EL JOVEN NARCISO
Cuentan
las leyendas pueblerinas que no hay más condena eterna que vivir
enamorado de alguien que con certeza se sabe que no va a ser
correspondido. El amor a veces puede ser una explosión de
sensaciones nuevas, aunque otras veces puede ser la mayor de nuestras
perdiciones. Algo parecido les ocurrió a nuestros dos protagonistas:
Ameinias y Narciso. La amistad puede ser peligrosa cuando se trata de
un futuro acercamiento a sentimientos más profundos. Parece ser que
dicho proverbio no fue aceptado muy bien por Ameinias, un joven
griego que disfrutaba yéndose de caza con su amigo Narciso a los
bosques más profundos y misteriosos de su tierra. Éste, siempre
gentil y generoso, hablaba animadamente con su compañero de
aventuras cuando de pronto, vieron a un ciervo correr como un
relámpago entre la hierba. Ameinias se lanzó a cazarlo con su
poderoso arco, pero su amigo le paró cuando estaba a punto de
disparar la flecha.
-
Es sólo una cría, Ameinias. Déjala vivir.
El
espíritu noble de su amigo y sus ojos azules que reclamaban
clemencia fue lo que hizo que el joven arquero se enamorara de él.
Narciso y Ameinias pasaban muchas horas en el bosque. Su afición
favorita era discutir de ética con los faunos, que sonrientes, les
dedicaban siempre una agradable conversación. Otras veces, las hadas
eran las que les pedían ayuda para reunir magia a través de la
corteza de los árboles. Donde hubiera un pájaro herido o un
espíritu del bosque enfadado, allí estaban Ameinias y Narciso para
calmar el ambiente y asegurar que todo estaba bien.
Un
día, Ameinias sintió que un aviso en su corazón le impulsaba a
contarle la verdad a su amigo sobre sus sentimientos. Entonces, el
joven cazador llevó a Narciso a lo más profundo del bosque, cerca
de un manantial de claras aguas. Narciso, extrañado por la decisión
de su amigo de ir a ese sitio, le pidió explicaciones amablemente.
-
Sólo hay una razón por la cual estás aquí, Narciso.- empezó a
decir Ameinias con el corazón en la mano y rezando a los dioses para
que todo saliera bien.- Nos conocemos de mucho tiempo y cada día nos
hemos forjado como amigos hasta tal punto que nos hemos convertido en
hermanos. Quería confesarte el secreto que he guardado dentro de mí
desde hace mucho. Y espero que ese secreto no rompa nuestra cadena
fraternal nunca.
Ameinias
cogió las manos de su compañero y respiró hondo, contemplando su
reflejo en el lago. Acto seguido, miró a Narciso directamente a los
ojos y le besó. Narciso se quedó petrificado, temblando al mismo
tiempo que soltaba las manos del joven arquero.
-
¿Qué…acabas de hacer…?
-
Mi secreto es el secreto del amor, el amor que siento por ti y que
tanto he temido confesarte hasta el día de hoy.
Narciso
quedó mudo al oír esas palabras de la boca de su amigo. Con una
mueca de rechazo, huyó a toda prisa hacia la salida del bosque,
asustado. Ameinias, que no podía creer lo que estaba pasando, se
arrodilló frente al lago y contempló su rostro en el agua. Alguien
estaba llorando dentro del manantial. Era él. La soledad que sentía
al no estar su compañero le hundió todavía más. ¿Con quién
descubriría la magia en la corteza de los árboles para las hadas a
partir de ahora? ¿Quién conversaría con los faunos sobre ética?
Ameinias, que parecía enloquecer por lo que había hecho, se dirigió
hacia la salida del bosque, destrozado y acompañado por un cortejo
de lágrimas que parecían no tener fin.
Pasaron
los días y Narciso no volvió a ver al joven cazador. Éste se
pasaba todo el tiempo en su casa, destrozado. Ya no tenía ganas de
salir a cazar o pasear por el bosque. No sin Narciso. Muchas veces
intentó ir a su casa para tener noticias de él, pero la puerta
nunca se abría si era Ameinias el que llamaba. Una noche,
ensimismado en su propia locura y desesperación, Ameinias cogió un
puñal de la mesa de su cocina y se dirigió a la casa de su amado,
con los ojos llenos de lágrimas y la mano sangrando de tanto apretar
el mango del cuchillo. Tenía una rabia contenida en el cuerpo que no
sabía de qué manera la podía hacer explotar. Las velas de la casa
de Narciso estaban apagadas. Parecía que no había nadie en ella.
Ameinias dio unas vueltas alrededor del edificio, esperando a que
alguien viniese. Estaba loco por saber algo de Narciso, aunque fuese
un segundo de su vida después de lo que pasó. Ameinias miró el
puñal. Sabía perfectamente lo que hacer con él.
<<Diosa
Némesis, si estás ahí arriba, si me oyes…acógeme en tu regazo
cuando ya no esté en este mundo. Fui valiente, me arriesgué
aceptando todas las consecuencias, pero fallé y la desesperación se
me hace eterna. Después de tanto tiempo de espera, fallé. Después
de pasar casi toda mi vida enamorado de Narciso, este es el final que
me espera. Un final que me aliviará de todo mi agobio y locura. Un
final que se verá acompañado de un sudor frío que recorrerá todo
mi cuerpo hasta caer. >>
No
había número de lágrimas para describir el llanto de Ameinias por
el rechazo de Narciso. Cuando el puñal estaba a punto de rozar el
pecho del joven, la diosa apareció en forma de luz.
-
Quieto, Ameinias.
Ameinias
se vio sorprendido por la cegadora luz que tenía voz de mujer. Era
la diosa Némesis, la diosa de la venganza, que había hecho acto de
presencia sobre el tejado de la casa de Narciso.
-
¡Alabados sean todos los dioses! ¡Alabada sea la diosa Némesis!
-
¿Qué te araña la conciencia, joven cazador?
-
Alguien que vive a escasos centímetros de aquí pertenece a mi
corazón. Pero él no quiere saber nada de mí. Y quiero acabar con
este sufrimiento mediante mi propia muerte.
-
¡No seas cobarde, Ameinias! ¡Y afronta el olvido como un hombre!
-
No hay tiempo para afrontar nada. ¿Acaso puedes hacer que me ame?
-
No puedo hacer que tu amado te ame. Ni tampoco puedo hacer que tú le
olvides. Pero puedo hacer que sienta el mismo daño que tú estás
sintiendo por no ser correspondido.
-
Eso me consuela. Aunque sigo pensando que ya no valgo nada si no
tengo sus palabras.
Ameinias
levantó el puñal y envuelto en lágrimas se lo clavó en el
corazón. La luz se oscureció y se volvió más negra.
-
El amor duele mucho más que esta herida de puñal…- dijo Ameinias.
Cayó al suelo inerte, con sus ojos clavados en la casa de Narciso.
La luz del tejado desapareció tras un estallido.
Liríope,
la madre de Narciso, encontró el cadáver del joven Ameinias unas
horas más tarde. Cuando Narciso se enteró de la muerte de su amigo
ardió en locura y se dirigió al bosque. Mientras sus lágrimas
brotaban de sus ojos, observó que los faunos y las hadas lo
evitaban, escondiéndose en los huecos de los árboles y entre los
arbustos. La noche parecía llegar a su fin y los pájaros que
cantaban para anunciar la mañana no hicieron acto de presencia. La
vida en el bosque estaba paralizada. Parecía como si el tiempo se
hubiera parado. Todo estaba más oscuro de lo normal y el silencio
protagonizaba una de las estampas más tristes de las profundidades
de aquel paisaje. Narciso corrió y corrió hasta llegar al manantial
donde Ameinias le había confesado su amor. Recordó los momentos
felices junto a su amigo y se arrepintió de la reacción que había
tenido aquel día. Miró las claras aguas que brillaban con los
primeros rayos de Sol y cayó de rodillas ante ellas con lágrimas en
los ojos. De pronto, sintió una sensación rara, como si el lago le
estuviese llamando. Observó que no podía moverse de allí y que
sentía como si necesitase el agua de aquel manantial para vivir.
Sintió un profundo deseo de tocar su reflejo, una sensación que no
parecía tener fin; una sensación que le hizo pensar que sentía
amor por primera vez. Pero amor por ese joven que se movía dentro
del agua. Aquel joven le sonaba mucho, e incluso hacía muchos gestos
como él. Desesperado por tocar a aquel muchacho que se parecía
tanto a él, cayó al agua, ahogándose en el acto debido a la
profundidad del lago. El silencio después de las salpicaduras del
agua marcó la salida del Sol.
Hadas
y faunos cuentan que varios días después del suceso brotó una flor
a la que llamaron narciso. Esa flor adornó el lugar donde Ameinias y
Narciso pasaron sus últimos momentos juntos, antes de que la vida de
ambos cambiara para siempre. La diosa Némesis cumplió su misión:
Narciso había saboreado el dolor del amor no correspondido. Pero no
de una forma normal y corriente, sino de una forma en la que Narciso
nunca conseguiría obtener aquel amor del que se había perdidamente
enamorado, ya que como los faunos y las hadas pudieron comprobar, su
único amor verdadero fue su propio reflejo en el agua.
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