martes, 25 de febrero de 2014

El joven Narciso



EL JOVEN NARCISO

Cuentan las leyendas pueblerinas que no hay más condena eterna que vivir enamorado de alguien que con certeza se sabe que no va a ser correspondido. El amor a veces puede ser una explosión de sensaciones nuevas, aunque otras veces puede ser la mayor de nuestras perdiciones. Algo parecido les ocurrió a nuestros dos protagonistas: Ameinias y Narciso. La amistad puede ser peligrosa cuando se trata de un futuro acercamiento a sentimientos más profundos. Parece ser que dicho proverbio no fue aceptado muy bien por Ameinias, un joven griego que disfrutaba yéndose de caza con su amigo Narciso a los bosques más profundos y misteriosos de su tierra. Éste, siempre gentil y generoso, hablaba animadamente con su compañero de aventuras cuando de pronto, vieron a un ciervo correr como un relámpago entre la hierba. Ameinias se lanzó a cazarlo con su poderoso arco, pero su amigo le paró cuando estaba a punto de disparar la flecha.
- Es sólo una cría, Ameinias. Déjala vivir.
El espíritu noble de su amigo y sus ojos azules que reclamaban clemencia fue lo que hizo que el joven arquero se enamorara de él. Narciso y Ameinias pasaban muchas horas en el bosque. Su afición favorita era discutir de ética con los faunos, que sonrientes, les dedicaban siempre una agradable conversación. Otras veces, las hadas eran las que les pedían ayuda para reunir magia a través de la corteza de los árboles. Donde hubiera un pájaro herido o un espíritu del bosque enfadado, allí estaban Ameinias y Narciso para calmar el ambiente y asegurar que todo estaba bien.
Un día, Ameinias sintió que un aviso en su corazón le impulsaba a contarle la verdad a su amigo sobre sus sentimientos. Entonces, el joven cazador llevó a Narciso a lo más profundo del bosque, cerca de un manantial de claras aguas. Narciso, extrañado por la decisión de su amigo de ir a ese sitio, le pidió explicaciones amablemente.
- Sólo hay una razón por la cual estás aquí, Narciso.- empezó a decir Ameinias con el corazón en la mano y rezando a los dioses para que todo saliera bien.- Nos conocemos de mucho tiempo y cada día nos hemos forjado como amigos hasta tal punto que nos hemos convertido en hermanos. Quería confesarte el secreto que he guardado dentro de mí desde hace mucho. Y espero que ese secreto no rompa nuestra cadena fraternal nunca.
Ameinias cogió las manos de su compañero y respiró hondo, contemplando su reflejo en el lago. Acto seguido, miró a Narciso directamente a los ojos y le besó. Narciso se quedó petrificado, temblando al mismo tiempo que soltaba las manos del joven arquero.
- ¿Qué…acabas de hacer…?
- Mi secreto es el secreto del amor, el amor que siento por ti y que tanto he temido confesarte hasta el día de hoy.
Narciso quedó mudo al oír esas palabras de la boca de su amigo. Con una mueca de rechazo, huyó a toda prisa hacia la salida del bosque, asustado. Ameinias, que no podía creer lo que estaba pasando, se arrodilló frente al lago y contempló su rostro en el agua. Alguien estaba llorando dentro del manantial. Era él. La soledad que sentía al no estar su compañero le hundió todavía más. ¿Con quién descubriría la magia en la corteza de los árboles para las hadas a partir de ahora? ¿Quién conversaría con los faunos sobre ética? Ameinias, que parecía enloquecer por lo que había hecho, se dirigió hacia la salida del bosque, destrozado y acompañado por un cortejo de lágrimas que parecían no tener fin.
Pasaron los días y Narciso no volvió a ver al joven cazador. Éste se pasaba todo el tiempo en su casa, destrozado. Ya no tenía ganas de salir a cazar o pasear por el bosque. No sin Narciso. Muchas veces intentó ir a su casa para tener noticias de él, pero la puerta nunca se abría si era Ameinias el que llamaba. Una noche, ensimismado en su propia locura y desesperación, Ameinias cogió un puñal de la mesa de su cocina y se dirigió a la casa de su amado, con los ojos llenos de lágrimas y la mano sangrando de tanto apretar el mango del cuchillo. Tenía una rabia contenida en el cuerpo que no sabía de qué manera la podía hacer explotar. Las velas de la casa de Narciso estaban apagadas. Parecía que no había nadie en ella. Ameinias dio unas vueltas alrededor del edificio, esperando a que alguien viniese. Estaba loco por saber algo de Narciso, aunque fuese un segundo de su vida después de lo que pasó. Ameinias miró el puñal. Sabía perfectamente lo que hacer con él.
<<Diosa Némesis, si estás ahí arriba, si me oyes…acógeme en tu regazo cuando ya no esté en este mundo. Fui valiente, me arriesgué aceptando todas las consecuencias, pero fallé y la desesperación se me hace eterna. Después de tanto tiempo de espera, fallé. Después de pasar casi toda mi vida enamorado de Narciso, este es el final que me espera. Un final que me aliviará de todo mi agobio y locura. Un final que se verá acompañado de un sudor frío que recorrerá todo mi cuerpo hasta caer. >>
No había número de lágrimas para describir el llanto de Ameinias por el rechazo de Narciso. Cuando el puñal estaba a punto de rozar el pecho del joven, la diosa apareció en forma de luz.
- Quieto, Ameinias.
Ameinias se vio sorprendido por la cegadora luz que tenía voz de mujer. Era la diosa Némesis, la diosa de la venganza, que había hecho acto de presencia sobre el tejado de la casa de Narciso.
- ¡Alabados sean todos los dioses! ¡Alabada sea la diosa Némesis!
- ¿Qué te araña la conciencia, joven cazador?
- Alguien que vive a escasos centímetros de aquí pertenece a mi corazón. Pero él no quiere saber nada de mí. Y quiero acabar con este sufrimiento mediante mi propia muerte.
- ¡No seas cobarde, Ameinias! ¡Y afronta el olvido como un hombre!
- No hay tiempo para afrontar nada. ¿Acaso puedes hacer que me ame?
- No puedo hacer que tu amado te ame. Ni tampoco puedo hacer que tú le olvides. Pero puedo hacer que sienta el mismo daño que tú estás sintiendo por no ser correspondido.
- Eso me consuela. Aunque sigo pensando que ya no valgo nada si no tengo sus palabras.
Ameinias levantó el puñal y envuelto en lágrimas se lo clavó en el corazón. La luz se oscureció y se volvió más negra.
- El amor duele mucho más que esta herida de puñal…- dijo Ameinias. Cayó al suelo inerte, con sus ojos clavados en la casa de Narciso. La luz del tejado desapareció tras un estallido.
Liríope, la madre de Narciso, encontró el cadáver del joven Ameinias unas horas más tarde. Cuando Narciso se enteró de la muerte de su amigo ardió en locura y se dirigió al bosque. Mientras sus lágrimas brotaban de sus ojos, observó que los faunos y las hadas lo evitaban, escondiéndose en los huecos de los árboles y entre los arbustos. La noche parecía llegar a su fin y los pájaros que cantaban para anunciar la mañana no hicieron acto de presencia. La vida en el bosque estaba paralizada. Parecía como si el tiempo se hubiera parado. Todo estaba más oscuro de lo normal y el silencio protagonizaba una de las estampas más tristes de las profundidades de aquel paisaje. Narciso corrió y corrió hasta llegar al manantial donde Ameinias le había confesado su amor. Recordó los momentos felices junto a su amigo y se arrepintió de la reacción que había tenido aquel día. Miró las claras aguas que brillaban con los primeros rayos de Sol y cayó de rodillas ante ellas con lágrimas en los ojos. De pronto, sintió una sensación rara, como si el lago le estuviese llamando. Observó que no podía moverse de allí y que sentía como si necesitase el agua de aquel manantial para vivir. Sintió un profundo deseo de tocar su reflejo, una sensación que no parecía tener fin; una sensación que le hizo pensar que sentía amor por primera vez. Pero amor por ese joven que se movía dentro del agua. Aquel joven le sonaba mucho, e incluso hacía muchos gestos como él. Desesperado por tocar a aquel muchacho que se parecía tanto a él, cayó al agua, ahogándose en el acto debido a la profundidad del lago. El silencio después de las salpicaduras del agua marcó la salida del Sol.
Hadas y faunos cuentan que varios días después del suceso brotó una flor a la que llamaron narciso. Esa flor adornó el lugar donde Ameinias y Narciso pasaron sus últimos momentos juntos, antes de que la vida de ambos cambiara para siempre. La diosa Némesis cumplió su misión: Narciso había saboreado el dolor del amor no correspondido. Pero no de una forma normal y corriente, sino de una forma en la que Narciso nunca conseguiría obtener aquel amor del que se había perdidamente enamorado, ya que como los faunos y las hadas pudieron comprobar, su único amor verdadero fue su propio reflejo en el agua.

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