
‘Tu amada volverá contigo sana y salva con una condición.’ dijo Hades, envuelto por la melodía que salía de la lira de Orfeo. ‘Debes de caminar delante de ella hasta salir de los Infiernos. Ella caminará detrás de ti, esperando ver la luz del Sol. Pero como tu osadía revele tus deseos y te atrevas a mirar hacia atrás para mirarla hasta que los dos no estéis fuera de aquí…la perderás para siempre.’
Orfeo aceptó la condición y Hades ordenó a las sombras del averno que trajeran a Eurídice de las cárceles de los muertos. Eurídice, que todavía no estaba completamente viva, sonrió a Orfeo y éste notó como una sensación de júbilo invadía su cuerpo. Lo había conseguido. Ya solo quedaba lo más fácil, salir del Infierno como había entrado: gracias a su lira. Pero esta vez con la persona más importante de su vida al lado.
- ¿Consiguieron salir?- preguntó de nuevo el niño, que se moría de ganas por oír lo que pasaba. Me daba la sensación de que Orfeo y Eurídice eran viejos conocidos, de la manera en que la contaba el viejo Lino. Todos tuvieron la sensación de que estaban allí con ellos, como si estuvieran escuchando su propia historia contada de la boca del anciano.
- Orfeo y Eurídice consiguieron salir del palacio y llegar a donde se encontraba el monstruo Cerberos. Orfeo mantenía la esperanza de que sus nervios y sus ganas de besar a Eurídice no lo traicionaran. Se moría de ganas de abrazarla, de decirle que todo estaba bien, que la salvaría mil veces más porque la amaba con locura, y, sin embargo, no podía… Eurídice, detrás, aumentaba su sonrisa y su orgullo por su amado a cada paso que daban para salir de los Infiernos.
>> La chica era consciente de que un arrebato de pasión podía echarlo todo a perder.
‘Tranquilo, cielo.’ le dijo a Orfeo, tranquila. ‘Lo estás haciendo muy bien. Ya estamos cerca de la luz del Sol. Por fin estaremos juntos después de tanto tiempo.’
Pasaron el lago Estigia gracias de nuevo a la magia de la lira, y Caronte se despidió de ellos esta vez de una forma melodiosa y educada, tras haber escuchado una vez más los acordes del instrumento. Orfeo moría de ganas de girarse y pensó que al principio no le había resultado tan difícil cumplir la condición de Hades. Cuando estaban subiendo la escalera de piedra y el Sol rozaba el interior de la cueva, una sonrisa gigante apareció en el rostro del joven. ¡Por fin eran libres! Orfeo saltó a la superficie y, bruscamente, se giró sobre si mismo para matar sus ganas de ver a los ojos a su amada. Pero Eurídice, que todavía permanecía entre las sombras del averno, lo miró horrorizada. Orfeo, recordando las palabras de Hades, intentó sujetar a la ninfa por el brazo para sacarla de ahí, pero ésta, que se había vuelto sólida a lo largo del viaje, se tornó transparente. Orfeo, desesperado y sacando fuerzas de donde no las tenía, observó como el amor de su vida era arrastrada de nuevo a los Infiernos. Eurídice gritaba y gritaba, pero de nada le servía. Un joven en el suelo, llorando sin cesar y sin parar de gritar ‘¡Eurídice, no me abandones! ¡Eurídice, no puedo estar sin ti! ¡Por favor, Eurídice!’ fue lo último que la ninfa vio antes de adentrarse en el palacio de Hades.
‘Prométeme que vas a estar bien. ¡Prométemelo!’
La ninfa gritaba manteniendo la esperanza de apagar las voces de Orfeo y que éste pudiera escucharlo. El eco de sus palabras sonaba más distante.
‘Te lo prometo…’ dijo Orfeo golpeando de rabia la piedra y llorando más fuerte.
‘No me olvides…’ dijo Eurídice. Y su voz se perdió en las profundidades de la cueva. Después, el silencio invadió el corazón de Orfeo y éste, llorando de dolor, dejó que su rostro acariciara los hilos de luz que le llegaban. Pero el Sol se fue de repente, y los truenos, la lluvia y la tristeza invadieron el alma del joven, que se retiraba del cráter del averno con su lira en las manos.
‘De nada sirvió el esfuerzo, vieja amiga.’ gimió Orfeo acariciando la lira.
- ¿Qué pasó después con Orfeo?- preguntó el niño, que era el único que no lloraba de los presentes. Lino, a quien se le había escapado una lagrimita, le respondió con suavidad:
- Orfeo nunca volvió a enamorarse. Estaba seguro de que nadie le podía cambiar la vida como lo había hecho la ninfa Eurídice. Después de la definitiva muerte de su amada, se dedicó a propagar su sentimiento de culpa por todos los bosques y los pueblos a donde iba. Cansado de su vida, se retiró a las montañas, donde tocó la lira hasta que los dedos le sangraron, abatido por el dolor de la muerte del amor de su vida, que nunca le abandonaría.
>> Las palabras de Eurídice se mezclaban en la mente del joven: ‘No me olvides’. Desesperado, huyó de las montañas al bosque, donde las ninfas, amigas de Eurídice, acabaron con su vida. Orfeo había mantenido su secreto toda su vida en su soledad. No había amado a nadie más. Se había mantenido fiel a Eurídice incluso después de muerta. Dicen que las últimas palabras que Orfeo dijo antes de morir fueron ‘te amaré por siempre’, aunque solo es una suposición. Otras personas dicen que simplemente aceptó su terrible destino en silencio y lo tomó como un castigo por no cumplir la condición que le había impuesto Hades.
El silencio enmudeció a los presentes. Lino se levantó y decidió finalizar su cuento.
- Y así es como el amor nos puede llevar a la perdición de lo que más queremos. Dicen que Orfeo se convirtió en algo espantoso tras la muerte de Eurídice. La desesperación y la tristeza hicieron de él una bestia feroz. Pero detrás de aquel maquillaje de monstruo, se encontraba su amor eterno por Eurídice, la única mujer que había amado con todas sus fuerzas. Hoy en día, cuentan que el lamento de Orfeo se convierte en música al rozar el aire, y que ello provoca la brisa de primavera. Brisa que acompaña a los enamorados en dicha estación, y que vela por su seguridad para que no caigan en el mismo error en el que cayó el joven: dejarse traicionar por sus propios sentimientos.
Tras finalizar el relato, los presentes aplaudieron a Lino, que se ruborizó y tras unos momentos contestando las dudas de los oyentes, se retiró a su cama.
Permanecí despierto toda la noche, reflexionando sobre la historia de Orfeo y Eurídice. Y de pronto una brisa me acarició el cabello con una inverosímil suavidad. Supe entonces que el alma de Orfeo me protegería mientras me lanzaba a las tierras de Tracia a escribir sobre grandes historias enigmáticas y llenas de aventuras y leyendas.  

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