LA MUJER DE LA VENTISCA
Llegué
a Frozeart Cry una noche de invierno. Recuerdo haber visto la
elegancia de las montañas nevadas. La nieve brillaba más fuerte que
el Sol, que por aquel entonces no se dejaba ver mucho. Llegué al
pueblo desorientado. Todas las casas estaban cerradas y sólo se
podía divisar con claridad un espeso bosque a lo lejos en las
montañas. Frozeart Cry parecía un pueblo fantasma, nadie estaba en
la calle. Parecía como si todas las ventanas de las casas estuvieran
destinadas a estar selladas eternamente. Una leve tormenta de nieve
azotaba por aquel entonces el poblado, aunque pude soportarla hasta
llegar a un refugio a las afueras. Toqué unas cuantas veces y una
anciana muy simpática tuvo la amabilidad de abrirme.
-
¡Pasa, hijo! ¡Tendrás que estar helado!- me decía sonriendo.
-
¡Por fin alguien caritativo que me abre sus puertas! Este poblado
parece estar muerto, ¿vive mucha gente?
-
Pues no, la verdad. La mayoría se fueron a la gran ciudad. ¡Pero
pasa, no te quedes ahí!
Entré
en el refugio tiritando de frío. Había bastante gente, aunque el
lugar era pequeño y acogedor. Había una gran chimenea en el norte,
acompañada de sillones y una pequeña cocina. También había unas
cuantas habitaciones y un baño. La gente que allí se encontraban
estaban reunidas alrededor de la chimenea, como esperando a que
alguien llegase.
-
Llegas justo a tiempo, jovencito. Estábamos a punto de empezar
nuestra historia.- dijo la anciana ofreciéndome asiento.
-
Es todo muy extraño.- dije preocupado.- ¿Por qué no hay nadie en
este pueblo, y por qué está todo cerrado?
-
Todos marcharon porque estaban aterrados…- dijo la anciana bajando
la mirada.
-
¿Aterrados?- pregunté extrañado.
-
Por la leyenda de la mujer de la ventisca.- se atrevió a decir una
chica que estaba sentada al lado mío.
-
Veréis jovencitos.- dijo la anciana sentándose en el centro de
donde estábamos sentados.- Os contaré una historia cuyos orígenes
se remontan cincuenta años atrás, cuando el poblado se limitaba a
cuatro o cinco casas viejas.
Sentí
curiosidad por las palabras de aquella anciana tan enigmática y
decidí escuchar. No me venía nada mal una buena historia para
integrarme.
Hace
mucho tiempo, cuando Frozeart Cry era sólo el comienzo de algo
nuevo, vivió un anciano llamado Bastian con sus dos nietos: Danny y
Marley. Bastian trabajaba como herrero y alimentaba a sus nietos como
podía, a pesar de lo poco que ganaba. Todo se lo debía a los
visitantes, que se interesaban por sus curiosas piezas. Muchos
coleccionistas pagaban mucho dinero por sus colgantes en forma de
cristal de nieve. Se contaba por ahí que tenían propiedades
mágicas, aunque Bastian no se consideraba ningún hechicero o
curandero. Danny y Marley vivían ajenos al negocio de su abuelo.
Ellos también tenían colgantes en forma de cristal de nieve.
Bastian les decía que habían sido de su abuela, que había muerto
años atrás. Los chicos no tenían padres. Los habían abandonado
cuando eran pequeños, así que sólo tenían a su abuelo, que los
quería con locura.
A
pesar de la vida diaria en Frozeart Cry, Marley acostumbraba a ir al
bosque a recoger frutos cuando tenía tiempo libre y la escuela se lo
permitía. Danny le acompañaba pocas veces, ya que su afición
favorita era quedarse en casa leyendo o estudiando. En el bosque,
Marley se sentía como en casa. El invierno era su pasión y le
encantaba jugar a guerras de nieve con sus amigos. Pero un día, el
cielo se oscureció de repente y los árboles empezaron a bailar
fuera de lo común. Los amigos de Marley, asustados, huyeron
despavoridos del bosque. Ella se quedó, muerta de curiosidad. El
frío aumentó y la luz fue desapareciendo poco a poco. El bosque
ahogó un grito que le produjo a la chica escalofríos. El grito que
Marley acababa de oír parecía el de una mujer. Entonces recordó lo
que su abuelo le contó un día. Contaba la leyenda que una mujer
vestida de blanco y con la cara pálida vagaba por el bosque sin
motivo al aparecer la ventisca, lamentándose por la pérdida de su
amado. El amado la había abandonado y se sentía sola, y por eso
chillaba. Algunas personas se atrevían a decir que era un fantasma
que no podía descansar en paz. Otras, sin embargo, recurrían a la
escusa de que era el aliento del viento helado. Marley se estremeció.
-
¿Quién anda ahí? ¿Eres la mujer de la ventisca?
Una
silueta negra apareció de entre las sombras. Marley intentó
retroceder algunos pasos, pero se dio cuenta de que estaba
paralizada. La luz invernal dejó ver poco a poco la identidad del
extraño. Era Danny.
-
¡Me habías asustado!
-
¿Estás bien? Salí a buscarte porque se hacía tarde, y me encontré
a tus amigos, que salían del bosque aterrados. Lulú me dijo que tú
seguías aquí.
-
Pensaba que era la mujer de la ventisca.
-
¿La mujer de la ventisca? ¿Tienes trece años y todavía te crees
esas tonterías? ¡Son cuentos de viejas!
-
¿No has oído el grito, Danny? Parecía como si hubiera gritado una
mujer…me estoy asustando.
-
Venga, Marley. Deja de pensar esas tonterías y vayámonos a casa. El
abuelo Bastian está a punto de hacernos la comida.
Pero
Marley no se movía.
-
¿Estás sorda, enana? ¡VÁMONOS, QUE ME MUERO DE FRÍO!
-
No te muevas, Danny…ni mires hacia atrás.
Marley
tenía los ojos salidos de las órbitas. Los tenía tan abiertos que
no era capaz de parpadear. Danny empezó a reírse a carcajadas y
quiso poner a prueba a su hermana mirando hacia atrás. Quedó
paralizado.
-
Pero que…
Una
mujer con expresión de dolor y con la cara más pálida que el cielo
del frío invierno le miraba atentamente. Su pelo blanco se movía a
la par de la ventisca. Danny miró fijamente a aquella mujer. Le
parecía la chica más bella del mundo, a pesar de sentir escalofríos
en su interior. Marley intentó agarrar a su hermano, pero no fue
capaz. Un estallido de luz hizo desaparecer tanto a Danny como a la
mujer pálida.
-
¡DANNY! ¡DANNY!
Misteriosamente,
Marley pudo observar que se iban formando huellas deformes en la
nieve. Decidió seguirlas, desesperada por el hecho de saber si le
había pasado algo a su hermano. El camino de huellas le llevó a una
extraña cueva. El ambiente de silencio le puso el cabello de punta a
la chica, que cada vez tenía más miedo, aunque estaba dispuesta a
hacer cualquier cosa con tal de recuperar a su hermano. Entró en la
gruta decidida a traer de vuelta a Danny y para su sorpresa, no había
nada. Una voz dulce pero escalofriante se hizo presente a sus
espaldas.
-
Déjame verlo…
Marley
se giró con cuidado. Y allí estaba de nuevo. Una mujer con la tez
tan blanca como la misma nieve que pisaba. Marley pensó que
posiblemente en el pasado, la mujer de la ventisca había tenido una
belleza insuperable, pero que con los años había ido de mal en
peor.
-
¿Dónde tienes a mi hermano?
-
Soltaré al chico…si me dejas verlo…
-
¿Dejarte ver? ¿El qué? ¿Qué pides? No sé lo que quieres decir…
-
Déjame ver…una vez más…por favor…
La
mujer de la ventisca se agarró fuertemente la garganta y luego se la
acarició señalando una especie de colgante que llevaba encima. Le
hizo a Marley señas para que se acercara, pero ésta no se movió.
La chica, extrañada, centró la mirada en el colgante e intentó ver
qué forma tenía desde lejos. Aquella forma le sonaba tanto que
terminó por acercarse más a la mujer de la ventisca, que levitaba
sobre el suelo. Concentrándose en no perder la atención del
colgante, Marley pudo comprobar que tenía forma de cristal de nieve.
Pero no era un cristal de nieve normal y corriente. Aquellas formas
tan refinadas y elegantes solo se hacían bajo las manos del abuelo
Bastian. La chica dio un paso atrás y amenazó al fantasma con la
mirada.
-
¿Qué le has hecho a mi abuelo? ¡Contesta!
-
Haz que venga aquí…por favor…no puedo salir de este bosque…estoy
atrapada…
-
¿Qué quieres de él?
-
Llévale el colgante. Y lo entenderá.
Marley
fue corriendo a casa, con los ojos llenos de lágrimas y con el
colgando tambaleándose en sus manos. No podía ver la relación que
tenía aquel cristal de nieve fabricado por el abuelo con ese
fantasma que aparecía en los días de ventisca en el bosque. Por
otra parte estaba preocupada por Danny. Pensaba en que cuando el
abuelo Bastian hubiera ido al encuentro de la misteriosa mujer, ésta
soltaría a su hermano con un aspecto horrible y muerto de miedo.
Entró
en casa con el corazón en la mano y llena de nervios, dispuestos a
solucionar el enigma que le estaba atormentando el día. El abuelo
Bastian estaba durmiendo en el sofá plácidamente. A Marley le dio
apuro despertarlo, pero no tenía otra opción.
-
¡Abuelo, abuelo! ¡Despierta!
No
hubo respuesta. El abuelo Bastian estaba sumido completamente en sus
más placenteros sueños.
-
¡Abuelo! ¡DESPIERTA!
La
voz atronadora de Marley hizo que el anciano se cayera del sofá,
golpeándose en el brazo y mirando extrañado a su nieta con los ojos
hinchados del sueño.
-
¡Danny está en peligro, abuelo! ¡Tenemos que ir al bosque!
-
¿DANNY EN PELIGRO? ¿QUÉ HA PASADO? ¿DÓNDE ESTÁ?
Marley
no sabía cómo explicarle al abuelo Bastian lo que había sucedido.
¿Cómo podía empezar? Lo mejor que podía hacer era entregarle el
colgante. Según la mujer de la ventisca, lo comprendería todo.
Marley le acercó el colgante con forma de cristal de nieve a su
abuelo. Éste abrió los ojos como platos.
-
Ella…es ella…
El
abuelo Bastian se levantó de inmediato y salió por la puerta,
ordenándole a su nieta que le siguiera. Tenía los ojos llorosos y
el rostro más arrugado que antes. Cuando llegaron al bosque, seguía
abandonado. Era como si hubiera muerto mientras Marley estaba en
Frozeart Cry y ahora solo quedara el cadáver de los viejos árboles.
Pero a pesar del aspecto tétrico del bosque, ella estaba allí. El
abuelo Bastian abrió los ojos y cayó de rodillas, aumentando el
número de sus lágrimas. La mujer de la ventisca llevaba de la mano
a Danny, que mostraba una expresión serena y tranquila.
-
¡Danny!- gritó Marley sin poder creerse el estado en el que había
aparecido su hermano. Los dos chicos se abrazaron.
Bastian
y la mujer de la ventisca intercambiaron una cálida mirada.
-
Volvemos a vernos, Glaciela.
-
Juntos…otra vez…Bastian.
Marley
pudo comprobar que en los ojos de su abuelo florecía una sensación
de alegría y gozo, como si todo alrededor pudiera desaparecer menos
aquel fantasma.
-
¿Qué pasa abuelo? ¿Conoces a esta mujer?- preguntó Marley
extrañada.
-
Sí.- confirmó Danny sonriendo.- Glaciela me estuvo contando que el
colgante del cristal de nieve se lo hizo el abuelo Bastian. Ella fue
su único amor verdadero, pero la repentina muerte por una enfermedad
de ella la hizo perderla para siempre.
Marley
no podía reaccionar ante las palabras de su hermano.
-
Pero Glaciela no podía irse al otro mundo sin antes despedirse de
él, al menos en alma.
-
¿No se despidieron?
-
No. Y por eso vive atrapada en este bosque, que fue el lugar donde se
vieron por última vez. Hasta que hoy, por fin, se han vuelto a ver.
Marley
se acercó más al abuelo y a la mujer para oír la conversación que
estaban llevando a cabo. La chica estaba asimilando poco a poco la
información que su hermano le acababa de contar.
-
Solo…quería despedirme de ti…- dijo Glaciela arrastrando las
palabras.
-
Hace tanto tiempo de aquello…
-
Ahora que he visto de nuevo tus ojos, puedo irme tranquila.
El
abuelo hizo intento de tocar el rostro de Glaciela, pero no pudo.
-
Te he amado desde entonces.
-
Lo sé. Lo he sentido, Bastian. Por eso estoy aquí.
-
Quédate conmigo para siempre.
Marley
estaba confusa. ¿Qué quería decir el abuelo con esa frase que le
había dicho a la misteriosa mujer? ¿Estaría delirando? La mujer
asintió, y el anciano se dirigió a sus nietos y los besó en la
frente. Le dijo a Danny que cuidara de su hermana y que se portaran
bien. Ya eran mayores para tomar decisiones sin él y para comenzar a
vivir sus vidas. Marley se abalanzó a los brazos del abuelo y Danny
lloró con la cabeza baja. Era inevitable: el abuelo estaba dispuesto
a irse con Glaciela para siempre. La mujer le cogió la mano al
anciano y le besó. Juntos llevaron entre sus dedos el colgando del
cristal de nieve, entrelazado en los dedos. Poniendo rumbo a lo más
espeso del bosque, una luz brillante como el astro rey los envolvió
hasta desaparecer.
-
¡Nunca nos olvides, abuelo! ¡Te queremos!
-
¡Te guardaremos el secreto!
Y
con una expresión de dolor en sus rostros, pero a la vez de
felicidad por su abuelo, los dos chicos emprendieron el camino de
regreso a casa, inmortalizando para siempre la historia de amor de
Bastian y Glaciela en lo más profundo de sus recuerdos.
Cuando
la anciana terminó de contar la historia, me quedé alucinado.
Parecía tan real que no sabía de qué maravillosa manera resumirla
sin dejarme atrás algún detalle importante.
-
¿Vive aún esa tal Marley?- pregunté con tono de curiosidad.
-
En efecto, jovencito. Soy yo.
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